La emisora SER Catalunya ha intentado arrastrar a otros medios y el entorno digital laportista a la celebración desmedida, injustificada y desproporcionada del quinto aniversario del llamado Barçagate, a priori una oscura trama conspiranoica urdida desde la directiva de Josep Maria Bartomeu para combatir en las redes sociales a los supuestos enemigos del presidente del Barça de entonces, como Víctor Font, Jaume Roures, Josep Guardiola y algunos de los jugadores más revoltosos del primer equipo.
Al menos así es como los heroicos protagonistas periodísticos del caso llevan un lustro dan bombo a un caso que rápidamente se judicializó gracias a la personación inmediata de parte de los colectivos laportistas de la época, pero que no alcanzaría su plenitud mediática hasta que un equipo de los Mossos d’Esquadra, sin orden judicial ni más motivo que recordarle al barcelonismo quienes eran los malos a seis días de las elecciones a la presidencia del Barça, en marzo de 2021, se llevó detenido al expresidente Bartomeu tras registrar su domicilio, dependencias del club y otras sedes de los implicados, como Òscar Grau y Jaume Masferrer. Luego le hizo pernoctar en los calabozos y lo puso a disposición judicial (¡esposado!) al día siguiente ante la magistrada Alejandra Gil.
Además de montar ese número tan circense y mediático, el primero de una actuación policial alucinante, de parte y más allá de los límites de sus funciones y atribuciones, como actuaria por analogía en Cataluña la policía patriótica de José Manuel Villarejo, el proceso de instrucción ha estado marcado por el mal uso y abuso perverso y denunciado ante los tribunales del material requisado en otros frentes y ámbitos penales que a los Mossos les ha valido varias reprimendas de la jueza.
Claramente, los informes puntuales de la investigación intentando, sin éxito, abrir nuevas causas sobre otros delitos colaterales han coincidido siempre en el calendario de la actualidad laportista con momentos de la gestión en los que era necesario poner el foco en el pasado para tapar desmanes, atrocidades y todo tipo de errores de un presidente, Joan Laporta, que ha priorizado sus intereses personales por encima de los del Barça y al que le ha venido muy bien, al menos hasta hace poco, ese ruido de fondo acusatorio contra Bartomeu.
Tras cinco años, sin embargo, y a pesar de que la SER ha basado su exclusiva en que «todos los hechos denunciados han sido probados en sede judicial», la instrucción lleva, de hecho, más de tres años encallada porque el informe principal de los Mossos que ha de sustentar los varios cargos contra los investigados, Josep Maria Bartomeu, Òscar Grau, Roman Gómez Ponti y Jaume Masferrer, no ha visto la luz, ni es posible que lo haga, porque de lo que se trataba en realidad, de poder acusar a Bartomeu de haber sido el cabecilla del complot, ha resultado ser indemostrable, al igual que no se ha apreciado el menor indicio de beneficio económico de nadie más allá de que la acusación sostiene que dedicar fondos del club a enviar tuits más o menos desafortunados sería una forma de desperdiciar recursos del club.
Si el caso sigue abierto y no archivado o pendiente de fijar la fecha del juicio oral es porque sin las conclusiones de los Mossos, que no han podido apuntar hacia el expresidente, no es posible tomar declaración a los querellados ni avanzar, camino ya de varios años acumulados sin que los Mossos tampoco haya solicitado nuevas diligencias. La policía catalana, ese sector laportista marcadamente dispuesto a todo por la causa, es la que lo ha embarrancado, puede que a instancias de su propia y demostrada ineptitud, o porque a alguien de más arriba le interesa eternizarlo.
El responsable de Nicestream, la empresa responsable de monitorizar las redes sociales y de respaldar en las redes sociales una estrategia institucional de defensa de los valores del Barça y de respaldo a la gestión de la directiva en aquel momento, ha reconocido que por su cuenta y riesgo, y con la exclusiva finalidad de identificar en las redes el volumen de bots y de cuentas organizadas contra Bartomeu y su junta, abrieron algunas cuentas y produjeron mensajes intencionadamente críticos contra el entorno azulgrana, siempre sin seguir directrices precisas de ningún directivo ni del presidente.
Está por demostrar hasta qué punto Jaume Masferrer, mano derecha del presidente en aquella época, pudo haber mostrado un interés excesivo en, más allá de proteger institucionalmente la imagen del presidente, disparar contra quienes, a su entender, eran capaces de socavar la imagen y el rendimiento presidencial de Bartomeu, como Jaume Roures, que por su parte presentó una querella por injurias y calumnias basándose en unos pocos tuits que fueron archivadas por entender el juez que no representan objetivamente una desviación de la certeza de los contenidos.
Y, desde luego, a la vista documental de la cantidad e incidencia de los mensajes que son objeto del proceso, la cuantía del dinero específicamente destinado por Nicestream a esa otra función de provocar una reacción en las redes, que sería la parte punible si así lo interpretara la justicia, puede considerarse que de los algo más dos millones facturados habría supuesto un coste residual de apenas pocos miles de euros.
Por compararlo, al Barça le han supuesto dos millones más el pestilente dinero ingresado por terceras personas para pagar los intereses del aval de la toma de posesión de Laporta en 2021, 50 millones más la comisión de Darren Dein por no hacer nada en el cierre del contrato de Nike (sin contar lo embolsado por el de Spotify), 10 millones más la comisión de Pini Zahavi del fichaje de Lewandowski y, por no alargarlo más, 9 millones más gastados en asesores que tenían que conseguir inversores para Barça Vision y su salida a bolsa.
Más allá del tipo y volumen de gastos extraños o discutibles cotejados entre las administraciones de Bartomeu y de Laporta, resulta evidente y mastodóntica la desproporción del desbocado interés periodístico en remover, hurgar, insistir, investigar, activar y dedicarle horas respecto a Bartomeu en contraste con la superficialidad, la fugacidad y la apatía de los asuntos polémicos relacionados con la gestión de Laporta.
La larga vida al Barçagate que reclama la SER basada en el tono de los tuits encausados, aunque pocos en realidad y que son la base de la acusación -por demostrar aún- contra Bartomeu, se prolongaría durante siglos si en esa causa se vieran comprometidos los tuits de algunos de los paniaguados del laportismo como los de Elena Fort, Enric Masip o algunos de los miembros de La Sotana contra el propio Bartomeu.
Y el quinto aniversario coincidió, además, con la revelación de que hay más de un gato encerrado en la venta de asientos Vip a New Era Visionary Group de los Emiratos Árabe Unidos. A Bartomeu, con los matices indecentes de la actuación de la policía patriótica catalanolaportista, aún le persigue el Barçagate después de dos auditorías, una due diligence y un forensic con ensañamiento. A Laporta, sin rascar ni entrar en el fondo de su gestión, ya se le acumulan los escándalos, aunque, al igual que en su primer mandato, la represión social, mediática, policial y judicial sigue siendo superficial y frívola.