De repente, Europa se ha despertado de su sueño para descubrir que desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha sido un simple protectorado de unos Estados Unidos que ahora quieren convertirla en colonia a través de exigencias como la de incrementar hasta un 5% del PIB el presupuesto en defensa de los países de OTAN. Una petición que podría parecer razonable si tenemos en cuenta que dos tercios del presupuesto de la Alianza Atlántica van a cuenta de los norteamericanos, pero que no lo es tanto cuando en verdad esconde un impuesto destinado a alimentar su industria y, aún menos, cuando van acompañados de unos aranceles exorbitados que lo que pretenden es ignorar la legislación europea para poder inundar el mercado del Viejo Continente con productos que aquí, hoy por hoy, son considerados peligrosos e insalubres. Si de paso puede dividir a los países de la Unión hasta hacerla inviable, pues mejor.

La cínica y un tanto hipócrita Europa se podía permitir el lujo de ser pacifista porque el ejército lo ponían otros y las amenazas bélicas parecían lejanas, pero ahora el mundo ha cambiado y no tan rápido como se puede pensar. El orden mundial que nació de la derrota del nazismo se hundió con la caída del muro de Berlín en 1989 sin que nadie hiciera nada para modernizar unas instituciones internacionales que respondían y todavía responden a una realidad inexistente, un buen ejemplo son las Naciones Unidas, con un Consejo de Seguridad del que forman parte países que ni siquiera existían en 1945 -es el caso de Rusia- y otros que juegan a ser grandes potencias cuando ya hace tiempo que lo dejaron de ser, tal y como pudieron comprobar Francia y el Reino Unido un lejano 1956, cuando invadieron el canal de Suez sin permiso de los americanos y los Estados Unidos les obligaron a retirarse.
Cuando las organizaciones que deben velar por la seguridad mundial no son más que estructuras anticuadas y con la misma fuerza que una cáscara de huevo vacía no es de extrañar que el matonismo se haya convertido en una forma legítima de relación entre los estados. Lo puso en práctica Putin, primero con timidez en Georgia y Crimea, después sin complejos en Ucrania. Lo está haciendo Israel en Gaza, el Líbano, Siria y Cisjordania y lo bendicen los Estados Unidos predicando la limpieza étnica de los palestinos, mientras muestran sus ansias expansionistas en Canadá y Groenlandia –imprescindibles para controlar la ruta comercial que se abre al Ártico debido al calentamiento global- y también en Panamá por donde circula el 3% del comercio mundial.
Estados Unidos quiere controlar estas rutas, del mismo modo que quiere dar vida a Rusia, cada vez más ubicada en la órbita de China debido a las sanciones internacionales, para poner fin a su dependencia del gigante chino, quien hoy en día es su verdadero rival. Europa ya no es importante para los americanos, ya no les hace falta como aliada, pero quieren ordeñarla un poco con una guerra comercial que pueden ganar. No en vano Mississipi, el estado más pobre de los Estados Unidos, tiene el mismo PIB que Alemania.
Cuando hoy Europa se rearma, lo que está haciendo de verdad es luchar por su independencia, reforzar su industria ahora que la automoción va de baja y buscar una influencia mundial que ha perdido, tal y como demuestra su exclusión de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia para alcanzar la paz en Ucrania. Unas negociaciones que en realidad encubren el reparto de los recursos naturales de los ucranianos entre dos grandes potencias atómicas. Hablamos de un país donde se calcula que hay el 5% de las reservas mundiales de tierras raras que resultan imprescindibles para la fabricación de teléfonos móviles, computadoras o equipos médicos, por poner solo unos ejemplos.
Pensar que cuando un matón armado hasta los dientes con armas nucleares se mete contigo, podrás apaciguarlo con negociaciones y buenas palabras es puro infantilismo. Es como dar tu bocadillo al abusador del patio para que te deje en paz. Solo conseguirás que mañana te pida dos. Europa tiene razón en esto y hace bien en ponerse en una defensa común en la que hace años que debería haber pensado; pero demuestra que mantiene intacto su cinismo cuando se queja porque Estados Unidos quiera cobrarse su ayuda a Ucrania durante estos años de guerra mientras obvia que el Reino Unido les estuvo pagando la ayuda prestada durante la Segunda Guerra Mundial por sus aliados americanos hasta diciembre de 2006.
Lo que en verdad expresa Europa cuando se queja amargamente por haber sido apartada de las negociaciones de paz en Ucrania es su pena por haberse quedado sin su parte del pastel y su miedo de acabar siendo la siguiente pizza a repartir.