Gaza y la huida hacia adelante de Netanyahu

Hace unas semanas los diarios se hacían eco de la clausura por orden del gobierno israelí de la librería Educational Bookshop de Jerusalén con la acusación de vender libros que incitan al odio. Tuve ocasión de visitarla hace unos años y el recuerdo que me llevé fue un pequeño escrito del novelista Amos Oz titulado «Cómo curar a un fanático», una reflexión sobre la tensión palpable y permanente que vive su país donde explicaba que los sionistas israelíes han fracasado a la hora de reconocer que existe un pueblo palestino con derechos reales y legítimos. También que se puede reconocer a un fanático por su falta de curiosidad, de sentido del humor y de empatía, no por contentar al otro, sino por intentar comprender qué lo hace actuar de una manera determinada.

Susana Alonso

Son ideas peligrosas en un país donde su primer ministro ha sabido cabalgar en el fanatismo religioso de árabes y judíos para huir de sus problemas con la justicia. Desde 2018 Benjamin Netanyahu está formalmente acusado por la fiscalía de su país de abuso de confianza, aceptación de sobornos y fraude, y desde ese momento no ha dudado en utilizar su poder para convertir a Israel en un estado autoritario, con un intento de reforma judicial que pone la justicia bajo el control del gobierno al modificar el sistema de elección de los jueces, reduce las capacidades de la Corte Suprema para revisar las leyes aprobadas por el parlamento y prevé medidas que impiden al Supremo inhabilitar ministros. En paralelo, para ganar popularidad, ha fortalecido la presión contra los palestinos con la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania e instaurado de facto un régimen de apartheid en el que, por ejemplo, los palestinos tienen prohibido circular por determinadas carreteras utilizadas por los colonos para ir de los territorios ocupados hasta Tel Aviv o Jerusalén.

Cuando el 7 de octubre de 2023 Hamás atacó el sur de Israel, asesinando a 1.189 personas, hizo un gran favor a un Netayahu acosado por multitudinarias manifestaciones de hasta medio millón de participantes que se repetían cada sábado en Tel Aviv contra una reforma judicial que tiene mucho golpe de estado. El Shin Bet le acusa hoy de haber ignorado las advertencias recibidas sobre este acto terrorista que dio vía libre a una verdadera atrocidad bélica en Gaza, que disfrazaba de represalia una operación de limpieza étnica que hasta el momento ha costado la vida a 48.000 palestinos, lo que equivale al exterminio de una población similar a Vic. Mientras tanto, en Cisjordania se repetían las ocupaciones de propiedades de palestinos por parte de colonos judíos con la aquiescencia del ejército israelí.

No hace tantos años que habíamos visto eso. En la década de los 90, en la guerra de Yugoslavia, era frecuente ver grupos de guerrilleros serbios formados por honrados oficinistas que los fines de semana se dedicaban a la rapiña, el asesinato y el saqueo de propiedades aisladas de los musulmanes de Bosnia con el apoyo de los militares. Una forma de acelerar la limpieza étnica lo suficientemente fructífera como para que algunas bandas hicieran de ella una actividad permanente.

Han cambiado muchas cosas en estos 30 años. Entonces la masacre de 8.000 musulmanes en Srebenica generó una indignación en las cancillerías occidentales que desembocó, con cuatro años de retraso, en el bombardeo de Serbia por la OTAN y el juicio por la Corte Internacional de Justicia de La Haya del presidente serbio Slobodan Milosevic, el dirigente de la república serbia de Bosnia, Radovan Karadzic, y el comandante de las fuerzas serbias Ratko Mladic.

A pesar de las denuncias presentadas por países como Sudáfrica y la existencia de una orden de detención de la Corte Penal Internacional, nadie tiene hoy apenas confianza de que Netanyahu y sus fieles vayan a enfrentarse a ningún juicio por los crímenes contra la humanidad cometidos en Gaza. Muy al contrario, Donald Trump, no ha perdido la oportunidad de poner de manifiesto su absoluto desprecio por la justicia internacional y se muestra encantado con la idea de deportar a los dos millones de gazatíes a Egipto y Jordania mientras propone un proyecto delirante para hacer de la franja un resort turístico.

Si a la entrada de este siglo había una esperanza, aunque fuera remota, en la justicia como forma de resolver conflictos, ahora se impone de forma descarada la ley del más fuerte. Y los palestinos de Gaza, invitados a resistir por unos líderes de Hamás a resguardo de las bombas en su confortable exilio de Qatar, no tienen ninguna fuerza, ni tampoco muchos amigos. Los países árabes se han desentendido de su situación hasta que no han visto de cerca la posibilidad de tener que acogerlos en su suelo.

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