Resulta realmente muy sorprendente la alarma social que se está creando en torno a las redes sociales, ahora, cuando ya llevamos 20 años de su extensión y despliegue sin casi controles ni regulación, de sus impactos sociales, culturales y económicos, de los enormes beneficios que han dado a las multinacionales, de su recurrente exención o evasión de impuestos, de la parte más perjudicial para la salud y el medio ambiente (oculta, relativizada o negada durante años, prescindiendo del principio de precaución del Tratado de Maastricht) y sin entrar a detallar la toxicidad social, familiar, psicológica, pedagógica, que provocan y de las adiciones también, negadas durante años.
¿Son malas ahora y no lo eran hasta ahora? ¿Crean adicción ahora y hasta ahora no lo hacían? Cuando han provocado y provocan impactos políticos e ideológicos de dimensión, ahora sí, conocida. Cuando quien suscribe y no pocos consultores, psicólogos, pedagogos y sociólogos, lo advertíamos en los años 2005-2010, algunos antes y muchos otros lo empezaron a decir más tarde, cuando la censura o autocensura empezó a remitir.
Las redes sociales, pero también la digitalización masiva y en algunos casos obligatoria, dependiendo cada vez más del internet de las cosas, los ordenadores en las aulas (el famoso 1×1) y las pantallas interactivas, que ni en Finlandia, ni en las escuelas de negocios. O la alarma ahora por los móviles en la infancia y adolescencia, cuando la penetración ya está hecha. O las ciberestafas, ciberdelincuencia, la pornografía en la red, la densificación de identidades, el hurto y tráfico de contraseñas, las cuentas falsas, el phising, malware, ransomware, las falsas webs, los falsos chatbots, las fake news, entre otros. O la utilización de Google por parte de los escolares y estudiantes, para copiar trabajos, que ha dado paso a la copia con Inteligencia Artificial con ChatGPT (y ahora DeepSeek).
No nos debería sorprender todo. Ya hace unos cuantos años que tenemos en nuestro país, como si fuéramos Silicon Valley, al que tanto se critica ahora, el famoso «Mobile» (el Mobile World Congress) y la fundación ad hoc, que lleva años haciendo una gran y «generosa» labor de patrocinio, relaciones públicas y organización de todo tipo de eventos que dan, y fomentan la extensión y cobertura de la digitalización móvil (y la no móvil), complementos, portables, hardware, software y apps. ¿Hay que recordar que tanto el Sònar, como el Primavera Sound están patrocinados por el Mobile? Por otro lado, quizá haya que recordar quiénes fueron algunos de los padrinos del Mobile, en su primera presentación en Barcelona: las multinacionales Google, Apple, Microsoft, Ericsson, Deloitte, Intel, Vodafone; y también la OMS (¿?¡!), el Banco Mundial, el World Economic Forum de Davos y, atención, la Reserva Federal de Estados Unidos. No olvidemos que aquí también tenemos el Smart Citys World Congress. Tampoco olvidemos el Barcelona Supercomputing Center, al que pronto se tendrá que añadir una gigafactoría de Inteligencia Artificial de la UE. Y cuando escribimos estas líneas, el reciente salón tecnológico mundial audiovisual ISE con presencia de las grandes de esta industria, y de los vídeojuegos y la realidad virtual.
Por tanto, quejarse ahora de las grandes tecnológicas, cuando aquí se les ha dado todas las facilidades, resulta sorprendente o interesado por alguna razón política. ¿Antes las redes eran de izquierdas y ahora son de derechas? ¿No será que como con la prohibición de móviles en las escuelas, se ha hecho tarde y a lo que estamos asistiendo ahora es a dar palos de ciego al estar fuera de control la digitalización, el móvil e internet, donde ya no se pueden poner puertas al campo? El mal ya está hecho y el negocio también. Y con la IA penetrando sin control, rematado. A las tecnológicas se les ha puesto alfombra roja durante años. Y no olvidemos a otras plataformas como Amazon. Tampoco programas de TV (a destacar TV3) que están favoreciendo, influenciando y casi adoctrinando a las nuevas generaciones desde hace años, así como el generoso y «altruista» interés que han tenido las grandes tecnológicas por la alfabetización digital. Mejor no añadir nuestras plataformas digitales (aparte de las foráneas), ni las series, ya que entonces tenemos la Torre de Babel completa.
Y no entraremos con anécdotas caseras: ¿cuántos millones ha costado a los catalanes la plataforma 3Cat, la plataforma digital más costosa de España? Según como se mire, en Cataluña quien realmente gobierna desde hace años es la coalición TV3-UOC (la UOC hace años es mucho más que una universidad, ha sido y es un auténtico think-tank digital, que ha penetrado e influido en la gran mayoría de instituciones catalanas).
Pero volvamos a la alarma social. Es sorprendente que se esté apelando a la rebelión de la ciudadanía contra la tecnocasta, cuando se ha querido anestesiar a la ciudadanía con ruido político permanente y no digamos ya la juventud, con ruido digital las 24h. del día, para que no moleste, ya que se la quiere entretenida, por excedente. Resumiendo, las «tech» llevan muchos años con todas las facilidades para crear lobbys, instalarse, invertir, comercializar, hacer relaciones publicas con profesorado de escuelas, institutos y universidades, influir o incrustarse en programas de TV de gran audiencia para crear opinión digital y podríamos seguir.
Todavía hay que recordar cuando en España se vendían más smartphones que en Italia, Francia e Inglaterra juntas, o cuando el porcentaje de niños que utilizaban móviles fuera de la escuela hace ya años era ya el más elevado de Europa. Seamos serios.
La Cataluña esnob, con la izquierda woke bebiendo o aplaudiendo digitalmente, se parece cada vez más a San Francisco y España a Silicon Valley. Pero más en Cataluña, al cambiar la industria por turismo y últimamente haber quedado embobada con la irrupción de la IA. Es precisamente por eso que como en San Francisco, aunque no es lo suficientemente conocido, el nivel de pobreza, espectacular, convive con fortunas millonarias. Caritas lo viene advirtiendo año tras año, con datos e informes, pero seguimos esnobs ahora con la IA, que todavía acelerará más las desigualdades sociales que están haciendo crecer a la extrema derecha en todas partes, por la incertidumbre y el miedo al futuro que provoca la propia IA.