Las expectativas -pocas, ciertamente, y condicionadas por una estrategia de ocultismo e inacción- se confirmaron por completo en la entrevista que Víctor Font concedió a una emisora del régimen, Catalunya Radio. En teoría, a modo de confrontación del modelo delirante y de las angustias laportistas con el suyo y con un análisis del escenario real azulgrana en el que, por primera vez, no encontró ni identificó esas atrocidades de la gestión de la actual directiva, cada vez más cerca de ese final apocalíptico -ahora sí, de verdad- con el que se había pasado cuatro años del mandato de Josep Maria Bartomeu amenazando a la afición barcelonista.
El Víctor Font de este final de temporada, que cabalga imparable hacia otro cierre dramático y marcado por lo que él mismo denominó como pufos de Joan Laporta, se ha limitado susurrar algunas de sus viejas críticas. Eso sí, matizadas desde el desapasionamiento y la distancia, sin la agresividad de otros momentos y puede decirse que casi desde la voluntad y la intencionalidad de atacar lo mínimo, o nada, a quien será su enemigo electoral dentro de unos meses.
«Queremos un club con transparencia, un club participativo, con una buena gestión económica y en el que los socios sean más importantes que los turistas. He estado trabajando durante mucho tiempo para que exista una alternativa a lo que yo llamo el régimen de 2003. Ayer se cumplieron 22 años desde que Laporta asumió la presidencia por primera vez. Estamos a entre 9 y 12 meses de unas elecciones cruciales para el Barça. Los socios tienen derecho a elegir entre el modelo actual, que es un modelo presidencialista sin transparencia y con amigos y familiares en los lugares de responsabilidad, o un modelo que vuelva a poner al socio en el centro de todo», dijo. Eso fue todo, el techo de un tono bajo, extremadamente alejado de aquella radiografía suya del año pasado, punzante y agresiva.
Hace un año afirmó que el club está «peor que hace dos años», acumulando más de 1.000 millones de euros en pérdidas ordinarias en los últimos ejercicios, con gastos que superan sistemáticamente a los ingresos y con una deuda total que se acerca a los 2.500 millones de euros. Criticó la opacidad en la presentación de cuentas y en la toma de decisiones, señalando que los datos auditados se publican tarde y que entender la situación real del club requiere «hacer un puzle demasiado complicado». Sobre la venta de activos y patrimonio, insistió en que las palancas son pan para hoy y hambre para mañana, y criticó operaciones como la de Barça Studios, calificándola de «ficticia» y alertando sobre la falta de claridad respecto a los inversores y las comisiones. También se refirió a una masa salarial insostenible que seguía siendo la más alta de la historia del club, con contratos ascendentes para los jugadores, repitiendo errores del pasado y comprometiendo la viabilidad futura. “La herencia de Laporta podría ser peor que la de Bartomeu», llegó a decir debido a que la gestión actual mantiene los mismos vicios de gasto excesivo y falta de control.
Y aún se mostró particularmente agresivo a principios de año con el conflicto generado alrededor de la inscripción de Dani Olmo, momento en el que casi estuvo a punto de proponer o de apoyar un voto de censura o similar contra Laporta, más que liderarlo, igual que en esa cobarde actuación suya en el voto de censura contra Bartomeu de 2020.
Fue el contragolpe de Laporta, insinuando que el Barça era la víctima de una conspiración del fútbol español (LaLiga y la RFEF), la maniobra que dejó a Font en fuera de juego. Rectificó, se puso de parte de los intereses del club y dejó de señalar a Laporta como el verdadero culpable de haber fichado a un futbolista sin disponer del margen salarial suficiente y, además, como casi todo el mundo, se creyó la operación de los asientos VIP, que luego no se tragó el propio auditor del FC Barcelona.
Desde ese momento, coincidiendo con la recuperación del Barça de Hansi Flick a partir de la Supercopa de España, Font decidió enterrar el hacha de guerra, pasar a un estado de hibernación e inactividad hasta nueva orden, consciente de que Laporta se había vuelto intocable tras la conquista añadida de la Liga y de la Copa del Rey.
Al igual que sus presuntos rivales, Joan Camprubí y Jordi Termes, se habían distanciado y retirado antes incluso de empezar en serio a preparar una candidatura, entendió que se aseguraba ese puesto de segundón en las próximas elecciones sin necesidad de desgastarse inútilmente contra un Laporta que hoy es intratable y socialmente invencible, según los inputs de una afición también con menos ganas de despertar de ese sueño laportista en el que sigue cómoda y confortablemente anestesiada.
Además, a Víctor Font no le conviene que nadie le recuerde que Flick ha dejado en ridículo a su caballo ganador, Xavi Hernández, sin que, por otro lado, pueda admitir que la nueva generación de oro de la Masía es una herencia de Bartomeu indiscutiblemente.
Font espera, sencillamente que, de aquí a un año, el panorama cambie. Que empeore, mejor dicho, desde el punto de vista deportivo, y de que el previsible colapso financiero haga el resto en ese contexto de deuda asfixiante previsto, conocido e insuperable, antes de que Goldman Sachs intervenga el club a través de la explotación del nuevo Spotify. Es el milagro que Font necesita para ser presidente del Barça.