Del acoso escolar al abuso sexual

Bluesky

He hablado muchas veces del bullying. Es un tema duro, agotador, pero necesario. Lo he abordado desde diferentes perspectivas: desde lo que se comenta en redes, desde testimonios de víctimas, desde lo que cuentan madres, padres, docentes y expertos. Y sigo haciéndolo, no porque quiera, sino porque las historias se repiten, el dolor se acumula y las respuestas, cuando llegan, lo hacen tarde o mal. Cada historia es distinta, pero todas comparten un patrón: niños y adolescentes maltratados de forma sistemática, mientras el entorno mediático mira para otro lado, minimiza o directamente guarda silencio.

Susana Alonso

Pero hoy no quiero hablar solo de bullying. Quiero hablar de lo que demasiadas veces viene después, o incluso es la causa principal de ese acoso. De lo que ocurre cuando ese sufrimiento, esa soledad, ese daño emocional, se convierte en la puerta de entrada para personas que nunca deberían estar cerca de un menor. Hoy toca hablar de monstruos.

No me refiero a personajes ficticios. Hablo de personas reales: Equipos docentes y directivos de los centros, monitores, tutores responsables… En definitiva, adultos con autoridad que, en lugar de proteger, abusan. A veces se esconden tras una imagen respetable, de confianza. Pero detrás hay otra cosa. También existen mujeres. También hay pedófilas. Aunque incomode reconocerlo, es una realidad que se suele tapar, silenciar o ignorar.

El bullying no solo hiere: también deja expuestos a quienes lo sufren. Rompe su autoestima, su confianza, su sentido de pertenencia. Y ahí es donde aparecen estos adultos manipuladores. Se acercan con amabilidad, con atención, con promesas de apoyo. Se presentan como salvadores. Hacen sentir al menor especial. Y lo que empieza como protección, termina en una relación criminal y terrible para cualquier niño o niña.

Conozco casos de cerca. Historias reales de adolescentes que, tras ser víctimas de bullying, fueron atrapados por este tipo de figuras. También conozco familias que no se atreven a denunciar por miedo o porque saben que el abusador tiene poder, respeto o respaldo institucional. Y jóvenes que ni siquiera tienen palabras para explicar lo que vivieron, porque nadie les enseñó que eso era un delito, porque creen que nadie les va a creer o porque temen que el daño sea aún mayor si hablan.

Y lo más perturbador es cuando estos abusadores no solo se acercan a la víctima, sino que también manipulan a los agresores. Sí, a los mismos que ejercen el bullying. Les ofrecen validación, confianza, poder. Los hacen sentir protegidos o incluso admirados. Y así los convierten en instrumentos para acercarse a quien realmente quieren controlar. Al final, todos terminan atrapados en una red de manipulación y abuso que nadie detecta a tiempo.

Las consecuencias son devastadoras. A veces, irreversibles. El suicidio es la más trágica, pero no la única. Muchos arrastran durante años trastornos de ansiedad, depresión, insomnio, pesadillas, miedo, desconfianza en los adultos… un miedo terrible. El estrés postraumático se instala en su vida sin nombre ni diagnóstico. Es un dolor invisible, que rara vez encuentra justicia.

Y, mientras tanto, ¿qué hace la sociedad? ¿Qué hacen las instituciones? Esto no va de colores ni de campañas electorales. No se trata de ideologías. Se trata de infancia, de protección, de derechos humanos básicos. Los niños y niñas tienen derechos. Están escritos, firmados, ratificados en la Convención sobre los Derechos del Niño y en nuestro Código Penal. Pero, ¿quién los hace cumplir?

Nos toca hablar claro. Nos toca creerles cuando cuentan cosas que incomodan. Nos toca hacer preguntas, estar atentos, no idealizar a figuras de autoridad sin antes observarlas con criterio. Nos toca formar a los buenos profesionales, y también tener la valentía de señalar a los que no lo son. Porque ningún adulto, por muy respetado que sea, está por encima del bienestar de un niño o niña. Los menores no se tocan, y quien lo haga debe ser encerrado de por vida.

Prevenir el bullying no es solo hacer campañas o colgar carteles. Es intervenir, actuar, proteger. Y también es revisar con lupa quiénes están cerca de nuestros hijos, cómo se relacionan con ellos, qué señales emiten, qué vínculos generan, cómo duermen. El abuso no siempre viene con gritos. Muchas veces llega en silencio, incluso con una sonrisa escondida detrás de un miedo atroz.

Hablar de esto no es exagerar. Es cuidar. Es prevenir. Porque mientras sigamos callando, estos monstruos seguirán operando sin obstáculos, disfrazados de salvadores, ganándose la confianza de quienes más necesitan ser protegidos. Cuando decimos que el bullying es la punta del iceberg, a veces es por las causas y consecuencias que lo rodean.

Por eso vuelvo a escribir. Porque alguien tiene que decirlo, aunque incomode. Y lo seguiré haciendo.

Stop Bullying, Stop Abusos, Stop Pedofilia… Y, sobre todo, stop silencio.

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1 comentario en «Del acoso escolar al abuso sexual»

  1. El enfoque de Francesc Núñez es tan valiente como necesario. Su capacidad para unir experiencia personal, denuncia social y sensibilidad humana le otorga una voz potente y comprometida. Al señalar las grietas del sistema sin miedo y dar visibilidad a víctimas silenciadas, aporta luz donde muchos prefieren mirar hacia otro lado. Su mirada es incómoda porque es verdadera, y precisamente por eso merece todo el respaldo.

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