El mundo que crece y cambia pero no se transforma: del apagón eléctrico a la parálisis de las decisiones

Bluesky

El gran apagón eléctrico de los otros días no ha sido más que un síntoma de algo que pasa en la sociedad. El mundo cambia, y las decisiones son muy, pero muy lentas cuando no directamente congeladas.

Algunos datos. Entre 1990 y 2025, el planeta ha sumado casi 2.700 millones de habitantes, pasando de unos 5.300 millones a más de 8.000 millones. Al mismo tiempo, cientos de millones de personas en Asia, América Latina y África han ascendido a una clase media modesta, disparando su consumo energético, digital y material. Según el World Energy Outlook (IEA, 2023), el consumo eléctrico mundial ha crecido un 90 % desde 1990, impulsado principalmente por China e India.

Sin embargo, nuestros modelos políticos, económicos y sociales no han acompañado este salto cualitativo. Seguimos atrapados en lógicas lineales, pensando en ajustes marginales en lugar de transformaciones estructurales. Como advierte Vaclav Smil (2017), “las infraestructuras energéticas tienen inercias de décadas, mientras que las demandas sociales cambian en pocos años”.

El reciente gran apagón eléctrico en España no fue solo un fallo técnico, fue una advertencia, ya anunciada, de que el sistema, tal como se ha planteado hasta la fecha, está al límite. En la última década, los centros de datos y servidores de alta capacidad se han multiplicado (+250 %, según el Ministerio para la Transición Ecológica), mientras el turismo alcanzó cifras récord (85 millones de visitantes en 2024). La red eléctrica, aunque resistente, opera bajo una presión creciente.

No basta con “aguantar”, sino se requiere rediseñar el sistema energético con descentralización, almacenamiento, flexibilidad y gestión inteligente de la demanda. Pero esto exige decisiones políticas valientes en todo el mundo, mayor apuesta en la lucha contra el cambio climático – del cual no se puede desvincular de las crisis energéticas – no siendo la constante, como bien lo demuestran desde las COP hasta las limitadas inversiones en la adaptación de las redes a nuevos retos.

Debates actuales: vivienda, fiscalidad, inversiones.

Pero la lentitud y limitación de las decisiones no se da solo en el campo energético. Otro caso de debate es el de la vivienda, especialmente en Catalunya. Desde 2000, la población de Cataluña ha crecido un 28 %, de 6,3 a 8,1 millones. ¿Falta vivienda? Sí, pero no solo porque falte suelo, si no que no ha existido una planificación proactiva y anticipatoria que respondiese a los cambios que se observaban en el entorno. Jane Jacobs (1961) ya advertía que el éxito económico y demográfico puede volverse en contra de las ciudades si no se acompaña de políticas públicas adaptativas.

Además, el crecimiento poblacional ha elevado los ingresos fiscales del Estado, la Generalitat y los ayuntamientos pero que, por diversas razones, no se ha traducido en mejores servicios, transporte y vivienda en la medida de los cambios demográficos iban indicando. Con el riesgo, de no preverse, que como tantas veces los gobiernos progresistas fortalecen el Estado para que luego la derecha recorte impuestos y desmantele lo construido, como ocurrió tras Clinton (con Bush), Obama (con Trump), o como ahora se prevé que lo haga Trump y sus oligarcotecnológicos aliados.

La economía global sigue descansando en patrones de crecimiento lineales que no internalizan costos ambientales ni sociales. Joseph Stiglitz (2015) señala que los sistemas fiscales permanecen anclados en lógicas del siglo XX, sin adaptarse a economías digitales ni automatizadas.

Mientras aumenta la digitalización, no repensamos la redistribución del trabajo ni la sostenibilidad del modelo energético. Las megaciudades crecen, pero sus redes de movilidad, agua, energía y residuos no escalan al mismo ritmo. Mientras tanto, crecen las grietas sociales que alimentan el populismo autoritario. En este contexto hay preguntas clave que apenas aparecen en la agenda referidas a cómo abordar las crisis migratorias, o intentar abordar las desigualdades urbanas, o superar las brechas tecnológicas y laborales de una sociedad que está adviniendo. Y en ese contexto el papel de una energía resiliente y sostenible es clave.

El mundo ha crecido en número, riqueza y consumo, pero actuamos como si bastara con estirar lo existente. El apagón eléctrico, como metáfora, no fue un accidente, fue una advertencia.

Las transformaciones demográficas, económicas y tecnológicas exigen transformaciones equivalentes en lo político, lo energético y lo social. Si no las abordamos, el crecimiento no será progreso. Simplemente será acumulación de tensiones, hasta el próximo colapso sea social o tecnológico.

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