La Liga le pone deberes a Laporta, que ya perdió 80 millones con el sextet

Gestionar los títulos a favor de mayores ingresos requiere habilidad y acierto por parte de la junta del Barça, aunque se sospecha que el presidente los utilizará para justificar un incremento de los gastos

El Barça, celebrant la Lliga - Foto: FC Barcelona

Para un club como el FC Barcelona, ganar la Liga supone básicamente un factor de crecimiento en lo económico y, a la larga, un incremento de los ingresos, si la directiva de turno es capaz de gestionar con profesionalidad y acierto el prestigio extra que aporta a la entidad.

Con precisiones. La primera, que el Barça no ha sido, precisamente, el club del mundo cuya prosperidad y poder patrimonial y económico haya estado vinculado históricamente -dependencia sería en este caso el término prescindible- a los títulos. Más bien lo contrario. La segunda, que conquistar la Liga no se traduce tampoco en un efecto inmediato de ganancias.

Lo más probable, en este sentido, es que a final de temporada el asiento de las consecuencias financieras acabe justificando un ligero repunte de los gastos, empezando porque como se suelen calcular los presupuestos con base en la conquista de la Liga, el gasto máximo está asegurado, lo que incluye un dineral en variables (primas) que afectan al primer equipo, jugadores y técnicos, paga extra para los empleados y activación de determinados contratos con terceros clubs de procedencia de los futbolistas. A esta carga hay que añadirle dos primas inicialmente imprevistas, correspondientes a la Supercopa y a la Copa del Rey.

También es cierto, por otro lado, que si los contratos con determinados patrocinadores se han hecho como es debido (Nike, Spotify, etc.) los títulos como la Liga redundan en un mejor rendimiento o los aseguran en según que casos, si estos llegan en un determinado periodo de tiempo. En este duelo de costes e ingresos extra derivados del éxito del primer equipo, por lo que a la Liga se refiere, suelen acabar ganando los gastos a corto plazo.

Otra cosa es que, conociendo a Joan Laporta y su proverbial y compulsiva propensión al gasto, la fiesta acabe mucho peor de lo que debería porque, de cara a la afición y a la asamblea de octubre próximo, que igualmente volverá a ser telemática, oscura, totalitaria y antidemocrática, justificará ese repunte con los tres títulos de la temporada. Seguramente, se tratará de gastos de gestión voluminosos inexplicables y generalistas, sin detalle de las partidas.

De hecho, si no fuera porque LaLiga sigue ejerciendo un control financiero exhaustivo hasta donde Laporta le cuenta o le enseña la verdad de sus tejemanejes, el descontrol podría llegar a límites insospechados. Por ejemplo, tras ganar el sextete y tres títulos más entre las temporadas 2008-09 y 2009-10, Laporta presentó unas pérdidas de 80 millones. Sin duda, en esta segunda oportunidad, el presidente aprovechará la coyuntura y el viento a favor para su deporte preferido, el despilfarro, hasta donde Javier Tebas y su equipo de expertos se lo permita. La Liga no se traduce, a diferencia de la Champions, en un premio dinerario directo por ganarla. Solo más gastos si se focaliza en estas consecuencias a corto en la cuenta de explotación.

Más adelante es cuando será posible rentabilizar el campeonato si los partidos del verano están sujetos al nuevo caché del Barça cuando se han negociado y, sobre todo, en la repercusión en la demanda de las entradas, por abono o por taquilla, de cara a la próxima temporada, la 2025-26. Eso, claro está, a partir de que, en algún momento de los próximos quince o veinte días, la directiva sea capaz de fijar un día inamovible de regreso al Spotify que permita establecer ya un calendario que incluya los pases de temporada de la reapertura del estadio de Les Corts o bien para el Lluís Companys (o no), dependiendo de que realmente la directiva pueda garantizar la disputa del primer partido de la Champions en una u otra sede, circunstancia que marcará ese retorno. En el Spotify se supone que los ingresos mejorarán sustancialmente por la ansiedad de los propios socios en volver y porque el resto de los aficionados estarán dispuestos a pagar lo que el Barça pida por ver en acción a Lamine Yamal y los suyos. En caso contrario, los gastos de jugar en Montjuic volverán a ser una carga por el coste elevado del alquiler y de los servicios y requisitos de este caro exilio, difícil de compensar por la limitación del aforo.

Quien no está para bromas en este sentido es la UEFA, a la que el Barça deberá comunicar también en breve el estadio donde, cuando menos, se pueda disputar la primera fase de la liguilla hasta febrero de 2026.

Lo que también ha hecho el equipo de Lamine Yamal y de la segunda edad de oro de la Masía es, además de añadir el 28º título de Liga de la historia, dejar en manos de la directiva convertir en beneficios esta oportunidad única que, por otro lado, también exige la inminente renovación-ampliación de contrato de Lamine Yamal y de todo lo que cuelgue de esa relación tan intensa, próxima y gravosa (para el Barça) del presidente con Jorge Mendes. Laporta tiene deberes.

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