Ahora ya no hay dudas sobre que Joan Laporta volvió a hacer trampas para inscribir a la desesperada, tarde y mal a Dani Olmo la trágica noche del 31 de diciembre pasado, cuando ya vencía, también bajo el estigma de la vergüenza y del ridículo institucional, una licencia provisional improvisada en agosto a base de prolongar la lesión de Christensen. Reconocidamente, Laporta no disponía de margen financiero para obtener de forma legal la licencia del único fichaje de la temporada.
Más que en no disponer de margen salarial, el problema radicaba en que, como lo tenía excedido, para cubrir la ficha de Olmo necesitaba fabricarlo con el 40% o el 50% del resultado neto de la venta de jugadores, de la disminución directa de salarios mediante bajas o cesiones, o de operaciones extraordinarias. Tres vías imposibles para un presidente que fanfarroneó ante el mundo y ante los socios levantando la voz, soberbio y de nuevo embustero, asegurando que si el Barça no estaba en la regla 1:1 -o sea, poder fichar con el 100% de esos beneficios, en ningún caso con fair play financiero propio y ordinario- era porque aún podía atornillar a Nike un poco más para cerrar el mejor acuerdo de patrocinio de la historia y, de rebote, disponer de dinero fresco en el bolsillo para fichar a Nico Williams y a un montón de estrellas el verano pasado.
El tiempo demostró, de nuevo, que el relato del presidente no era más que otra estrategia mediática sostenida a base de embustes y de creerse una ingeniería financiera que solo trataba, al contrario del mensaje insolente de sus bravatas, de ocultar el verdadero drama de sus cuentas. El sueño del verano acabó, como es sabido, con el único fichaje de Dani Olmo, aún por inscribir en realidad, y un informe de auditoría con una devaluación de más de 300 millones causada por la farsa de Barça Studios que finalmente Laporta redujo a 145 millones -de momento-, a base de despedir al auditor, Grant Thornton, y de pedir a los socios votar a favor de una contabilidad y de un balance manipulado y tergiversado, rechazando el criterio riguroso y profesional del auditor.
También hubo de correr y de presionar a los socios en una asamblea extraordinaria para obtener luz verde apresurada y urgente antes de final de año sobre el nuevo contrato de Nike, que no sirvió para volver a la regla del 1:1 (otra mentira), y sí para que un amigo del presidente, Darren Dein, se embolsara una comisión de 50 millones, cantidad con la que a estas alturas el Barça no volvería a tener el margen salarial excedido.
La cruda realidad que Laporta acaba ocultando al barcelonismo gracias a su aparato mediático, poderoso, dominante y sistemáticamente dispuesto a hacer una lectura triunfal y ciega de la economía azulgrana, es que desde el verano de 2022 el Barça no dispone de margen salarial para fichar y que si pudo atar los fichajes de aquel verano (Lewandowski y compañía) fue porque embaucó a LaLiga con la venta ficticia y fraudulenta de Barça Studios.
Va para tres años, de los cuatro del mandato de Laporta, que el club arrastra una situación económica que no han podido recuperar, por más que insista el presidente en afirmar lo contrario, ni las palancas ni los ingresos ni los alabados nuevos contratos de patrocinio (Spotify y Nike), que nacen recortados porque, prioritariamente, deben pagarse las comisiones de Darren Dein.
Laporta se enfrenta no solo a un panorama de caída de ingresos y de un pertinaz aumento de gastos que si no fuera por el látigo de Javier Tebas ya habría colapsado, sino a la rémora de haber anticipado ventas de activos y de patrimonio. O sea, ingresos que lastrarán un futuro no tan lejano. Y también está la dantesca amenaza de devolver a la caja ese dinero que se ha gastado de operaciones como la de Barça Studios y de los palcos VIP, inicialmente contabilizadas como ingresos que a la hora de la verdad han resultado ser ciencia ficción financiera.
Destapada la artimaña de haberle enviado a Javier Tebas un informe de auditoría sobre la validez de sumar 100 millones por la operación Olmo, que posteriormente su auditor de verdad, Crowe Global, no ha ratificado, la falta de margen salarial devuelve la gestión de Laporta a esas tinieblas en las que se mueve desde hace ya cuatro años.
Lo que hizo el presidente a caballo entre el 31 de diciembre y el 3 de enero fue conseguir dinero de un fondo catarí más o menos creíble (30 millones) y de New Era Visionary Group (28 millones), este último bajo la sospecha de una autofinanciación no menos inquietante de un proveedor de servicios de telecomunicaciones que además ha resultado ser, también, una tapadera para dejar fuera del negocio al operador que había presentado una mejor propuesta para el Spotify y Barça Mobile. Un paquete de inversiones envuelto en el informe de un auditor no identificado, que no era Grant Thornton ni tampoco su sucesor, Crowe Global, dando por razonable y correcto el ingreso de 100 millones de beneficio neto para esta misma temporada por la comercialización de 475 asientos VIP.
Cuando Crowe Global ha debido emitir el informe preceptivo a LaLiga sobres los estadios financieros intermedios, a 31 de diciembre pasado, el recién llegado auditor se ha negado a ratificar el criterio de ese otro auditor que provisionalmente sirvió para desorientar/engañar a LaLiga y al CSD en la inscripción cautelar de Dani Olmo.
Otro episodio surrealista que añade a las atrocidades financieras y económicas del Barça de Laporta serias dificultades, problemas retroactivos complejos y desmadre en el fair play financiero a partir del 1 de julio. Eso sí, ahora sofocado por la promesa de la junta a los medios de que antes del 31 de junio Crowe Global habrá entendido mejor la operación y podrá acreditar ante LaLiga la razonabilidad de esos 100 millones que ahora bailan en el macabro mismo juego de siempre de Laporta de ir remendando agujeros con parches cada vez de peor calidad.