«A un psicópata no puedes darle una medicación y ya está»

Entrevista a Débora Palop

Débora Palop

Periodista cultural. Profesora de lengua castellana en un instituto de enseñanza media. Colabora en distintos medios y es autora del poemario Ecos de haiku. También, junto a otros autores, de Mar Menor, un mar de todos. Ahora publica Dejé de ser yo. Memorias de un abuso narcisista (editorial Sinopsis).

¿Cómo, por qué, dejaste de ser tú?

«Dejé de ser yo» es lo que siente cualquier persona que está en manos de un maltratador psicológico, como es mi caso, o físico. Hablas con cualquier persona que lo haya vivido o lo vive, y lo dice de la misma manera. El libro no podía titularse de otra manera: dejas de ser tú, dejas de tener tus aficiones, dejas amigos de lado, dejas incluso de trabajar. Yo lo hice. Pierdes completamente tu identidad.

¿La psicopatía que has sufrido, generalizada, más allá de su diagnóstico digamos clínico, no es una cuestión social, de roles, de maneras de ver y entender las cosas ancladas en el pasado?

La psicopatía no es una patología, una enfermedad, y ese es el problema. Es un trastorno de la personalidad, y eso no hay quien lo resuelva. El psicópata carece de empatía, le da igual todo, el mal ajeno le da igual. Para ello no sirve ninguna pastilla. A un psicópata no puedes darle una medicación y ya está. Sí que es un problema social. Si leéis el libro, veréis que, al final, la cuestión es de machismo puro. ¿Por qué me eligió a mí? Porque «podía presumir de mí». Cuando vio que yo estaba a su altura, en todos los aspectos, que era como él, optó por acabar conmigo, por narcisismo.

Un trastorno, teóricamente, puede afectar a cualquier persona, mujer u hombre, con efectos diversos. ¿Por qué lo que a ti y a muchas otras mujeres les pasa es cosa del hombre y se manifiesta con pautas comunes?

Es un problema particular, pero también un mal endémico. Yo a eso lo llamo la verdadera pandemia, la del siglo XXI. ¿Quién no ha pasado por tener una pareja así? Una parte de esto, supongo, también es consecuencia de que las mujeres hemos sido siempre relegadas a un segundo plano, y ahora no es así. Hay hombres que sienten que se les está quitando el lugar, su espacio, y sienten rabia. Yo le decía «no te gustan las mujeres», «te dan rabia». Es una especie de misoginia, al final. Y no era conmigo, en particular, sino con todas las parejas que tenía. En esto está claro que hay algún componente social. De crianza, de entorno…

¿Esta rabia a la que aludes tiene que ver, conecta, con corrientes políticas, ideológicas, emergentes ligadas a la extrema derecha, que están planteando una cruzada contra el feminismo?

Sí, claro. Existen movimientos organizados, plataformas, como los incells (una subcultura de hombres que dicen que son incapaces de tener relaciones con mujeres y fomentan el odio hacia ellas). Eso es político, por descontado. Me publicaron una entrevista que despertó unos comentarios, todos de hombres, para ponerse las manos en la cabeza. Coincidían en culparme a mí, preguntaban qué estaba buscando… Yo sólo buscaba lo que busca todo el mundo, el bienestar emocional.

¿Seguimos siendo prisioneros, colectivamente, e incluso de manera inconsciente, de los papeles desempeñados por hombres y mujeres, en los que a éstas les correspondía asentir, obedecer, someterse?

En un capítulo del libro se habla de cuando yo me preguntaba, confundida, sobre lo que estaba pasando. Me decían «esto es cosa de hombres», «tienes que entenderlo…». No podía comprender cómo se normaliza el maltrato de una manera así. ¿Cómo, que cosa de hombres? Es terrible. ¿Cómo es posible, me pregunto, y lo hago con mis amigos, que gente tan diferente, de diferentes culturas, hagan lo mismo?

En casos como el que tú has vivido, ¿recomendarías recurrir a la resiliencia, a la mística del aguante (en palabras de Diego Fusaro) entendida como un proceso de competitividad, donde la persona debe adaptarse positivamente a las situaciones adversas?

Entiendo la resiliencia como que tú puedes haber tenido un problema, y ya está, te las arreglas para salir de ello. Como que aquí no ha pasado nada. ¿Yo soy resiliente? Pues no lo sé. Pero la verdad es que, a día de hoy, eso me sigue afectando. Pero sí que es verdad que con las cosas negativas que me pasan tengo una responsabilidad social como periodista. De explicarlas, organizarme, y ser un ejemplo para otras personas. De hecho, estoy colaborando en la creación de una asociación sobre el tema del narcisismo. Si eso es la resiliencia, lo soy. De ir a por todas, con todas las herramientas. No sólo, por descontado, buscándome yo sola la vida. Aunque me digan que si no me da vergüenza. Vergüenza, por descontado, no. Pudor, en todo caso.

Es comprensible que en situaciones como la que has vivido tú se recurra al psicólogo, o al médico de cabecera, para que te recete un tranquilizante. Pero, según lo que estamos comentando, el problema trasciende la cultura, la ideología, la política… ¿Por qué los medios de comunicación, los partidos políticos, las instituciones… no ponen la carne en el asador a la hora de afrontarlo?

Yo me imagino a alguien, como el común de los mortales, que no es periodista, no tiene redes sociales, altavoces…, atreviéndose a hacer frente públicamente al problema. Tendría miedo. Algún compañero me ha dicho que qué valentía que he tenido por haber explicado esto. La violencia psicológica es invisible, difícil de detectar. Queda difusa… Así, entre la sociedad que no se entera bien de que es violencia, las víctimas tampoco somos muy conscientes… todo se lo lleva el aire. No hay voluntad de aclarar y mejorar las cosas.

Una amalgama de odio a las mujeres, machismo, violencia, prepotencia masculina, maltrato, sumisión…, que no cae como las gotas de lluvia en primavera. ¿No desentona un poco, entre los cambios sociales que vivimos, el mantenimiento de roles como el de la pareja heterosexual clásica, la familia…? ¿No parecen reclamar las cosas un cambio, que implique una feminización mayor de los hombres?

Asistimos a un movimiento reaccionario de hombres que se sienten desplazados. Tu trono no lo dejarás, lo tienes que defender atacando, se dicen. Algo está pasando, sin duda. Pero no sé qué decir sobre la pareja. A través de las redes sociales, no es difícil percibir que algo no va nada bien, en este terreno. La idea de tener una pareja, la respeto. Formar una familia…, es algo que empieza a ser muy complicado. Es raro, como un mirlo blanco. Quizá sea en parte consecuencia del egoísmo. Más que más feminización, yo diría más empatía. La mayoría de los hombres que me rodean tienen niveles muy altos de empatía. Hay que trabajar en eso, en la toma de conciencia, porque la empatía es lo contrario de la psicopatía. También es importante la educación, pero es verdad que muchas veces no se educa igual a un niño que a una niña. Acabo de leer un artículo que se quejaba de que, en la enseñanza, la mayoría de docentes son mujeres. Y que los niños se encuentran muy incómodos con eso. ¿Nos estamos volviendo locos?

¿La igualdad es quizás otra de las grandes asignaturas pendientes entre hombres y mujeres?

Sí. Y también hay que tener en cuenta que, aunque menos, también hay mujeres así. Quizás no con los mismos argumentos, las mismas formas, pero sí con un mismo fondo de maldad. Veo muchas historias que se explican, incluyendo las de famosos, y siempre aparece la maldad. La mayoría entre hombres. Las estadísticas confirman que es así. Y lo peor de todo es normalizarlo. Las personas que, cuando lo estaba pasando mal, me decían que era normal, que las cosas son así, han dejado de formar parte de mis amistades. No puedo vivir con personas que normalizan los abusos. Hay que conseguir un equilibrio. Mis padres me criaron para ser una persona autónoma y de provecho. Eso quizás intimida a los hombres a los que les gusta mandar, pero es así. En el instituto nunca sentí diferencias. En la universidad, sí. Y, sobre todo en el trabajo, en la vida laboral. Algo que, en todo caso, no ha impedido que haya podido desarrollarme, llegar donde me apetecía.

¿Y la libertad, entendida como la facultad, el derecho, de las personas a actuar según sus propios deseos, también es algo muy importante en este contexto?

Soy docente y me gusta transmitir a los niños y niñas que estudien, que trabajen por ellos mismos. Que no se dejen manipular ni por redes sociales, ni por televisiones, ni por quien pretenda hacerlo, sea quien sea. Todo ello por tu libertad. Para que no venga alguien y te diga te doy un sueldo y tú te estás aquí. Los narcisistas, en el fondo, sólo se tienen a sí mismos. No tienen en cuenta los demás. Se enmascaran y acaban siendo eso: una máscara. Culpabilizan a los demás que, en muchos casos, acaban asumiéndolo y se sienten culpables.

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