No hay nada de casual en que coincidan en el tiempo y en el espacio dos noticias tan opuestas y significativas en el universo azulgrana como son la renovación de Lamine Yamal en condiciones de Balón de Oro y campeón de la Champions, y la más que probable caída de Ansu Fati a los infiernos de una ruta de cesiones fuera del Barça hasta que concluya su actual contrato en la temporada 2026-27. A partir de allí, su rastro desaparecerá como el de tantos otros frustrados candidatos a crack, en su caso por culpa de la precipitación del presidente Joan Laporta el verano de 2021, cuando tuvo la desacertada ocurrencia de intentar tapar el enorme vacío provocado por el adiós de Messi con el chaval prometedor, brillante, amigo del gol y carismático que parecía Ansu Fati, irresistible sobre todo para los más jóvenes barcelonistas.
A Laporta le dio igual que llevara un año sin jugar, con un preocupante calendario de recaídas a cuestas y con evidentes indicios de errores médico-quirúrgicos cometidos en la rodilla de un adolescente al que, de pronto, se le exigió que se pareciera a Messi. La presidencia necesitaba tanto distraer al barcelonismo tras la patada a Messi que, como acelerante de ese relato mediático, lejos de sostenerse en ninguna base futbolística, le añadió el peso de la camiseta con el dorsal 10 a la espalda.
Imposible que aquella jugada saliera bien, pues Ansu Fati se vio de pronto en todas las portadas como el nuevo Messi con la exigencia de responder, además, a un contrato de crack con un salario elevado y progresivo, situándose entre los cinco jugadores mejor pagados de la plantilla. Para la temporada 2025/26, su salario bruto será de 12 millones de euros, y para la 2026/27, de 14 millones de euros, sumando un total de 26 millones de euros brutos pendientes hasta el final de su contrato actual.
El único que salió ganando fue su agente, Jorge Mendes, encantado de ver cómo, un año después que el FC Barcelona ya lo blindara bajo la presidencia de Josep Maria Bartomeu, cuando su estado físico era tan extraordinario como su rendimiento, a Laporta le convenían portadas de Ansu Fati en las que proyectar su imagen como alguien casi mejor y con un palmarés superior al de Messi si mantenía esa progresión.
El mismo Jorge Mendes que descuidó lo que de verdad necesitaba en aquel momento Ansu Fati: los mejores cuidados y decisiones médicas, y mantenerse en un segundo plano a la espera de recuperar el tono y su juego previos a la lesión.
Ahora, se le empuja casi a patadas fuera del Barça. Al Mónaco, según las noticias que filtra el club, que desde luego no se hará cargo de buena parte de la ficha de Ansu Fati. Lo que haga falta para que ese dorsal 10 de Messi, por ahora maldito, luzca en las fotos de renovación de Lamine Yamal. La cláusula de rescisión de Ansu Fati es de 1.000 millones y ahora se le busca deshacerse de él por una cesión con opción de compra de entre 10 y 20 millones que, en todo caso, dependerá de sus prestaciones en su nuevo club a partir de la próxima temporada.
Salvando las distancias, pues el nuevo y precoz crack azulgrana ha explotado esta temporada tras su protagonismo en la Eurocopa del verano pasado y haber liderado al equipo en los títulos conquistados a nivel nacional, la ansiedad y la prisa por cerrarle un contrato de megacrack guardan un cierto parecido con las formas empleadas por Laporta con Ansu Fati en su momento.
El presidente -a quien, por cierto, le encanta firmar contratos con comisiones millonarias a favor de su amigo Jorge Mendes, y hace exactamente un año lo intentó todo para que João Félix pudiera seguir siendo el titular por delante del propio Lamine Yamal- se ha visto atrapado en la circunstancial amenaza de que su primer contrato vencía en junio de 2026, de que alguien ha hecho sonar las campanas de un interés del PSG por seducirle como a Mbappé a base de triplicarle las condiciones y, por descontado, de que ya se ha convertido en el mejor del equipo antes de cumplir los dieciocho años.
¿Eso quiere decir que debe convertirse automáticamente en el jugador mejor pagado del vestuario? Cierta lógica responde que sí, mientras que la cautela y la ruinosa situación económica de Laporta, sin fair play financiero por ahora, invitan a estudiar fórmulas de un contrato creciente, como en los tiempos de Bartomeu y como firman todos los jugadores, y también a no precipitarse por si bañar en oro a un futbolista tan joven y sin una Champions todavía puede no ser lo más aconsejable en estos momentos.
La euforia reinante en el ambiente y las pocas ganas de Laporta de sufrir por el futuro de Lamine Yamal, además de esa propensión suya a facilitarle la vida y el trabajo a Jorge Mendes, han acelerado la mejora de unas condiciones que ya estaban pactadas y eran bastante más bajas hace meses.
Curioso es que los acontecimientos se hayan precipitado después de Lamine Yamal infringiera gravemente la disciplina y la propia dinámica del vestuario la semana pasada, saltándose por otro plan mejor con sus amigos la cena oficial de final de curso. Un gesto feo, probablemente infantil y puede que perdonable por su presunta inmadurez -cuestionable en este caso concreto-, pero que ha provocado en la directiva una reacción de miedo antes que una oportunidad para enfriar una negociación tan al alza y tan caliente con 40 millones brutos de base por temporada a partir de ahora.
Ahora mismo, como es lógico, lo que sellan el Barça y Lamine Yamal es un acuerdo para ganar tripletes y dominar el fútbol mundial ese es el punto de partida, idéntico al que el Real Madrid aspiraba tras la llegada de Mbappé el verano posado y al del propio Barça cuando se lo jugó todo a la carta de Ansu Fati.
Nada que ver con la trayectoria de Leo Messi en el Barça, que fue mejorando sus condiciones a medida que el museo se llenaba de trofeos y de sus Balones de Oro. Esa es la reflexión que la experiencia exige a la vista de la estadística y de las trayectorias de los grandes jugadores, que suele ser una mala política anticipar la consagración de los jóvenes talentos, tanto como echar a las figuras antes de tiempo. El Barça, por ejemplo, se perdió el dineral y el insuperable flujo comercial aportado por Messi si hubiera ganado el Mundial siendo aún jugador del Barça. Cientos de millones descarrilados como, en una proporción menor, pero igualmente costosa, sucedió con la precipitada renovación de Ansu Fati, tan idílica y necesaria como lo parecía hace cuatro años.