Alberto Núñez Feijóo, José Luis Martínez Almeida, Isabel Díaz Ayuso, Esther Muñoz de la Iglesia… La lista es muy larga, demasiado larga. Quizás llenaría dos o tres páginas, quién lo sabe. Los hay que no soportan que se denomine “genocida” al estado de Israel; los hay que confiesan haber votado por la canción del estado sionista antes de escucharla en su participación en el Festival de Eurovisión; la de Madrid tachando de “numerito” el llamamiento de RTVE a la paz, a la defensa de los derechos humanos. A todos los de esa lista yo no tengo reparos en llamarlos asesinos, mejor dicho, ASESINOS, en mayúsculas. No solamente son cómplices de esos asesinatos. Con sus palabras son claramente actores principales en esas acciones. No hace falta empuñar un arma ni apretar el gatillo de una pistola. Tampoco clavar un puñal en el cuello de un niño palestino. No hace falta.
El desprecio hacia esos más de quince mil niños y niñas asesinados, el aplauso a un estado, el de Israel, que ha convertido el hambre en arma de guerra, las sonrisitas irónicas, el relacionar a Eurovisión con Franco, y tantas y tantas afrentas, tantas y tantas injurias, tanta maldad, no puede ser definido de otra manera que ASESINOS. ¿Cómo quieren que designe a los que se ríen de los que, como yo, lanzamos gritos de desesperación cuando vemos las imágenes de niños famélicos apostados frente a un hospital destruido? ¿Cómo quieren que nombre a los que vitorean a esa barbarie, a los que destruyen con bombas cualquier atisbo de vida, a los que asesinan periodistas, médicos y fotógrafos para que no puedan mostrar al mundo lo que está pasando en Gaza? ASESINOS.
A mí me gustaría tener delante a esos tres elementos del principio y preguntarles por qué, por qué tanta miseria humana, por qué se regocijan en esos niños y niñas asesinados por las bombas, descuartizados por Israel, con la intención de que nunca crezcan. Me gustaría saber si el objetivo es únicamente político, es decir, ir contra Pedro Sánchez como sea. Y, claro, les respondería que no todo vale, que son vidas humanas. ¿Pero ellos qué van a entender? Lo único que cabe en el cerebro de un monstruo es la muerte de los demás para sobrevivir, caiga quien caiga. No importa si son niños o mujeres, médicos o periodistas.
Y vuelvo a llamarles ASESINOS, con todas las letras. Podrán dormir tranquilos, básicamente porque cuando no se carece de alma, no se puede tener ningún tipo de empatía. Creo que la mía es innata, no puedo asegurarlo. Quizás es fruto de mi educación, de los que me formaron poco a poco. Y tengo que agradecerles a todos que me enseñaran a amar por encima de todas las cosas, fuera totalmente del ámbito religioso. Amar como sinónimo de comprender, de abrazar aquello que no pertenece a mi círculo más cercano. Acercarme a lo desconocido para asimilarlo, para enriquecerme. Desgraciadamente, también me enseñaron a no desear nada malo al prójimo, a no insultar, a dejar que fuera Dios el que se encargara de juzgar a aquellos que hacían el mal.
Y durante mucho tiempo he tratado de convencer a esos racistas, a esos energúmenos que desean lo peor para sus semejantes no iguales, que un día nos puede pasar a nosotros, que los genocidios y las limpiezas étnicas no son exclusivas de ciertos territorios, que ya vivimos una guerra, que la historia no debe repetirse, que debemos entendernos.
He cambiado. A esos ASESINOS de boquilla, a esos cobardes que se esconden detrás de las redes, a esos apocados que vomitan odio por la boca, a esos Feijóos, Ayusos y Almeidas, a esos, solo les deseo que sufran en algún momento de sus vidas lo que están padeciendo los ciudadanos palestinos. Que sufran el hambre, la sed, el desprecio, las bombas sobre sus cabezas, el exterminio total. Sé que es duro lo que digo, pero no me queda otra. Cuando observo las miradas de esos engendros cuando se les pregunta por los miles de muertos en Palestina, cuando me percato de su inacción, de su falta de humanidad, no tengo más remedio que pedir a quien sea, al universo, al karma, que haga su trabajo. Hay personas que nunca mirarán a un ser humano como igual. Por eso, tienen, sin más remedio, que experimentar lo que ellos aprueban. Que así sea.