Como no soy técnico ni ingeniero, me abstendré de hacer ningún análisis ni dar ninguna opinión sobre el apagón eléctrico general que sufrió la península Ibérica el pasado día 28 de abril. No dudo que, tarde o temprano, tendremos una explicación detallada y coherente de los hechos por parte de la ministra y vicepresidenta tercera, Sara Aagesen. Pero sí que, como ciudadano catalán del siglo XXI, quiero expresar algunas convicciones personales sobre la energía, en clave de civilización.
Conceptualmente, la obtención de energía eléctrica, calórica y automotriz a partir de combustibles fósiles me parece un disparate ecológico, por la contaminación que este proceso emite a la atmósfera y que tiene un impacto directo sobre el cambio climático que sufrimos. Además, el descubrimiento y explotación de yacimientos petrolíferos ha sido una desgracia geopolítica, y la mayor parte de los países productores (salvo algunas excepciones, como Noruega o Canadá) son tiranías (Arabia Saudí, Rusia, los Emiratos Árabes Unidos, Venezuela, Irán…), donde se vulneran los derechos humanos.
Los habitantes actuales de la Tierra tenemos un deber moral prioritario: legar el planeta que hemos recibido a nuestros hijos y nietos en las mejores condiciones de preservación del patrimonio natural. Y esto choca frontalmente con los residuos atómicos que produce la tecnología de la fisión nuclear que empleamos para la obtención de energía eléctrica, además del riesgo intrínseco que tienen estas instalaciones (recordemos Fukushima, Chernóbil, Three Mile Island…).
Los desechos radiactivos son muy peligrosos y contaminantes, y algunos subproductos del uranio, como el plutonio, el americio, el neptunio o el curio, emiten radiaciones durante miles y millones de años. ¿Qué tenemos que hacer de estos residuos que quedan después de quemar el uranio?
Este es el talón de Aquiles de la industria nuclear que, de momento, todavía no tiene una respuesta definitiva y convincente. Durante años, estos desechos se lanzaban al fondo del mar, hasta que se llegó a la conclusión que esto era una aberración total y absoluta.
La fórmula que propone el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) español es enterrarlos en un almacén geológico profundo (AGP), del cual ya hay un prototipo en Finlandia. Se trata de depositar los desechos atómicos a gran profundidad y en un entorno geológico sin ningún riesgo sísmico. En el caso de España, la construcción del AGP, que no se sabe dónde se ubicará, está planificada para el año 2073 (!).
¿Y mientras tanto? Una vez descartado el Almacén Temporal Centralizado (MTC) de residuos atómicos que se había previsto en Villar de Cañas (Cuenca), la estrategia del CSN es la construcción de Almacenes Temporales Individualizados (ATI) en cada una de las siete centrales nucleares que hay en España.
Esto es urgente. Hasta ahora, los residuos se guardan, para su refrigeración, en las piscinas externas que hay anexas a las centrales. Pero, con el paso de los años, estas piscinas ya están casi saturadas. En el caso de Cataluña, la piscina de Vandellòs II se calcula que estará llena el abril del 2027; la de Ascó I, el octubre de aquel mismo año, y la de Ascó II, el abril del 2028.
Por consiguiente, es imperioso construir los ATI para evitar el colapso de los residuos, hecho que obligaría a la paralización inmediata de las centrales. Estos ATI son unas instalaciones a cielo abierto donde se apilan, expuestos a las inclemencias meteorológicas, columnas de contenedores rellenos de residuos altamente radiactivos.
El CSN ya ha iniciado los trámites para la aprobación y construcción de los ATI de Ascó y Vandellòs. Pero, en el caso de Vandellòs, en vez de un ATI, ¡habrá dos! Uno para la central operativa Vandellòs II y otro para la unidad Vandellòs I, que sufrió un gravísimo incendio en 1989 y que está en proceso de desmantelamiento.
Los residuos atómicos más críticos de Vandellòs I fueron trasladados a Francia, donde están almacenados provisionalmente en el complejo nuclear de La Hague (Normandía). Por este servicio, España paga diariamente 85.200 euros y, durante estos años, se calcula que la factura francesa ¡ya supera los 200 millones!
El Gobierno tiene prisa para que vuelvan a Vandellòs estos residuos depositados en Francia y, por eso, promueve la construcción de un ATI especial, además del que está previsto para Vandellòs II, a solo 5 kilómetros. El Ayuntamiento de esta localidad del Baix Camp está totalmente en contra: un ATI, sí; dos, no, y reclama que se unifiquen.
La construcción de estos ATI coincide, prácticamente, con la fecha anunciada de cierre de las centrales nucleares: según el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), está previsto que Ascó I cese sus actividades en 2030; Ascó II, el 2032, y Vandellòs II, el 2035. En estos almacenes al aire libre, además de los residuos atómicos, también está previsto que vayan a parar todos los elementos contaminados con radiactividad que hay en el interior de las centrales, que habrá que desmantelar una vez paren su producción.
Es decir, durante más de 40 años, hasta que esté a punto el futuro AGP, en Cataluña tendremos que convivir con tres cementerios nucleares provisionales (uno en Ascó y dos en Vandellòs), que serán una pesadilla permanente para los habitantes de las comarcas del Ebro. Es una irresponsabilidad dejar ensuciada Cataluña con estos residuos y es por eso que, en nombre de nuestros descendientes, las centrales nucleares tienen que ser clausuradas, cuanto antes mejor.
Hay alternativa al petróleo y al uranio como fuentes principales para la producción de electricidad. En los últimos años, las energías renovables (eólica, fotovoltaica, hidráulica reversible, biomasa, geotérmica…) han experimentado formidables adelantos técnicos y una industria fundamental, como la automovilística, ya ha empezado la gran migración hacia los vehículos eléctricos.
Todavía nos queda mucho camino por recorrer y adaptarnos, pero el futuro está claro: energías limpias para un mundo mejor. En Cataluña, el trabajo pendiente es especialmente intenso, puesto que llevamos un retraso vergonzoso en la implantación de parques eólicos y campos solares. También tenemos un gran potencial en centrales hidráulicas reversibles, biomasa y geotermia que, incomprensiblemente, no explotamos.
Históricamente, Cataluña fue pionera en la aplicación del vapor a la industria, en la implantación del ferrocarril, en la gasificación de nuestras ciudades, en la utilización de la energía nuclear… ¿Por qué esta lentitud e ineficacia a la hora de afrontar, con coraje e intensidad, la imprescindible transición a las energías renovables? En el ADN catalán figura estar en cabeza de las tendencias innovadoras que se mueven en el mundo, pero parece que, últimamente, hemos perdido perspicacia y andamos despistados. ¡Pongámonos las pilas!