Los insultos dirigidos por Joan Laporta a los representantes de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) en el palco del King Abdullah Sports City de Yeda (Arabia Saudí) han sido confirmados por diferentes fuentes y testigos que certifican las patadas del presidente azulgrana al mobiliario y los gritos de «¡Hijos de puta!», «¡Cobardes!», «¡Macarras!» y «¡Sinvergüenzas!» proferidos a presidentes de las federaciones territoriales y miembros de la junta directiva.
Hechos que, más allá de ser reprobables en sí mismos por lo que tienen de mala educación, insultos injustificados y un comportamiento impropio de alguien que representa la máxima autoridad del FC Barcelona, pueden acarrear una sanción a Joan Laporta que, en un supuesto extremo, podría incluso acarrear su inhabilitación como presidente.
Al menos esta es la información que está circulando internamente desde el seno de la propia RFEF en respuesta a unos hechos ciertamente lamentables y condenables que, si tienen una similitud, es con los malos modos y gestos obscenos de Luis Rubiales en la final del Mundial de fútbol femenino tras la victoria de España.
No dejaría de ser curioso, cuando menos, que después de tantas atrocidades cometidas por el presidente azulgrana, motivo por el que la oposición ya ha pedido públicamente su dimisión, fuera un órgano externo como la Federación Española la que provocara su jubilación anticipada por una mala noche. Más aún en las circunstancias actuales tras la postura federativa de haberle negado a Dani Olmo y Pau Víctor la licencia para seguir vistiendo de azulgrana a partir del 1 de enero.
Lo que seguro que no pasará es que ni la Comisión de Disciplina ni la de Ética y Transparencia del FC Barcelona, que presiden Josep Cubells (secretario de la junta) y Elena Fort (vicepresidenta institucional), vayan a intervenir a pesar de que los hechos, probados y de los que fueron testigos dos jugadores del primer equipo, Dani Olmo y Pau Víctor, son carne de sanción por tres vía:, la estatutaria propiamente dicha y, por extensión, de ambas comisiones que desde luego van a mirar hacia otro lado.
La pregunta que, en cualquier caso, debe responder ahora Laporta cuando dé la cara ante la prensa es cómo debe castigarse su actuación descontrolada si él mismo ha cerrado la grada de animación por gritos considerados ofensivos contra terceros. Seguramente nadie le planteará esta cuestión al presidente.













