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Después de 140 años, ¿llegaremos a la semana laboral de cuatro días?

Temi Vives

Biòleg i filòsof. Professor Honorífic de la Universitat de Barcelona.
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El 1º de mayo, conocido como Día Internacional de los Trabajadores, tiene su origen en las luchas obreras de finales del siglo XIX en Estados Unidos, especialmente en Chicago. Concretamente, el 4 de mayo de 1886, una manifestación de huelguistas en la plaza Haymarket de Chicago fue reprimida brutalmente por la policía e implicó la muerte de cuatro trabajadores y un juicio posterior en el que (arreglado por el juez y el fiscal) se condenó y ahorcó a seis huelguistas.

La huelga de mayo de 1886 reivindicaba la jornada laboral de ocho horas ante las extenuantes jornadas de hasta 18 horas diarias. Este objetivo sólo se consiguió en 1938, pero desde entonces los avances han sido nimios. En 1889, la Segunda Internacional declaró el 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores para conmemorar la lucha por la jornada de ocho horas y recordar a los mártires de Chicago. Desde entonces, se celebra en la mayoría de los países como jornada de reivindicación laboral, aunque paradójicamente en Estados Unidos y Canadá se conmemora en septiembre.

La propuesta sindical que actualmente cobra fuerza en casi todo el mundo es la de cuatro días y 32 horas de trabajo semanales. De hecho, en España desde 2022, más de 200 empresas han implementado la semana laboral de 32 horas en sectores como la sanidad y la manufactura, lo que ha implicado entre otras cosas una importante reducción del absentismo y un aumento de los ingresos.

Esta reivindicación puede resultar atractiva para numerosos trabajadores, pero un trabajador que tenga dificultades para mantener a su familia o para pagar el alquiler, en buena lógica dará prioridad a un salario digno antes que a una semana laboral de cuatro días.

El aspecto temporal del trabajo es un punto de conflicto fundamental en la sociedad capitalista, ya que cuando dormimos, comemos, criamos hijos, pasamos tiempo con nuestros amigos, disfrutamos del sol o nos vamos de vacaciones, lo hacemos en base a las pautas de quienes controlan nuestro trabajo.

Es lógico, por tanto, que los trabajadores de la sociedad moderna luchen por menos trabajo y más ocio, y así poder disponer un poco más de nuestras vidas personales y familiares. Este tipo de medidas, mejoran la conciliación de la vida personal y laboral, aumenta la satisfacción y la productividad de los empleados, reduce el estrés y el absentismo, y tiene beneficios medioambientales al disminuir desplazamientos y el consumo energético y de recursos vinculados a los desplazamientos.

Los empresarios españoles temen (o al menos así lo argumentan) que la reducción de jornada sin una adaptación progresiva y flexible pueda afectar a la competitividad, la productividad y la supervivencia de muchas empresas, especialmente las más pequeñas y las de sectores menos rentables.

Los sectores que muestran más resistencia a la jornada laboral de cuatro días son aquellos que requieren más presencialidad y atención directa al público. Muchas pequeñas y medianas empresas (pymes) y autónomos, especialmente los que operan con márgenes ajustados y dependen de la atención continua al cliente, consideran inviable este modelo.

Sin embargo, diversos estudios muestran que reducir la jornada mejora el bienestar del trabajador, disminuye el agotamiento y aumenta la satisfacción laboral, incluso en trabajos exigentes.

Las pruebas realizadas en países como Islandia, Bélgica, Reino Unido y empresas como Microsoft Japón han mostrado que la semana laboral de cuatro días puede aumentar la productividad, reducir el estrés y mejorar el bienestar de los trabajadores, sin afectar negativamente a los resultados empresariales.

Para que la reducción laboral funcione es clave reorganizar procesos y priorizar tareas de gran valor; fomentar la colaboración y la eficiencia en el uso del tiempo y, sobre todo, apoyarse en tecnología y herramientas digitales.

En resumen, la semana laboral de cuatro días puede beneficiar trabajos de investigación y de alta responsabilidad si se acompaña de una reorganización profunda y una gestión eficiente del tiempo, mejorando la salud y el compromiso sin reducir la productividad necesariamente.

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