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¡Qué duro que es ser “progre”!

Siscu Baiges

Periodista de Solidaritat i Comunicació - SICOM, activista, cabrejat amb les injustícies
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Hubo un tiempo en que ser progre era fuente de alegrías y satisfacciones. Durante el franquismo era un motivo de autoafirmación que te situaba en el bando de los valientes que luchaban contra la dictadura. Ser progre, jugársela, era un mérito incuestionable.

Llegó la democracia y los progres saludaron con satisfacción y esperanza los nuevos tiempos, aunque electoralmente la derecha se hizo con el poder en Madrid, con la UCD, y en Cataluña, con Jordi Pujol y su nacionalismo todoterreno. En 1982 fue el clímax del progresismo con la victoria abrumadora de Felipe González y el PSOE en las elecciones generales. Durante unos años parecía que los progres lo tenían todo hecho en España. En Cataluña, sin embargo, el lastre del pujolismo duraría hasta 2003, ya entrado el nuevo siglo.

Llegó un momento, sin embargo, que a los tradicionales adversarios de los progres -los ricos, los poderosos, los medios de comunicación decantados hacia la derecha- se añadió otro enemigo: la corrupción interna. Algunos personajes nos hicieron descubrir que con la excusa de defender la causa del socialismo y el progreso había gente que se dedicaba a hacer dinero aprovechando el acceso al que reparte las administraciones públicas. Incluso un director de la Guardia Civil, Luis Roldán, fue pillado in fraganti en esta práctica.

Ha sido también un departamento de la Guardia Civil el que ha puesto al descubierto que este mal está muy vivo en el espacio socialista. La Unidad Central Operativa (UCO) de este cuerpo de seguridad ha elaborado un informe donde quedan retratados como corruptos dos secretarios de Organización del PSOE -el actual, Santos Cerdán, y el anterior, José Luis Ábalos– y uno de sus amigos y colaboradores más cercanos, Koldo García. Ábalos, además, fue ministro de Fomento y de Transportes, en los ejecutivos presididos por Pedro Sánchez.En circunstancias normales, la

reacción inmediata es pensar que Sánchez debería dimitir de todo. De presidente del gobierno y de secretario general del PSOE. Pero ¿qué pasaría si lo hiciera? España tiene una de las peores derechas de Europa. Cuando António Costa dimitió como primer ministro portugués ante unas informaciones que le involucraban en un caso de corrupción que luego se demostró falso sabía que si lo sustituía la derecha lo haría sin pactar con la ultraderecha. En España, la derecha supuestamente moderada y la facha van de la mano desde hace mucho tiempo. Han pactado todo lo que ha hecho falta para tocar poder en los ayuntamientos y las comunidades autónomas.

Si Sánchez se va y convoca elecciones adelantadas, el escenario que se dibuja nos sitúa el políglota Abascal de vicepresidente del gobierno. Dirige un partido que quiere eliminar las comunidades autónomas, lavar la imagen del franquismo, criminalizar a los migrantes y cargarse los servicios sociales que recibe la ciudadanía.

¿Qué debemos hacer los progres, pues? Cuando dices que más vale que aguante Sánchez para ahorrarnos el mal que amenazaría la democracia, el estado del bienestar y los ciudadanos más vulnerables te reprochan que ya estás jugando otra vez la carta de “que viene la derecha”.

Tal cual. Salga lo que salga. Que no venga la derecha. Sobre todo esta derecha.

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