Se atribuye al general franquista Millán Astray la frase “muera la inteligencia” en plena guerra civil española. Lo habría pronunciado ante Miguel Unamuno, entonces rector de la Universidad de Salamanca, que le habría recriminado la revuelta golpista contra la República. “vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición”.
Al franquismo le molestaba la gente inteligente. Quería soldados que no hicieran preguntas incómodas. De hecho, al franquismo le molestaba la gente demócrata, la gente que creía que una sociedad debe basarse en el diálogo y el afán de mejorar las condiciones de vida de todos, sobre todo de los más vulnerables y humildes.
Franco y Millán Astray hace tiempo que no están. Astray murió el 1 de enero de 1954 por una enfermedad del corazón. El 20 de noviembre, el entonces presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, nos dio la buena noticia de que Franco había muerto, a pesar de los esfuerzos de “su equipo médico habitual”. Los dos generales, sin embargo, no se llevaron a la tumba el odio a la inteligencia.
La inteligencia sigue molestando a los dictadores y los dirigentes autócratas. Necesitan unos ciudadanos lo más desinformados posible, y si pueden ser egoístas e insolidarios, mejor. A modelar este tipo de ciudadanos es a lo que se dedican los populistas, los supremacistas, los racistas, los xenófobos, los nacionalistas, los machistas, con la ayuda de las redes sociales.
Las redes sociales se han convertido en vías para difundir el odio y las mentiras. Los insultos y falsedades que antes no circulaban por los medios convencionales o lo hacían en ocasiones contadas se han convertido en la normalidad en unas redes que están en manos de unos particulares que tienen un gran poder para influir en la sociedad. Os recomiendo la lectura de “La tiranía de las naciones pantalla. Los cinco pecados capitales de las plataformas que gobiernan Internet”, de Juan Carlos Blanco (Ediciones Akal), por si tenéis dudas de los peligros y efectos nocivos de estas redes.
Donald Trump, de la mano de Elon Musk, están en lo más alto de esta coalición de enemigos de la inteligencia. Quieren gente espabilada y obediente. Gente quizá lista pero no que tengan ideas propias, que les cuestionen sus actos deshonestos, inmorales y perjudiciales para los más débiles. Por ello, Trump quiere cerrar las puertas de las universidades de su país a los estudiantes extranjeros. Por ello pretende que no profundicen en el combate ideológico contra el racismo y el machismo o en la promoción de las personas con discapacidad.
Al argentino Javier Milei no le hace falta decir “muera la inteligencia” cuando exhibe una sierra eléctrica en sus mítines. A Víktor Orban se le entiende todo cuando prohíbe el desfile del orgullo gay en Budapest. Quien enmiende la plana al presidente ruso, Vladimir Putin, sabe que le espera un futuro de persecución, encarcelamiento, o incluso de muerte. La periodista filipina, Patricia Evangelista, acaba de presentar en Barcelona su excelente y valiente libro “Que alguien los mate”, donde explica cómo y porqué llegó al poder el sanguinario presidente de su país, Rodrigo Duterte.
En España el “muera la inteligencia” de Astray ha vuelto a las calles y no se ha privado de saltar a la propia sala de prensa del Congreso de los Diputados. Los herederos de los generales de la dictadura se han disfrazado de periodistas e insultan, convenientemente financiados por las administraciones que gobierna el Partido Popular, a los parlamentarios de las fuerzas de izquierda.
El PP de Alberto Núñez Feijóo ha hecho del odio y la mentira su forma de hacer política. Se abraza al Vox de Santiago Abascal, un partido que quiere volver al franquismo puro y duro y que se niega a sumarse a los minutos de silencio convocados para rendir homenaje a las mujeres víctimas de la violencia machista. Y se abrazan cuando hacen números en los sondeos electorales. Si PP y Vox suman más que las fuerzas progresistas pactan sin dudarlo. Una vez sentados en las sillas del poder harán un poco de comedia y quizás hacen ver que se distancian un poco, pero siguen compartiendo su odio a la inteligencia y a la solidaridad con los más débiles.
Unamuno tenía razón. Los populistas, los autoritarios, los aspirantes a dictador pueden vencer pero no convencer. El trabajo que toca ahora es luchar contra el odio que nos quieren inocular a través de las redes sociales y las herramientas de los poderosos y privilegiados, con la convicción de que podemos vencerlos. Más tarde o más temprano la inteligencia y la solidaridad se impondrán. No hay mal que dure cien años, dicen.