Hay tradiciones que pierden su sentido cuando se apodera de ellas una ideología concreta. Durante el franquismo un montón de tradiciones y fiestas fueron desvirtuadas por el poder de la dictadura. Se bailaban sardanas en honor al sátrapa o se hacían castillos humanos para conmemorar fiestas patrióticas españolas. Con la llegada de la democracia, la alegría y la libertad inundaron unas fiestas mayores en las que ya no había que hacer reverencias y concesiones a los franquistas.
En Cataluña, desde hace años hemos sufrido la apropiación de fiestas y tradiciones por parte de los independentistas. Ya no se puede ir a a participar o a chafardear los actos de la Patum de Berga sin caer en las garras de los independentistas en forma de gritos o bestiario cubierto de esteladas.
Òmnium Cultural, que el franquismo toleró, ha expulsado de sus actos a las personas que no comulgan con la voluntad independentista de sus dirigentes. El último ejemplo fue el vergonzoso clamor indepe que acompañó al presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en la entrega del Premio de Honor de las Letras Catalanas en el Palau de la Música. Las letras catalanas o las escriben independentistas o no se merecen los premios de Òmnium.
Òmnium también ha asumido el invento de la Flama del Canigó. Las hogueras de San Juan han existido desde tiempos inmemoriales y se celebran en muchos lugares de España y Europa. Un buen día, en 1955, FrancescPujade tuvo la brillante idea de que las hogueras de Sant Joan debían encenderse con el fuego de una llama conservada en la cima del Canigó, en la comarca del Rosellón. Òmnium dice que la voluntad es que sea “un símbolo de hermandad entre los territorios de habla catalana”. Y cada año se repite una curiosa ceremonia en la que la llama del Canigó es recibida en el Parlamento de Cataluña. Cómo se reparte después por todos los rincones de los Países Catalanes se explica del mismo modo que como los Reyes reparten los Juegos el 6 de enero. Los independentistas están acostumbrados a vivir de ilusiones.
Los que no son independentistas hacen sus hogueras sin esperar a que les llegue el fuego patriótico, han dejado de ir a la Patum y volverán cuando se les pase la fiebre estelada y ni se les ocurre participar en las fiestas literarias sectarias de Òmnium Cultural.
Convendría hacer un esfuerzo para preservar a los jóvenes de estos usos interesados de las tradiciones culturales. Hace unos días, en un concierto de un festival de nombre rebelde -Cabró rock- se animó a los asistentes a gritar independencia y a cantar el Virolai. Desde el escenario, Lo Pau de Ponts les incitó a cantar aquello de «Rosa d’abril, Morena de la serra, de Montserrat estel: il·lumineu la catalana tierra. Guieu-nos cap al cel«.
Los jóvenes se sabían lo de in-inde-independencia pero no la letra de la canción escrita por Jacint Verdaguer en 1880. Lo Pau de Ponts les ocultó la estrofa que no casa con el independentismo que se quiere asociar con estos conciertos: «Dels catalans sempre sereu Princesa, dels espanyols Estrella d’Orient, sigueu pels bons pilars de fortalesa, pels pecadors el port de salvament».
La fiesta debería ser fiesta sin más. Si alguien quiere organizar una fiesta patriótica que no pretenda imponerla a todos. Apropiarse de las fiestas que deberían ser de todos es feo y las hace antipáticas a quienes no comparten las ideas de quienes se apoderan de ellas.
Durante el franquismo, los demócratas no participaban en las fiestas organizadas para alabar al dictador tergiversando el sentido de las tradiciones catalanas. No caigamos en el mismo error cambiando los gritos de “Viva España” por los de “Visca Catalunya lliure”.
¡Y, a todo esto, Trump bombardeando Irán!







