Jóvenes: ¿independentistas hace 10 años y fachas ahora?

Bluesky

Hace diez años en Cataluña, el mito de que los jóvenes eran independentistas llevó a enormes errores de cálculo por parte de los líderes independentistas tradicionales o sobrevenidos (“si no ahora, es cuestión de tiempo…”) y a injustificados ataques de pánico por parte de sus adversarios democráticos.

Un mito parecido, con errores consiguientes análogos, puede estarse produciendo con la idea viral según la cual los jóvenes, sobre todo los hombres, se estarían volviendo fachas, o sea de extrema derecha. No diré que la extrema derecha no esté creciendo entre sub-segmentos del electorado juvenil masculino, pero me atrevería a decir que el pánico es injustificado e interesado.

Hace solo dos años, un resultado suficiente del PSOE en España, basado en buena parte en el voto juvenil (movilizado entre otros factores por la participación de Pedro Sánchez en un podcast de influencers juveniles, que la derecha -extrema o no- fue incapaz de replicar), unido a alianzas con una diversidad de grupos, permitió la reedición del gobierno de coalición progresista en España.

En las elecciones europeas de hace un año, un estudio mostró un menor apoyo a los partidos de extrema derecha entre los votantes jóvenes que entre los votantes mayores. Más interesante aún, mientras que los hombres jóvenes votaron a partidos de extrema derecha en un número similar al de los hombres mayores, las mujeres jóvenes votaron menos partidos de extrema derecha que las mujeres mayores. La mayoría de las investigaciones muestran que los jóvenes, tanto mujeres como hombres, tienen valores más progresistas que las generaciones anteriores.

No lo digo yo, ni cualquier observador amateur de la actualidad, sino el politólogo Cas Mudde, uno de los principales expertos mundiales en la extrema derecha.

Haría la siguiente recomendación a quienes escriben sobre la supuesta oleada de apoyo de los jóvenes a la extrema derecha, tanto los que se refieren a ella sin usar ningún dato como quienes se refieren a ellos usando datos selectivas: cuando hacéis una afirmación sobre los jóvenes y la extrema derecha acompáñalo de datos comparando con otras edades y destacando dónde está la mayoría de la juventud.

El apoyo juvenil a la extrema derecha podría acabar siendo una profecía que se autocumple porque a nadie le gusta añadirse a un barco que se hunde. Pero de momento está lejos de pasar. Quizás más que quejarse de los jóvenes, muchos adultos podrían escuchar la voz de la mayoría de jóvenes, que son progresistas, y darles un papel más relevante en sus partidos, sindicatos y asociaciones, algunas de las cuales se convierten con facilidad en clubes de jubilados de clase media alta dedicados a despotricar sobre los hábitos de las jóvenes generaciones.

A Cataluña, en los últimos veinticinco años, han llegado casi dos millones de personas inmigradas, y la población ha pasado de 6 millones a más de 8 millones, a pesar de choques económicos negativos como la crisis financiera global, el proceso independentista o la covid. Es como si hubiera llegado una nave espacial gigante con una población que supera a la población de Barcelona, y se hubiera instalado entre nosotros. ¿Alguien se cree que esto hubiera sido posible de forma pacífica y civilizada sin un comportamiento ejemplar de la mayoría de la gente joven, nativos y recién llegados?

Por cierto, ¿tiene sentido seguir preguntando a esta población mayoritariamente mestiza, si se siente más catalana que española o al revés?

El problema, como ha dicho el politólogo norteamericano Larry Bartels es que “la democracia se erosiona desde arriba” y lo que sí es un peligro es que este “desde arriba” hoy tiene una gran fuerza global que emana de la Casa Blanca. Si queremos hacer avanzar las ideas de progreso, más que poner bajo la lupa a la gente joven, quizás mejor que pongamos los grandes intereses (dirigidos por gente de cierta edad) que empujan fuerzas geopolíticas que son las que hoy ponen en peligro la democracia.

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