Joan Laporta se quita de encima las acusaciones de estafador que proyectan sobre su figura hasta cuatro querellas con la misma despreocupación y distancia que le resbalan las acusaciones de la oposición por gestionar el club tan chapuceramente como el caso Olmo ha puesto de relieve y ha elevado, como ejemplo, a paradigma de la frivolidad y la improvisación de esta presidencia.
Además de sacudirse de encima posibles culpas sin la menor autocrítica, el presidente azulgrana es capaz de salir de los tribunales tras declarar como investigado y redirigir la actualidad declamando a los cuatro vientos que los arbitrajes contra el Barça son un “escándalo”, haciendo referencia a una jugada en el área del Getafe el sábado por la noche. O sea, dos días más tarde.
Fue una de esas estrategias mediáticas, propias de su repertorio, ante la pésima conjunción de elementos en un lunes por la mañana con la obligación de ir al juzgado, acusado de estafador, tras confirmarse que el Real Madrid se había colocado líder el domingo a siete puntos de ventaja sobre el Barça, que el Barça ha sido alcanzado por el Athletic en puntos, y que el equipo de Flick firma la peor racha en la Liga desde hace 50 años.
Como no podía ser de otro modo, la prensa mayoritariamente laportista se apuntó a darle el mayor bombo posible a esta directriz presidencial sobre otro de esos robos arbitrales en el ámbito de una temporada que se está torciendo después de un arranque espectacular que había lanzado al Barça, tras ganar 0-4 en el Bernabéu y sumar una victoria seguidamente contra el Espanyol en la jornada 12ª, momento en que estableció una ventaja máxima de 9 puntos sobre el segundo clasificado.
Más que cualquier otra cosa en el mundo, ahora mismo a Laporta le preocupa que el primer equipo entre en crisis por la sencilla razón de que, tras los últimos acontecimientos, su junta se sostiene por el marcador, por la trayectoria de ese ilusionante equipo, en gran parte por el volumen y el protagonismo de la herencia recibida de la Masía, que parece haber recuperado el tono y las posibilidades de luchar por todas las competiciones.
Haber sumado al 0-4 contra el Real Madrid en la Liga otra victoria indiscutible (5-2) en la final de la Supercopa había sido el bálsamo perfecto, junto con la cautelarísima del CSD, contra el escenario de drama y de incandescencia social y mediática provocada por el caso Olmo, un frenazo a los planes de la oposición y un escudo eficaz contra las críticas a la opacidad y sospechas de la última no palanca empleada in extremis y bajo presión solo para empatar con el margen salarial.
Lo que menos le conviene a Laporta, sabiendo además que no hay dinero para fichar si no hay una salida de peso y con la advertencia de la comisión económica que dedique el dinero de Catar y de Dubai a reducir deuda, es que se derrumbe el pilar que todo lo sostiene, las grandes expectativas generadas por el equipo de Hansi Flick.
Por eso tras el empate en Getafe, pero sobre todo por la victoria fácil del Real Madrid sobre Las Palmas, Laporta supo hábilmente poner en el centro de la actualidad la jugada de un posible penalti que ni justificaron las crónicas del sábado ni fue el centro del análisis del pospartido del lunes en los medios.
Solo fue a raíz de su declaración al salir de la Ciudad de la Justicia, casi dos días después, que la pólvora presidencial provocó un incendio retardado y eficaz también contra la enésima nota de una oposición obstinada en anunciar, mancomunadamente, que por más destrozos y gamberradas que Laporta pueda cometer hasta final de temporada no va a mover un solo dedo, que repliega sus filas y se vuelve a sus cuarteles de invierno, probablemente en otro grave error estratégico por su parte.
Víctor Font, por su parte, es quien cree haber sacado más provecho de esta resolución asamblearia y, por tanto, la menos hostil y afinada para contentar a todas las partes, para no verse en la obligación de quemar sus cartuchos -si los tiene- antes de las elecciones, dando apoyo a la iniciativa menos beligerante, precisamente la que defienden los grupos minoritarios, consistente en pedir a la junta de Laporta que, voluntariamente, se someta a una especie de cuestión de confianza vía telemática al acabar esta temporada. Algo que a Laporta, está claro, no le hace ni cosquillas.
Los estatutos no la contemplan por muy vinculante que quieran plantearla desde esa disidencia de los pequeños colectivos, tan proclives a no irritar y guardar las formas ante quien han rendido pleitesía hasta hace apenas unas semanas.
Ciertamente, no podían ofrecer una imagen conjunta más triste de retroceso y de fracaso los firmantes del último comunicado, anunciando ese firme y determinado paso atrás, reconociendo de algún modo la derrota infligida por Laporta con la cautelar y la humillante victoria sobre el Madrid, como si los sólidos argumentos de base sobre las delirantes y atroces actuaciones de Laporta en el gobierno del club no fueran, en realidad, motivo suficiente para que sus reivindicaciones firmes, justificadamente, sigan siendo causa de alerta y predisposición a actuar por el bien del club.
La única amenaza para Laporta, por tanto, proviene de lo que sea capaz de hacer el primer equipo en lo que resta de temporada. Si confirma sus grandes expectativas, el presidente parecerá más reforzado y triunfal que nunca y, si no es así, el recurso de señalar los arbitrajes como causa de los tropiezos también pone contra las cuerdas a los opositores, que difícilmente saldrán a aplaudir a los árbitros.
Laporta ya parece que no tiene oposición, lo cual no quiere decir, al contrario, que él mismo, sin la ayuda de nadie, no pueda autolesionarse todavía más y perjudicar al Barça irremediablemente por elevación.

