El equipo de Hansi Flick cabalga, parece que imparable y ambicioso como pocas veces se ha presentido a estas alturas de la temporada, hacia la conquista de otro triplete, el que sería el tercero de la historia del FC Barcelona y de los últimos 17 años, lo que confirmaría la excepcional capacidad de la Masía para producir talentos de un nivel mundial inigualable en tres dimensiones: individual, multiposicional y asociativa. Tal es su capacidad para conectar en el campo que, sobre ese telar que desborda calidad, esfuerzo y juego colectivo, futbolistas que parecían inadaptados a la esencia de la identidad barcelonista, como Lewandowski, Raphinha y Koundé, han cobrado un rol, también, de primeras espadas.
El delantero polaco que en verano daba la impresión de estar ya en el ocaso definitivo de su extraordinaria carrera -más que justificadamente por su edad- compite por la Bota de Oro, mientras que Koundé, reacio a jugar en la banda como le pedía Xavi, ahora se ha convertido para Lamine Yamal en lo que fueron Alves o Jordi Alba para Messi, el escolta perfecto para doblarle y aprovechar como nadie los espacios que genera.
Raphinha se ha convertido en el número 10 de la selección brasileña y en un firme candidato, al menos en el entorno azulgrana, al Balón de Oro, una expectativa impensable cuando en agosto Laporta iba como loco por toda Europa intentando los fichajes de Nico Williams, Leao y luego, incluso, el del Rashford, más allá de que, si fuera por el presidente, aún seguiría apostando por Joao Félix.
De la ecuación ganadora de este Barça hay que dejar más fuera que dentro a Laporta. Es correcto atribuirle el acierto de fichar a Hansi Flick porque quería que el equipo corriera, esa era una obsesión que echaba en falta del equipo de Xavi y que admirara y envidiaba en los rivales con entrenadores alemanes. El resto, ajustar la plantilla a los parámetros de su éxito actual, ha sido la consecuencia de su impericia habitual para la gestión y de la obligada reducción a mínimos de la plantilla por culpa de la falta de margen salarial para fichar a los refuerzos que Laporta pretendía. De hecho, a Xavi le costó el puesto ir por ahí diciendo que con lo que tenía, sin un sustituto de primera para Busquets y sin delanteros de verdad, pues no quería ver ni en pintura a Lewandowski y no creía en Raphinha para la banda, no podía competir por los títulos.
Laporta, en el fondo, enredó a Hansi Flick y, al final de ese mercado de verano ridículo en busca de cracks imposibles, al entrenador no lo quedó otro remedio que confiar en ese fondo de armario propio, en toda la herencia de Josep Maria Bartomeu, para sentar las bases del nuevo equipo, eso sí, endiabladamente condenado a correr sin descanso como eje de un sistema de juego basado en la presión sobre la salida del contrario. Por no darle, hasta le negó la inscripción a Dani Olmo, en agosto por estar con el fair play financiero excedido -suerte de la lesión de Christensen-, y en invierno por no haber hecho los deberes en los seis meses que tenía por delante para solucionar una situación tan dramática y dantesca aún hoy, pendiente de que el CSD mantenga una decisión política contra la ineptitud del presidente azulgrana y de su lugarteniente Deco, que mantendría Vítor Roque en el primer equipo si por él fuera.
A pesar de Laporta y de Deco, gracias a la forzosa política de austeridad derivada de la nefasta gobernanza laportista, la Masía se ha vuelto a hacer con el control del fútbol azulgrana y amenaza de nuevo al orden mundial con recuperar el trono y la regencia que impuso en la era Messi.
En este punto de la temporada, los enemigos y peligros que le acechan siguen estando más dentro que fuera, empezando por la propia directiva y por un Laporta que ha convertido el caso Olmo en un polvorín, en una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento. Para ser exactos, cuando menos le conviene al equipo si quiere concentrarse en los tres frentes abiertos.
Otra amenaza es la propia euforia del entorno, retroalimentada tan peligrosa como ingenuamente por el vestuario y reflejada en declaraciones innecesarias como las de Lamine Yamal: «Somos los favoritos para la Champions. Cuando acabó la fase de grupos yo dije que el Liverpool era el favorito porque eran los primeros y ahora que han caído, somos nosotros. «¿Que me faltaba gol? Tenía claro que si iba a marcar sería en partidos importantes».
No es culpa del joven crack dejarse llevar por ese estado embriagador, de felicidad y de ensueño en el que vive desde la Eurocopa que conquistó con España. Es obligación del staff técnico y directivo contener este tipo de mensajes, sobre todo ante la posibilidad histórica que ya alimenta un sector del barcelonismo de conquistar algo impensable, un triplete Real, que vendría a ser la coronación del mejor Barça de todas las épocas, el sueño de mil generaciones y tocar de verdad el cielo del éxito: superar al Real Madrid en la Liga, ganarle al Real Madrid la final de la Copa del Rey y derrotar también al Real Madrid en la final de la Champions.
La propia naturaleza caprichosa, imprevisible, siempre sorprendente y tantas veces contra pronóstico del fútbol aconseja la prudencia obligada en estos casos, echar el freno a tiempo de evitar disgustos y reveses que, de pronto, pudieran quebrar las grandes esperanzas depositadas y merecidamente ganadas bajo el liderazgo de Lamine Yamal, figura clave cuyo crecimiento sensato, humilde y terrenal debe seguir el mismo camino de Messi en su día, al margen del ruido, lo mismo que el resto de vestuario.
Laporta juega con fuego si no es capaz de controlar ese tipo de euforia, por más que ahora mismo se justifique de puertas a fuera. Debe preparar al equipo y a la propia afición para entender, disfrutar y celebrar cualquier desenlace de esta temporada que ya es extraordinaria. El primer triplete con Messi (2008-09) empezó con una parodia entusiasta y divertida del programa Crackòvia en TV3, un cántico («Copa, Lliga i Champions!») popularizado entre el barcelonismo como una forma de ilusionarse y de vivir aquel extraordinario final de temporada en el que si alguien mandaba callar a los futbolistas y asumir la voz sensata y contenida del equipo era el propio Guardiola, el entrenador que, una vez conquistado el triplete, dejó dicho que esa proeza era irrepetible.
Patrocinar desde dentro ese triplete real, y siquiera apuntar que el Barça es favorito para ganar esta Champions -como ha manifestado el jugador estrella del momento, cuando el Barça solo ha alcanzado la fase presupuestada, que era completar los octavos de final-, es una temeridad que no es responsabilidad más que de quienes gobiernan.
A diferencia del Barça de Guardiola, Hansi Flick aún no tiene -no se la ha dado el presidente- la autoridad ni la jerarquía para entrometerse en los asuntos del presidente. Y Lamine Yamal es sobre todo un asunto entre Laporta y Jorge Mendes. Mucho peligro.