La conversación de Ferrara

Llegué a Ferrara, que en realidad era como una predestinación de este viaje, por una serie de disíntes acontecimientos. Quizá el preludio fue el atardecer anterior, cuando regresando de Mantua el tren se detuvo dos horas debido a un suicidio y la consecuente intervención de la autoridad judicial, algo que, a diferencia de en nuestra tierra, no suscitó vídeos histéricos ni conatos de paranoia, sino humor y una hermandad muy divertida, además de civil entre los afectados.

Susana Alonso

Mi idea para la mañana siguiente era, desde Bolonia, ir a la muy desconocida Reggio Emilia. De camino a la trágica estación del atentado de 1980, donde un reloj permanece parado a la hora exacta de las explosiones, un correo de Trenitalia me dijo que mi viaje se cancelaba debido a un nuevo suicidio.

Así fue como, movido por un impulso nada forzado, compré en un visto y no visto, un billete hacia Ferrara, ciudad que ya conocía y donde quería volver después de haber leído algunos libros de Giorgio Bassani, un gran escritor, socialista y precursor de la defensa del medio ambiente.

En La lunga notte del 43 narra un acontecimiento real: el fusilamiento de varios antifascistas justo delante del foso del castillo que antes fue de los D’Este, señores de la localidad. Pasé por allí mientras reconocía la farmacia de la novela, que luego fue una muy buena película, y la ventana desde donde un hombre en silencio vio todo. Este punto sólo fue la puerta a unas horas solitarias, pero con muchas emociones. Una de ellas, quizá la más grande a posteriori, sucedió en las salas del palazzo Schifanoia. En toda Italia hay un impresionante movimiento de voluntariado. En Génova sirve para preservar iglesias desacralizadas. En Ferrara están, como en otros lugares, en los museos. En este, suntuoso por una sala con frescos renacentistas, tuve la suerte de ponerme a hablar con uno de ellos en funciones de vigilante.

Era un señor de unos cincuenta y largos, que se declaró amante del arte y orgulloso de su trabajo. Así como quien no quiere la cosa, después de comparar la situación con la barcelonesa, giramos hacia la política y me di cuenta de que era de derechas, hasta el punto de haber sido interventor. Ahora, en cambio, se mostraba desilusionado, sin importarle rasgar la papeleta.

La razón es el motivo de este artículo. Para comprender sus causas quizá haya que adentrarnos en cómo el triunfo de la extrema derecha no significa que sus votantes lo sean del todo. Muchos depositaron la papeleta por Meloni para dar un núcleo fuerte a la coalición, que necesitaba del 45% de las papeletas para tener mayoría.

El buen hombre quizá confió en Berlusconi no hace mucho. Ahora se había enfadado de verdad por toda la cuestión del rearme, que bien Meloni, bien Sánchez coinciden en llamar de otra manera, como si el eufemismo escondiera, cuando hace todo más evidente.

La rabia del voluntario es afín a la mía, un votante de izquierdas que tampoco es fiel a un partido, pues cada urna y lugar son diferentes. Después de dejar el Schifanoia, el mata aburrimientos, me vino a la cabeza otro absurdo preocupante del contexto actual.

Donald Trump y Vladimir Putin no son inmortales. El primero, a priori, solo tiene hasta enero de 2029, mientras no creo que el segundo se involucre en un ataque a Europa. Quizás en los próximos comicios yanquis salga elegido un Demócrata y devuelva el orden que juzgamos normal. De lo contrario no entiendo cómo no se habla de una disolución de la OTAN, un choque indiscutible con capacidad de justificar esta independencia militar, de seguridad dicen.

El voluntario quería, como yo, un gobierno con prioridad por resolver los problemas de la ciudadanía, sintiéndose italiano y europeo, esto último en pleno crecimiento identitario entre muchos habitantes del Viejo Mundo.

La frustración es comprobar cómo no se conforma desde las más otras instancias un discurso claro en torno a un verdadero gobierno europeo con los Estados como federaciones y desde el desarrollo de acciones que den credibilidad a las instituciones, sin alma para ser más cercanas, y tejer el territorio con vínculos que sus pobladores ya cultivan.

Mientras tanto el tema del armamento causa consenso entre ideologías, entre conservadores y progresistas. Con el falso vigilante hablamos de derecha e izquierda porque en Italia, a pesar de que el PD no tiene fuerza más allá de los núcleos urbanos, las ideologías todavía tienen vuelo en el imaginario colectivo. Ir de la mano muestra, o eso creo, como quizás existe una opción, como no civil, de cara a un lento futuro, lento, no como el siglo o la forma que hay de vender el vértigo de los acontecimientos.

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