La misión de San Pedro

Una fe: he aquí lo más necesario al hombre. Desgraciado el que no cree en nada”. Con esta frase, el célebre escritor Víctor Hugo ejemplificó la importancia de la creencia espiritual a lo largo de los siglos. De los primeros homínidos hasta nuestros días, la religión ha gobernado vastos imperios y civilizaciones, a la vez que ha sido el motor de los actos más piadosos y también de los más catastróficos.

Susana Alonso

En pleno siglo XXI el fervor dogmático se cierne en diferentes puntos calientes a lo largo del globo, zonas como Burkina Faso, Gaza o Siria, muestran la cara oscura de la creencia llevada a su extremo. Asimismo, Occidente, ese bello oasis de racionalidad, es también el lugar del horóscopo diario, de las cartas del Tarot y de las piedras curativas, todo, bajo el paraguas del capitalismo, ese derivado del protestantismo sobre el que nos advertía Weber.

Dentro de esta vorágine, la Ciudad del Vaticano, el estado más pequeño del mundo, yace inquieta frente a los innumerables sucesos que se dan lugar en el mundo. La Iglesia Católica no es esa reliquia del pasado que nos hace ver la posmodernidad, sino que en su haber se congregan en torno a 1.390 millones de creyentes en pleno 2025.

Con un conservadurismo copado por el cristianismo ortodoxo y una corriente económica liberal identificada con el protestantismo, el catolicismo de la mano del sumo pontífice, el papa Francisco, ha emprendido desde el año 2013 la titánica tarea de configurarse un espacio propio. Un lugar en el que la modernidad y el dogmatismo religioso se dan de la mano. De esta manera, no es de extrañar el posicionamiento ambiguo del Vaticano respecto a la ideología de género o la comunidad LGTB: Con el “Quién soy yo para juzgar” respondido desde el papado a la cuestión de la homosexualidad, se entrevé esa delgada línea que transita entre la tolerancia típica del catecismo católico y la absoluta negación a cualquier posibilidad de matrimonio entre personas del mismo sexo. Pese al estilo laxo y espontáneo, el pontífice rompe con el debate entre quienes le sitúan como progresista o conservador, para hacer prevalecer la doctrina católica.

En cuanto al posicionamiento político, la clave para valorar el pontificado de este líder espiritual es, sin duda, la lucha incansable contra la polarización. El desinterés por los grandes bloques ideológicos y la desmitificación de las teologías políticas de derechas e izquierdas, han supuesto la piedra angular de un papado que no ha pretendido emular a la figura de Juan Pablo II. Francisco ha abanderado la lucha por la justicia social propia de la teología de la liberación, extrayendo toda reminiscencia marxista de ésta. Una práctica que recuerda a la teología del pueblo de procedencia argentina, planteada por pensadores como Lucio Gera o Juan Carlos Scannone.

Este pragmatismo también se ha dado a escala internacional, con un diálogo exento de fanatismo que ha ayudado a tejer puentes con países tan marginados como la propia Cuba, con el intento de 2015 de establecer una apertura del régimen. Siguiendo esta diplomacia activa, se ha buscado sin cesar el buen entendimiento con los diferentes credos, en un intento por asegurar la protección de la población cristiana en Oriente Medio. Un propósito que hoy parece lejos de materializarse en vista del asesinato indiscriminado de centenares de creyentes de la fe cristiana en territorio sirio.

Es precisamente esta moderación entendida como debilidad la que han denunciado sus detractores a lo largo del mandato papal. Y es que, ante los recientes retos que se presentan, importantes voces en el seno del Vaticano claman una respuesta contundente a la expansión del islam, a la vez que un apoyo explícito al Alt Right. De todos ellos, destaca el cardenal Raymond Burke con una visión puramente tradicionalista de la fe de Cristo. El originario de Wisconsin se ha erigido en los últimos años como un firme opositor del sumo pontífice y sus intentos de reorganizar la Iglesia. Con él postulándose como alternativa al papado y con el soporte de Donald Trump, nuevos vientos parecen virar la trayectoria de una de las instituciones más longevas del planeta. Junto a los cardenales Luis Antonio Tagle, Matteo Zuppi o Peter Turkson, entre otros, comienza a entreverse una dura pugna por suceder al líder espiritual Francisco.

Ante los reiterados mensajes de intolerancia y odio vertidos por una parte de la comunidad católica, reluce el versículo de Juan 13:4, en el que Jesucristo dirigiéndose a los apóstoles dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros”.

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