Ha dejado de ser el símbolo del 1-O y de la resistencia independentista irreductible contra el Estado español. La larga estancia de más de siete años en Waterloo, lejos de su familia y de sus amigos, ha acabado socavando el estado de ánimo del expresidente CarlesPuigdemont, que ahora solo tiene un deseo: volver lo antes posible a su tierra natal y rehacer su vida, alejado de la política.
Tiene 62 años y la esperada sentencia del Tribunal Constitucional será la llave que le abra la puerta para volver a Girona. Por ello, ha renunciado a seguir presidiendo el Consell de la República, la entidad resistencialista que fundó, y, en cambio, ha decidido involucrarse a fondo en la dirección de Junts x Catalunya y maniobrar con los siete escaños que su formación tiene en el Congreso de los Diputados, decisivos para la gobernabilidad de PedroSánchez.
Lejos del maximalismo que lo había caracterizado, Carles Puigdemont se ha transformado en un político posibilista que quiere transmitir una imagen de responsabilidad y pragmatismo. También ha dejado atrás sus veleidades putinescas y se ha convertido en un ferviente europeísta, haciendo alusión a Ucrania y criticando la traición de DonaldTrump.
