Los catalanes somos y seremos europeos. Los gandules y los trabajadores

Bluesky

La letra de la sardana La Santa Espina es de un chovinismo que invita a la sonrisa conmiserativa. Àngel Guimerà tenía el día épico cuando se le ocurrió aquello de que «no hay tierra más ufana bajo la capa del sol» que Cataluña. Tomado como un divertimento tiene su gracia. He buscado «ufana» en el Diccionario catalán-valenciano-balear del Institut d’Estudis Catalans y la primera acepción que sale dice que es una «ostentación artificiosa o por vanidad». Y cita las frases hechas «molt ufana i poca grana» o «molt ufana i poca llana«, que le dan el sentido de ser «algo ostentoso pero que tiene poca sustancia».

La gente que canta La Santa Espina, con la música de Enric Morera, no piensa que Cataluña sea una «cosa ostentosa» y con «poca sustancia». Algunos deben pensar que somos los mejores. No se sabe en qué pero somos mejores que los que no son catalanes. Se entiende que la gente use esta canción para mostrar el rechazo a la persecución que el catalán sufrió durante las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco. La Santa Espina se estrenó en el Teatro Principal de Barcelona el 19 de enero de 1907. Hace 118 años. El gobernador civil que tenía Barcelona en 1924, que era el general Losada, la prohibió con este argumento: «Habiendo llegado a este Gobierno Civil, en forma que no deja lugar a dudas, que determinados elementos han convertido la sardana «La Santa Espina» en himno representativo de odiosas ideas y criminales aspiraciones, escuchando su música con el respeto y reverencia que se tributan a los himnos nacionales, he acordado prohibir que se toque y cante la mencionada sardana en la vía pública, salas de espectáculos y sociedades y en las romerías o reuniones campestres, previniendo a los infractores de esta orden que procederé a su castigo con todo rigor».

Un crack, este hombre.

Franco la prohibió también al acabar la guerra civil pero dejó que se incluyera en la película «Amor bajo cero», en 1960. Salomé la cantó en 1971. El dictador todavía estaba vivo aunque le quedaban sólo cuatro años de vida. Doce años después, el entonces ministro de Defensa, Narcís Serra, presidió una parada militar en el cuartel de El Pardo donde la Guardia Real la interpretó.

La expresión de que «somos y seremos gente catalana tanto si se quiere como si no se quiere» tuvo todo su sentido durante los periodos dictatoriales que sufrió España en el siglo pasado. Estamos ya en otro siglo y nos hemos acostumbrado a vivir en democracia. ¿Quién es que no quiere ahora que seamos gente catalana? ¿Tiene algún sentido esta pregunta hoy? Y, ampliando el foco, ¿quién es la «gente catalana» hoy?

Para la extrema derecha independentista y otros colectivos que no se identifican con la etiqueta de ultras, aunque les encaja bastante bien, en Cataluña viven más de 8 millones de personas pero de «gente catalana» hay muchas menos.

Así las cosas, se hace difícil generalizar sobre cómo somos o dejamos de ser los catalanes si no es para hacer chistes con los tópicos que se supone que nos caracterizan: aquello de ser avaros, mirar mucho por lapela y reírnos con las bromas escatológicas. Características que me situarían a mí fuera del chat de la «gente catalana».

Por eso, cuando la portavoz de Junts en el Congreso de los Diputados, Míriam Nogueras, dice que «los catalanes no somos unos gandules» para oponerse a la reducción de la jornada laboral de 40 horas a 37 horas y media me pregunto en qué sondeo se basa. ¿Se ha hecho alguna encuesta sobre si los que vivimos, trabajamos o estamos jubilados en Cataluña somos gandules o trabajadores? Más aún, ¿lo somos más que los que viven, trabajan y están jubilados en otras comunidades españolas o de otros países?

Resulta que el 30% de las empresas ubicadas en Cataluña ya tienen un horario laboral de 37 horas y media. Juntando las dos informaciones, deberíamos concluir que para Nogueras una tercera parte de las empresas catalanas las sacan adelante un grupo de gandules.

Por otro lado, me he enterado de que los españoles duermen media hora menos de media que los europeos. ¿Nos autoriza esto a decir que los europeos son unos gandules y unos dormilones? Pues, no.

En algunas cosas estamos mejor que el resto de europeos y en otras, peor. De lo que no tengo ninguna duda es de que en Barcelona, en Cataluña, en España y en Europa hay gente gandula y gente trabajadora. Y también tengo muy claro que todos tenemos que trabajar juntos para vencer la plaga de chovinismo, aires de superioridad y odio a lo diferente que corre por el mundo. Por eso, me manifesté el día 9 en la plaza de la Catedral por una Europa federal que luche por defender los derechos y la dignidad de todos y todas, especialmente de los más vulnerables.

«Somos y seremos gente europea». Lo quieran Trump y Putin, o no lo quieran.

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