Fue el poeta francés Paul Valery quien dijo la frase «El futuro ya no es lo que era». Entre 2007 y 2011 este era el lema del programa de tarde noche en la desaparecida ComRàdio Tots per Tots, en el que tuve la suerte de poder participar, no sólo en las tertulias, sino también en una sección semanal que yo tenía llamada «Conflictos del Mundo».
Eran tiempos en que el presidente de los Estados Unidos era el Barak Obama del «We can!». Años en que el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia condenaba a criminales de las guerras de los Balcanes, y en los que empezaba a funcionar el Tribunal Penal Internacional que debía castigar crímenes de guerra en otros lugares del mundo. Eran tiempos que el mundo cambiaba y para bien. Todavía no era habitual el uso de Twitter, pero teníamos Facebook que ciertamente nos comunicaba, permitía difundir las actividades sociales, políticas y culturales en las que participábamos, más allá de servirnos para recuperar amigos de los que habíamos perdido el contacto.
Las primeras redes sociales y la conectividad nos hacían más libres y facilitaba autoorganizarnos. Incluso pocos años antes de Facebook, el «¡Pasalo! ¿Quién ha sido?» de los SMS activaron las movilizaciones frente a las mentiras de Aznar sobre los atentados del 11-M. Protestas que ayudaron a que el PP perdiera las elecciones y España entrara en una nueva etapa con Rodríguez Zapatero. El futuro ya no era como antes, nos sentíamos empoderados y el mañana seguro que sería mejor. La Unión Europea se ampliaba a más estados y podíamos viajar sin detenernos al cruzar las fronteras. Ciertamente en Francia y otros países de Europa crecían partidos ultras, como el Frente Nacional, pero la democracia era fuerte y cuando Jean Marie Le Pen en 2002 llegó a la segunda vuelta, el resto de partidos se unían para hacerle un cordón sanitario.
En aquel momento todavía se creía que Rusia a pesar de tropiezos transitaba hacia la democracia, y en Latinoamérica cada vez quedaban menos dictaduras, mientras democracias imperfectas se abrían paso en Asia y África. Y a pesar del enfrentamiento entre Hamás y la Autoridad Nacional Palestina, todavía creíamos que era posible la solución de los dos estados. Pero en noviembre de 2016 Donald Trump ganó las elecciones americanas «Make America great again» frente a Hillary Clinton, una victoria en número de representantes electorales, no en votos, y muchos creímos que Trump era un accidente en la primera y más consolidada democracia del mundo donde había habido presidentes como Nixon, que tuvo que dimitir por mentir en relación al Watergate y haber espiado rivales, cuando en Europa, donde las democracias eran más jóvenes, muchos jefes de estado no hubieran caído por prácticas de este tipo.
Y Trump en 2020 perdía las elecciones ante Joe Biden y pasó lo impensable: Que el presidente derrotado negara la evidencia de las urnas y llamara a sus seguidores a asaltar el Capitolio. Y pese a las múltiples causas judiciales y haber sido declarado culpable por otra cuestión, Trump ganó las elecciones en noviembre frente a Kamala Harris, y hoy ya vuelve a estar en la Casa Blanca. En 2020 con Trump en el poder el mundo vivió la pandemia de la Covid-19 durante la cual las teorías conspiranoicas crecieron por todas partes alimentadas por la ultraderecha que poco después daría veracidad a que a Trump le habían robado la victoria.
Una de las creencias de estos conspiranoicos antivacunas era que había alguien que con la vacuna pretendía controlarnos para hacernos más débiles. Y cuando se les preguntaba quiénes eran esos que nos pretendían dominar, respondían, «Tú no sabes que son ellos, pero ellos sí saben quién eres tú y cómo manipularte» Ahora Elon Musk, el amo del antiguo Twitter, X, y el hombre más rico del mundo que controla el algoritmo que sabe mucho de nosotros y con sus satélites pretende controlar las comunicaciones de los gobiernos de medio mundo, apuesta por Trump en Estados Unidos, mientras en la vieja y débil Europa, apoya a la ultraderecha de Alternativa por Alemania, Le Pen, Meloni y Abascal.
Trump como Elon Musk carecen de una calidad que caracteriza a los humanos, la empatía. Creen que por su esfuerzo o por haber sido elegidos por el destino, no sólo se merecen ser los hombres más ricos sino que tienen el derecho y deber de dirigir el mundo y enviar a la papelera el viejo orden. Pensábamos que Putin era un loco invadiendo Ucrania y ahora Trump, un presidente declarado convicto y que tenía que ser juzgado por intentar dar un golpe de estado, vuelve a estar en la Casa Blanca gracias al voto popular y amenaza con hacer lo mismo con Groenlandia y el Canal de Panamá.
El futuro ya no es lo que era.
