Laporta quiere exhibir una solvencia exagerada con la operación de Nico Williams

Contra la amenaza de un colapso financiero por las decisiones de la Audiencia Nacional, por Crowe, su auditor, de LaLiga o de la UEFA, y hasta de su propia comisión económica, el presidente del Barça sigue fichando compulsivamente

Joan Laporta - Foto: FC Barcelona

Las prisas de Joan Laporta, compulsivas, por atar a Nico Williams chocan, desde luego, con la exigencia del pago íntegro y de una sola vez de su cláusula al Athletic, y con la del propio jugador por ser inscrito sin que, sobre su futuro -lo mismo que ha planteado Joan Garcia antes de firmar y en su día también suscribió Dani Olmo- planee la sombra de quedarse sin licencia.

En cualquier otro club y circunstancia esta perspectiva sería del todo impensable, pero no en el Barça de Laporta. Espera darle aún una vuelta de tuerca al retorcido escenario de añadirle más de 100 millones de masa salarial a las cuentas todavía con la resolución pendiente de la situación de Dani Olmo, el auditor sopesando si las conmociona con nuevas perdidas millonarias por las trampas de Barça Studios (Bridgeburg Invest) y de Sixth Street (Locksley Invest), con un criterio restrictivo, o no, sobre la operación de los asientos VIP y las salidas y cesiones varadas porque las urgencias de Laporta son de sobras conocidas y, por tanto, el tiempo siempre juega en su contra y a favor del resto de los clubs que pueden aprovecharse de la situación.

Frente a este panorama, más que negro, o gris en la mejor de las interpretaciones, lejos de provocar el menor ruido posible, Laporta solo hace que dar sartenazos para llamar la atención del resto del fútbol español, encabronar a las aficiones del Espanyol y del Athletic particularmente, y, en general, desafiar a LaLiga negándole la mayor a Javier Tebas sobre la situación real azulgrana.

Si el presidente de LaLiga dijo que el Barça debía «hacer cosas para estar en la regla 1:1», a las 24 horas Laporta declaraba ante el Senado Blaugrana que el club ya estaba en esa situación. Un día después cerraba la llegada de Joan Garcia y, como un bólido cuesta abajo, se lanzaba a por Niko Williams. Un desafío en toda regla al que Tebas ha preferido no responder, al menos a través de la prensa.

Sobre el futuro del delantero navarro del Athletic, las últimas noticias de la prensa laportista anunciaban que el jugador le había comunicado a su club que se marcha a Barcelona y que el Barça, por su parte, pagará la cláusula (62 millones) el 1 o el 2 de julio para que el futbolista no viva un culebrón como el del año pasado.

Las mismas fuentes, aunque sin destacarlo en los titulares, también sostienen que no hay nada firmado aún y que, entretanto, Deco trabaja en hacerles hueco a los fichajes para que puedan ser inscritos.

Del mismo modo que, objetivamente, no está justificada la prisa de Laporta por demostrar, o al menos intentarlo, la solvencia financiera del Barça, esta exhibición de recursos y de ambición por asombrar al mundo con un equipo mejorado y aspirante a todos los títulos, sobre todo gracias a los refuerzos de un portero que ya no genere dudas y con más pólvora para la delantera, también puede responder a una estrategia de desesperación por parte de Laporta en este punto verdaderamente crítico de su mandato.

Laporta sabe que si la Audiencia Nacional deja a Olmo fuera de la plantilla, si la UEFA le mete un paquete de 60 millones, si el auditor condena las cuentas a una intervención de Goldman Sachs y al final no puede inscribir a nadie más, él se ve capaz de convertir ese relato en una conspiración contra el Barça que sus socios van a creer y a denunciar. Laporta ha retado al mundo aprovechando que le ha caído del cielo un Lamine Yamal y otra generación de oro de la Masía, sin importarle que en estos cuatro años de mandato, mientras crecía y maduraba el tesoro que Josep Maria Bartomeu le había dejado en herencia, él ha arruinado el club con un techo de gasto inexplicable de 4.000 millones y unas pérdidas acumuladas de 605 millones, de 813 millones según la última auditoría de Grant Thornton, que, por supuesto, fue despedida y sustituida por otra auditora nueva, Crowe, que ahora debe lidiar con las descabelladas decisiones de un presidente que ha elegido jugárselo todo a una sola y arriesgada carta, la de retar al mundo -él contra todo y contra todos- y a ver quién lo detiene.

Laporta está convencido hoy de su impunidad y de su inviolabilidad ante las leyes, las normas, la justicia y ante cualquier otro poder que no sea el suyo propio. La da esa ventaja y esa convicción que, por ejemplo, Dani Olmo pudiera jugar prácticamente toda la temporada, primero manipulando una baja médica y luego gracias a una cacicada del Consejo Superior de Deportes (CSD) contra los órganos que regulan y gestionan el fútbol español, LaLiga y la RFEF.

La propia comisión económica estratégica del FC Barcelona, que le validó a Laporta la operación de 100 millones de los asientos VIP, lo hizo con la sugerencia y la necesidad de que se destinaran a reducir deuda, consciente de que en la temporada próxima vencen préstamos ordinarios y el club debe empezar a devolver intereses de la reforma del Spotify. Lo que ha hecho Laporta, sin esperar a que su auditor y la Liga los admitan, es gastarse esos 100 millones en apenas tres semanas y antes de que empiece el mercado. Está desbocado.

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