El movimiento independentista se deshace en reinos de taifas

Las apelaciones a la unidad no se aguantan por ninguna parte, debido a la guerra de egos que envenena este espacio político

Bluesky
Els manifestants només van aconseguir que el rei entrés al monestir pel jardí, en comptes de fer-ho per la plaça

El independentismo vive uno de sus peores momentos. El movimiento que llegó a movilizar a cientos de miles de personas a golpe de silbato se encuentra ahora sumido en una dispersión extrema, con propuestas alborotadas, que miran más al pasado que al futuro, plataformas xenófobas y cerradas en sí mismas, incapaces de construir puentes con todo aquel que consideran foráneo o ajeno.

Hay un ejemplo que ilustra el desconcierto ideológico reinante, una especie confusión política apreciable a primera vista o, en otras palabras, un falseamiento de la realidad para ajustarla a los intereses propios. El activista Toni Strubell es uno de los exponentes claros del atolladero en el que está inmerso el movimiento: «¿Qué día dice que se reúne la gente de Graupera, Dempeus, Laura Borràs y Carretero para hablar de aquella única lista que nos puede dignificar de nuevo Parlament y país? ¿O volveremos a hacer el ridículo con egos disparados hacia el extraparlamentarismo?», decía Toni Strubell el 24 de junio pasado, tras la resaca del acto del asalto a Montserrat para intentar impedir la visita del rey Felipe VI.

El soberanismo goza de una cualidad que lo hace diferente a otras ideologías: puede utilizar los mismos argumentos para defender una idea o para rechazarla. Esta cualidad se podría justificar por el populismo asociado a la misma ideología. Así pues, el independentismo pregona constantemente la necesidad de la unidad pero mantiene un gen defectuoso que le hace imposible mantener esta unidad de acción sostenible en el tiempo.

El mensaje de Strubell condensa esta contradicción. Con el agravante, además, de que EL activista abona abiertamente el posicionamiento de la cúpula de la ANC, obstinada en cambiar cuatro artículos cruciales del reglamento de la organización. Justamente, los críticos de Dempeus que se enfrentan a la modificación que impulsa Lluís Llach son mencionados por Strubell en su mensaje unitario.

¿Podría haber un futuro entendimiento entre Joan Carretero, Laura Borràs, Jordi Graupera y los críticos de la ANC? Demasiados egos en tan poco espacio. Además, todos (excepto Laura Borràs, que se mantiene en un segundo plano en cuanto a iniciativas políticas por razones obvias) han hecho en las últimas semanas llamamientos para captar activistas para sus filas, lo que no predica precisamente a favor de la unidad de acción.

Toni Strubell es de los que meten en el mismo saco a todos los que no piensan como él. Es el saco de los malos. Escribe: «Las cosas como son: ni Òmnium ni ERC ni Junts ni CUP se movilizan para poner obstáculos reales y de protesta visible de calle al intento de ‘normalización’ y ‘girar página’ que nos proponen los Borbones, Illa y Vox. Orgulloso de la ANC, constante y atacada por todos». Se trata de una lectura sesgada de la realidad y una característica común de la mayoría de los catalanistas hiperventilados.

Toni Strubell, que es uno de los activistas en los que se apoya Lluís Llach para seguir siendo el presidente de la ANC, es un exponente de la minoría menguante que se opone a todo el que no le dé la razón. El catedrático Héctor López Bofill, en tiempos remotos en las filas de ERC y después en las de Junts, es otro de los que vive de rentas antiguas y que propone una realidad paralela para seguir sustentando un supuesto espíritu crítico. «Con el tema del Xi Li y las mascarillas de Illa pasa lo mismo que con las plantaciones de marihuana de la familia de Pere Aragonès: hay un consenso en los poderes fácticos catalanes de esconderlo porque se podría llevar el autonomismo de antemano», alertaba el 26 de junio.

Hay muchas evidencias del desconcierto del activismo independentista. Durante las semanas anteriores a la visita de los reyes a Montserrat, la ANC y varias plataformas hiperventiladas presumían que no permitirían el acto de conmemoración del milenario de la abadía de Montserrat. Tras el fracaso estrepitoso de la convocatoria (solo reunió a unos escasos 200 activistas), los dirigentes de la ANC y los más exaltados sacaron pecho. El antiguo hombre de Podemos en Cataluña y actual activista pro Junts Albano-Dante Fachín fue a Montserrat, y su lectura refleja este cinismo impertérrito del independentismo incapaz de hacer autocrítica: «Es mucho más interesante lo que pasó a las puertas de Montserrat que lo que pasa en el Tribunal Constitucional –manifestó en relación con la luz verde a la amnistía, una pieza fundamental de la estrategia independentista–. Quiero reivindicar esa capacidad de la gente que decía ‘bueno, sí, pero no eran muchos…’. Bien. Para cada acción hacen falta los que hacen falta. Y por aquella acción, los que hubiera, que yo no los voy a contar, ya bastaba. Obviamente, todos queremos manifestaciones de dos millones de personas, pero creo que eso también nos va a dejar de preocupar. Normalmente los activistas son grupos reducidos. No es la gran parte del país. Los activistas son grupos reducidos que, a pesar de ser pocos, tienen capacidad de visibilizar algo (sic) que existe en la sociedad. Por lo tanto, a mí, que no seamos dos millones a las puertas de Montserrat, no me preocupa».

Fachín no desaprovechó la ocasión para lanzar los dardos a sus enemigos, pero a los situados en su misma trinchera. «Ahora…, yo voy a ver por Twitter gente muy importante, y no quiero decir nombres, gente muy importante de partidos autoproclamados independentistas… Junqueras hacía tuits diciendo que bien y no sé qué y no sé cuántos (sic) y allí no estaba. Y esta gente no llamó para ir ni estuvo. Y también he visto que la CUP hacía tuits y no vi a nadie que yo reconociera como una figura destacada de la CUP».

Una lectura interesada

La bipolaridad independentista se aprecia también en la propia ANC, que lideró esta protesta antiborbónica. «El Borbón ha tenido que entrar por la puerta de atrás y de pronto», presumía la Asamblea, mientras se puso en marcha la maquinaria para repicar por las redes la frase unas cuantas miles de veces. «La ANC planta cara al rey español: centenares de personas ocupan la plaza y obligan a cambiar el escenario del acto real», remataba después en un comunicado.

El fotógrafo Lluís Brunet destacaba: «Los reyes españoles, forzados a entrar de pronto por la puerta de atrás en Montserrat por las protestas independentistas», un mensaje repicado en redes, entre otros, por Miquel Sellarès, uno de los fundadores de la ANC y exdirector general de Seguridad de la Generalitat en tiempos de Pujol.

La intención de impedir el acto ya había pasado a un segundo plano, como si no hubiera existido. La reacción de la organización y sus acólitos es una manera de tapar las vergüenzas y de autojustificarse ante el fracaso del acto y la realidad de que el proceso se ha acabado y que hay un ciclo nuevo que no tiene nada que ver con la xenofobia, el aislamiento y el levantamiento de barreras. La mayoría de los catalanes rechazan el proceso y, sobre todo, las trampas y los triunfos que sus impulsores han empleado en la última década. El fracaso de Montserrat no ha dado oxígeno al activismo independentista, pero puede ayudar aún más a su imparable atomización.

Pero hay otro fenómeno asociado a la bipolaridad del independentismo: la propensión a mentir, tergiversar y manipular la realidad para hacerla coincidir con sus intereses. El presidente del Consell de la República, Jordi Domingo, aseguraba desde Montserrat que el 3 de octubre de 2017, en su discurso, el rey español «llamó ‘a por ellos'». Esta declaración fue luego enviada a través de las redes sociales para consumo de una masa acrítica. Casi al mismo tiempo, Laura Borràs afirmaba: «No hay nada más espantoso que la elocuencia de aquellos que no dicen la verdad», una frase de Thomas Carlyle. Acompañaba la reflexión con una foto de Felipe VI y Letizia, no de Jordi Domingo. Pero no le faltaba razón.

El independentismo recurre a la falacia para mantenerse de pie. Los dirigentes confunden deseos con realidad y pretenden vender coherencia y honestidad, dejando la mayor parte de las veces sus vergüenzas al descubierto. «El movimiento es hoy una entelequia que tiene 50 reinos de taifas, todos peleados entre sí por cuestiones personales. De todo este magma, posiblemente Aliança Catalana sea la única que tiene una línea ideológica coherente. No hay que estar de acuerdo con sus propuestas para darse cuenta de ello, pero es la única formación con unos postulados claros, coherentes y bien definidos, más allá de que sean de extrema derecha», explica uno de los popes del soberanismo.

El independentismo se consuela a su manera: desviando la atención sobre su propia historia. Muchas veces parece que tenga memoria de pez. Pero hay un hecho que puede ayudar a comprender claramente la jibarización que sufre el soberanismo: los grupos y las plataformas que participan casi cada semana en la campaña Ponts per la Independència son conscientes de que en los puentes donde se pretende visibilizar la reivindicación soberanista, son solo un puñado de activistas los que van ligando las banderas y las pancartas. Y, además, desde hace un tiempo, en los puentes ya hay más pancartas y banderas que activistas. Sirva este ejemplo como otro pequeño síntoma de este gran fracaso.

*Puedes leer el artículo entero en el número 1628 de la edición en papel de EL TRIANGLE.

(Visited 84 times, 1 visits today)

Te puede interesar

Deja un comentario