Laporta revive en primera persona el voto de censura contra Núñez de 1998

Ahora es él a quien la oposición acusa de haber llevado el club a la ruina y de querer transformarlo en una SA, los dos motivos principales de su injustificado argumento hace 27 años para promover una campaña que solo le sirvió a para posicionarse como líder del antinuñismo

Joan Laporta - Foto: FC Barcelona

Si Joan Laporta militara en la oposición, lo más seguro es que clamara por la situación terminal del club, ciertamente de extrema gravedad. Lo haría, conociéndolo, más o menos con estas palabras, o muy parecidas: «Que no nos embauquen, que si no fuera por la Masía, la herencia, el desperdicio de activos y de patrimonio, el abuso de las palancas, el signing bonus de Nike -a cambio de una sumisión comercial inaceptable por catorce años- y el gravísimo error de anticipar a bajo precio la futura comercialización del Spotify, si no fuera por todas estas medidas desesperadas, improvisadas y urgentes, el FC Barcelona ya sería una SA o estaría fuera de las competiciones por incumplimiento flagrante de la normativa financiera».

Sería un discurso coherente y lúcido a la vista de los hechos de la auténtica realidad, que no se parece en nada, desde luego, al relato oficialista sobre el que cabalga Laporta esta semana tras haber sufrido, eso es verdad, la peor crisis de su mandato. Si el CSD le hubiera negado la cautelar, todo el castillo de naipes se habría venido abajo y a estas horas el porvenir del Barça sería como el del Reus un año antes de su liquidación y desaparición a manos de Laporta y de sus ocurrencias, por más que Joan Oliver fue el que dio la cara. El Barça, debiendo afrontar la amortización de Dani Olmo de golpe y la liquidación de su contrato, 100 millones en números redondos, se hubiera enfrentado a un colapso financiero inminente del que difícilmente sería capaz de salir hoy sin ser víctima de un cataclismo sin precedentes.

Hace 27 años, cuando Laporta presentó contra Josep Lluís Núñez un voto de censura vestido de Elefant Blau tuvo una visión anticipada de esta tragedia, pues sus dos principales argumentos para echar a Núñez del palco fueron dos: el primero, que la situación económica era de quiebra técnica; y el segundo, que en realidad el único plan de Núñez era transformar el Barça en sociedad anónima.

Laporta decidió que era el momento de activar el primer voto de censura de la historia cuando apenas habían transcurrido unos meses de unas elecciones en las que había barrido a su único rival, Àngel Fernández, que, por cierto, había formalizado su candidatura con un jovencísimo Joan Laporta en sus filas. Tras aquella derrota decidió iniciar en solitario, aunque financiado, apoyado y patrocinado por todo el aparato del sector Ferrusola de la plaça de Sant Jaume y del sector dominante de Convergència, su carrera como agitador, destructor, desestabilizador y agente tóxico del entorno barcelonista. Más o menos, el tipo de guerra de guerrillas que Laporta atribuye hoy a su oposición en un ejercicio de imaginación, cólera y rabia que ciertamente no se corresponde con la escasa, por no decir nula, beligerancia de los Víctor Font y Joan Camprubí.

Con el paso del tiempo, hoy es Laporta quien, con su vandálico protagonismo, ha capitalizado los motivos de ruina y peligro de SA que hace 27 años esgrimió, realmente sin sentido, para arrancar aquel voto de censura que en realidad nunca pretendió ganar. Se trataba de catapultarse como jefe de la oposición.

Tras la dimisión de Núñez en el año 2000, su estrategia consistió en desaparecer del mapa mientras duró la presidencia de Joan Gaspart, que sí se dedicó a darle hachazos y mordidas a la economía del Barça sin que ni él mismo ni ningún otro elefant levantara la voz ni una sola vez. Por analogía, si promovió un voto de censura contra Núñez debió impulsar por lo menos diez para echar del palco a Gaspart, personaje con el que finalmente pactó no levantar las alfombras en 2003, sellando un pacto entre piratas que ha perdurado hasta nuestros días.

A Laporta se le debe reconocer su innata capacidad como arma de destrucción masiva, tan probada en el Barça como en el Reus, pero sobre todo de desgaste contra el poder, también exhibida y perfeccionada más tarde contra Sandro Rosell y contra Josep Maria Bartomeu, en todos los casos con absoluta independencia de si la razón y los hechos justificaban perpetuar esa compulsión suya por eliminar presidentes, uno tras otro.

Inversamente proporcional a su proverbial habilidad para el acoso y derribo (Núñez, Rosell y Bartomeu), Laporta no posee ningún don para la gestión, su ADN es el antitético a cualquier presidente con instinto para el incremento patrimonial y la generación de beneficios, como bien ha confirmado en sus casi once años de mandato, camino de los 150 millones de pérdidas acumuladas y una deuda que cabalga imparable a un récord insuperable (o no) de 4.000 millones.

Por desgracia para el Barça, también en la misma medida que aumenta su torpeza y negligencia para el gobierno del club -y, por tanto, reduce los beneficios y las expectativas de generar riqueza-, crece esa visceral repulsión y hostilidad presidencial contra quienes desde del otro lado, desde la oposición o desde la simple crítica, el desacuerdo o el desencanto, no le rinden pleitesía.

La rueda de prensa del martes fue la enésima demostración de su desorbitado grado de absolutismo, egolatría, totalitarismo y desprecio hacia el resto de los socios, y de quienes han auspiciado esa alerta tras la no inscripción de Dani Olmo la noche de fin de año.

Desde ese furor vengativo empleado el martes contra los opositores, incluso desdeñando que puedan siquiera hacerle cosquillas, ha provocado un efecto adverso y hasta cierto punto imprevisto, elevando casi a la categoría de presidentes a Víctor Font y Joan Camprubí, las dos cabezas visibles en su contra que ahora mismo quisiera eliminar de la partida si pudiera, como en sus tiempos contra enemigos de envergadura en el poder.

Les ha dado motivos para fortalecerse y contraatacar ahora desde el dolor de esa humillación con la que se ha servido Laporta ese plato de resentimiento. Los habrá irritado lo bastante, se supone, para que a partir de ahora afilen sus armas, lo mismo que a determinada prensa a la que también ha señalado como antibarcelonista porque, fundamentalmente, no se ha creído el relato rebosante de embustes y de chapuzas que ha rodeado el caso. El laportismo, como lo ha acabado diseñando el propio Laporta, ya es solo para fanáticos. Más peligro todavía.

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