¿Será la transición verde la primera víctima del rearme y de los nuevos aranceles que impone Trump?

Bluesky

Europa vive una transformación silenciosa pero profunda. En apenas dos años, el relato del Pacto Verde Europeo ha perdido centralidad política frente a una nueva prioridad estratégica como lo son el rearme militar y, ahora, la protección económica frente a China y EE.UU. Mientras se reintroducen aranceles, se reabren fábricas de munición y se anuncian presupuestos de defensa sin precedentes, la pregunta incómoda crece en el fondo del escenario: ¿quién pagará todo esto? La respuesta empieza a ser evidente ya que en estos casos la primera víctima seguramente será la política importante, pero menos prioritaria en nombre del empleo, el crecimiento y la defensa afectando en primer lugar a la transición ecológica.

Susana Alonso

En nombre de la seguridad y la autonomía estratégica, se están redistribuyendo los recursos públicos. La Comisión Europea ha dado luz verde a subsidios multimillonarios para la industria armamentística, exenciones fiscales incluidas. A la vez, se flexibilizan los criterios ambientales para proyectos industriales “estratégicos”. Esto no ocurre en el vacío ya que los fondos son limitados y los compromisos climáticos requieren inversiones sostenidas y masivas. La competencia por el dinero público se agudiza y, por suerte -a diferencia de la crisis del 2008- al menos todo el mundo se compromete a no volver a reducir los gastos sociales.

El rearme europeo no solo consume recursos fiscales, sino que también acapara materiales críticos (como el litio, el cobre o las tierras raras), muchos de los cuales son esenciales para tecnologías limpias como baterías, aerogeneradores o paneles solares. En un mercado globalizado con cuellos de botella persistentes, la carrera armamentística presiona la oferta y encarece aún más la transición energética. Ya sin hablar que, aparte del importante consumo energético que representa su fabricación, su posterior implementación es un gran consumidor de energías fósiles. Para que nos hagamos una idea: 100 km de tanque puede consumir desde 300 litros de diésel un Leopard, hasta unos 1400 litros un AbramsM1

A esto se suma la deriva proteccionista. Con el regreso de los aranceles —ya sea para proteger el acero europeo o frenar las importaciones chinas de vehículos eléctricos— se dispara el coste de la electrificación. Por otro lado se ha de dar soporte a todos los sectores que se verán afectados por los aranceles que impondrá el gobierno de Trump. La paradoja es evidente: en nombre de la resiliencia económica, se encarece y ralentiza la descarbonización, justo cuando más urgencia climática hay. El propio presidente de gobierno Pedro Sánchez ya ha comprometido 14.000 millones que de algún fondo han de salir.

Además, se ha abierto paso un nuevo discurso político: el de la “transición realista”. Bajo esta etiqueta, varios gobiernos están replegando compromisos ambientales, suavizando normativas y priorizando el crecimiento económico o la estabilidad social sobre el calendario verde. El Pacto Verde ha dejado de ser un marco incuestionable para convertirse en un campo de batalla electoral. Y, mientras tanto, el reloj climático no se detiene.

No se trata de negar los desafíos geopolíticos actuales ni los riesgos que afronta Europa. Pero sí de advertir sobre una peligrosa miopía: si en nombre de la defensa y la agresión salvaje de Trump a se sacrifica la transición verde, el continente puede salir de una crisis para entrar de lleno en otra mucho más compleja. El cambio climático no entiende de equilibrios militares ni de bloques comerciales: avanza sin tregua.

La gran pregunta, entonces, no es si debemos elegir entre seguridad o transición, sino cómo evitar que una visión cortoplacista debilite la única estrategia que puede garantizar bienestar y estabilidad a largo plazo. Europa se enfrenta a una disyuntiva histórica que no es otra que apostar por una soberanía climática real o ceder ante un nuevo ciclo de militarización y proteccionismo. El reto es no solo ser resiliente y asumir los problemas sino no ceder en la necesidad de apoyar para pensar imaginativamente y con una mirada a largo plazo de que si bien hay que defender la industria y no ser ingenuo delante del hostigamiento de Putin y el abandono del gobierno Trump, sin perder la perspectiva de integrar los retos del cambio climático y la transición verde.

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