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El Laporta más endiosado cierra el caso Olmo burlándose de la oposición

Joan Laporta - Foto: FC Barcelona

Las explicaciones que finalmente dio Joan Laporta sobre el episodio en torno a las licencias de Dani Olmo y Pau Víctor sirvieron, como era su propósito, para enardecer el laportismo que los socios parecen seguir necesitando inyectarse de vez en cuando, como en este tipo de crisis que cada vez parecen estar más al límite, más al borde del riesgo, y ser más extremadamente amenazadoras para el futuro del Barça aunque esta no sea la percepción social, si es que todavía queda algún rastro de sensibilidad en algún rincón de la galaxia azulgrana.

Por la misma razón, las desafiantes bravatas discursivas de Laporta, lo mismo en el fondo que en la forma, han provocado el mismo efecto radical y fanatizado en su legión de adoradores de prensa y del poderoso entorno digital, convertido hoy en su mejor escudo para estos tiempos en los que las redes ponen y quitan presidentes de los Estados Unidos.

Las reacciones entusiastas y entregadas a la gestión de Laporta en el caso Olmo se multiplicaron exponencialmente tras su intervención ante los medios de ayer por la mañana, engordadas por ese argumentario presidencial según el cual en realidad no hubo tal caso y todo el ruido generado a su alrededor fue artificial e injustificado. Según él, su anticipación y planificación en la inscripción y formalización de las licencias rozó la excelencia.

Tampoco excusó, negando la mayor, su recital de mala educación insultando a los miembros federativos y propinando patadas al mobiliario del palco en la previa de la semifinal. En todo caso, vino a decir, si en algún momento se puso de malhumor fue, comprensiblemente, porque incluso exhibiendo esa perfección en la gestión del fichaje de Olmo tanto él como el Barça habían sido atacados y maltratados sin venir a cuento por LaLiga y por la RFEF, por las fuerzas antibarcelonistas que dominan el fútbol español.

La lengua se le fue calentando, críticas al margen por la actuación de esos organismos nacional-españoles -que, por cierto, no incluyen ni al Real Madrid ni al CSD– cuando entró a matar contra la prensa desleal catalana, muy concretamente dirigida a medios que han cambiado de acera en los últimos meses. Sin mencionarlos cargó las tintas contra quienes no han sido fuertes y no han confiado en el presidente-emperador del Barça -o sea, en él-, cometiendo el error de no calcular que él nunca se rinde.

Los tiros fueron dirigidos parcialmente a TV3 y el Grupo Godó, dentro del cual La Vanguardia ha dejado de acunar a Laporta, Mundo Deportivo se ha convertido editorialmente en el escuadrón de la muerte del laportismo, y en RAC1, depende del programa y depende de quién han dejado de creer.

La peor parte, con todo, se la llevó la oposición, a la cual ridiculizó por su fragilidad, timidez y miedos. “Se van a tener que esforzar bastante más”, dijo, retándolos a que se atrevan a dar el paso de promover un voto de censura.

El Laporta menos autocrítico y más endiosado que nunca llevó a la exageración esa descarada estrategia de la negación de los pecados capitales de su descontrolada presidencia, que, aun siendo tan evidentes, él se encarga de ignorar, desterrar y borrar de ese escenario de su realidad, desde los altares sagrados del mundo paralelo desde el cual se digna generosamente a dirigirse a los barcelonistas cada vez con menos frecuencia y con más espíritu de condena a las almas pecadoras de la disidencia.

Poco le importa si los socios que le votaron siguen creyendo en sus promesas o si le han abandonado, pues su entorno está poblado al cien por cien por una corte de aduladores y de palmeros propios de un reyezuelo de poca monta.

De sus explicaciones sobre la operación de la venta de asientos VIP, de su comercialización para ser exactos, ni una palabra. Le pasó el muerto a su único ejecutivo de finanzas, Manel del Río, el único que le queda, para acabar no diciendo nada nuevo ni mucho menos dar a conocer la identidad del segundo pagador. Habría aumentado, o se habría recuperado, la credibilidad de Laporta si en la comparecencia suya tan largamente esperada hubiera aclarado ese peliagudo tema y disipado los rumores, las sospechas y los temores de que otro Barça Studios se está cociendo en las calderas del laportismo. Los indicios empiezan a ser clarísimos.

Por supuesto, Laporta dio por hecho y seguro que con la cautelarísima del CSD las licencias de Olmo y Pau Víctor son firmes y definitivas. Lo afirmó con la misma contundencia, eso sí, que tiempo atrás confirmó la existencia de inversores de Barça Studios, que siguen sin aparecer, o que con la firma del contrato de Nike volvía a la regla del 1:1.

Y finalmente, aprovechando la euforia del momento, se filtró que el Barça ha pedido al Ayuntamiento de Barcelona poder jugar en Montjuic hasta abril. En la rueda de prensa de ayer fue en ese tema donde se vio al Laporta más reacio a contar otro cuento de los suyos, como más comedido y en baja forma. “¿Cuándo volveremos al Spotify? Cuando podamos”, respondió.

¿Recuerdan los socios las veces que empeñó su palabra en que se podría jugar el 29 de noviembre de 2024? Cuando menos, cabe reflexionar si, tomando como ejemplo el vaivén de la fecha de vuelta, lo que ayer digo el presidente sobre la actualidad del Barça será vigente dentro de tres meses.

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