Una noche más, el Barça de Joan Laporta vivió un partido Champions desnaturalizado y de alto riesgo por culpa de un evidente incumplimiento de las más elementales medidas de seguridad y de la normativa de la UEFA sobre la venta de entradas a seguidores del equipo visitante. El resultado fue que, contra el Atalanta, el 40% del aforo fue ocupado por seguidores del equipo italiano que tuvieron un libre acceso a la compra de entradas, la mayoría con mejor visión del terreno de juego que muchos socios del FC Barcelona.
También como consecuencia de esta nueva invasión de aficionados visitantes en las gradas se produjeron situaciones de tensión y de nervios provocadas por esa convivencia antinatural de seguidores de uno y otro equipo. Insultos, gestos, provocaciones, celebraciones con recados para los vecinos, amenazas y conversaciones subidas de tono, que finalmente requirieron la intervención de terceros y de miembros de seguridad del club para calmar los ánimos, se reprodujeron por la totalidad de la grada poniendo en serio peligro de incidentes más graves a la afición barcelonista.
Si estos pequeños altercados no implicaron contratiempos graves, se debió también a que la otra mayoría de espectadores la integraron turistas y visitantes ocasionales, quedando reducida la presencia de socios barcelonistas a una representación más bien testimonial. La prueba es que en los goles y jugadas de ataque del equipo visitante el sonido ambiente delató esta realidad, más acusadamente por la ausencia de la grada de animación, ya desterrada para siempre.
Como no podía ser de otro modo, la prensa habitual, insensible y anestesiada desde hace años frente a los indicadores sociales, fue incapaz de percibir que el ambiente en las gradas no era el clásico de Montjuic, en parte también porque la falta de socios derivó en que las redes sociales no ardieron con quejas ni protestas como sí las hubo la histórica y dramática noche del Eintracht Frankfurt de la Europa League.
La única responsable de aquella escandalosa y gravísima invasión de seguidores alemanes -tolerada y no multada por la UEFA no se sabe por qué todavía- fue la junta directiva de Laporta que, desesperada por la caída de los ingresos tras la eliminación prematura en Champions, hizo la vista gorda y además permitió a sus agencias autorizadas a vender entradas a cualquiera.
Frente al Atalanta, por más que el Barça se jugara la posibilidad de quedar primero de la fase regular, en realidad era un partido intrascendente entre semana, de invierno y con el equipo cómodamente clasificado. Tenía una mayor motivación su rival italiano, estimulado por jugar frente al Barça en un partido clave para su pase directo a octavos de final.
Las fuerzas de seguridad -o sea, los Mossos- pudieron y debieron detectar que la reventa, oficial y no oficial, se estaba desmadrando, aunque otra vez actuaron como siempre con extrema tolerancia y colaboracionismo con los intereses personales de la directiva y no en el cumplimiento de su deber.
Los más beneficiados en esta situación son los turoperadores autorizados por el club que, en realidad, son agencias a las que se adjudica a dedo y por recomendación expresa de quien manda (la directiva) la posibilidad de vender un cupo de entradas con un sobrecoste sobre el precio, si se acredita que junto con el ticket se ofrecen al comprador servicios y asistencias añadidas, como el propio desplazamiento hasta Barcelona, hotel, restauración, visitas guiadas turísticas, y el transporte y recogida el día del partido al estadio.
Para estas ocasiones, en las que la UEFA prohíbe tajantemente la venta de entradas a seguidores visitantes fuera del cupo al que tienen derecho y que se tramitan directamente entre clubs bajo la supervisión de la UEFA, todo este protocolo, aunque ilegal, se reduce a un bocadillo o a transferir la reventa a través de un portal pirata para evitar denuncias en caso de problemas o de altercados graves. El precio final de cada entrada acaba siendo entre el doble y el triple del oficial, con lo que el beneficio se dispara, aunque no para el FC Barcelona que, por contrato, adjudica esas entradas a sus agencias oficiales con un descuento, mayor si cabe cuantas más localidades solicitan.
La desesperación de Laporta porque el Spotify sigue cerrado y la pérdida de ingresos se acumula semana tras semanas es la causa de esta permisibilidad, o al menos la que lo justifica, pues en los partidos de Champions, cuando se comercializan entradas para el equipo visitante no autorizadas, el marco de venta y de reventa es el del mercado negro.
Por lo tanto, alguien que no es el Barça gana fraudulentamente mucho dinero.

