Laporta empieza a perder leales ante el peligro real de una crisis histórica

Las críticas más afiladas e intolerantes por el caso Olmo provienen de quienes más habían protegido y defendido incondicionalmente al presidente en todas las atrocidades cometidas desde su retorno a la presidencia.

Bluesky

Joan Laporta, presidente del Barça, de quien la oposición pide su dimisión

Los primeros días del 2025, que habían de ser los de la consolidación de la gestión continuada del laportismo, en teoría sobre la explosión deportiva de otra generación de oro de la Masia, junto con los acertados refuerzos fichados con los presuntos recursos de una institución en plena recuperación económica tras casi cuatro años de esfuerzos financieros y 1.100 millones de ingresos netos en palancas, se han vuelto, sin embargo, oscuros y de total descrédito para la junta de Laporta.

Cuando menos, a lo largo de las reacciones recogidas tras consumarse oficialmente que los dos únicos jugadores fichados esta temporada, Dani Olmo y Pau Víctor, se han quedado sin ficha, huérfanos futbolísticamente hasta el extremo que Olmo hoy no podría ni siquiera jugar con la selección española por culpa de una negligente y también perpetuada gestión de un presidente soberbio y arrogante, se han concentrado en una novedosa corriente de demérito y de crítica feroz hacia la figura de Joan Laporta por parte principalmente del propio laportismo.

El clic de la opinión pública reflejada en la mayoría de los contenidos mediáticos y digitales de las últimas 48 horas revela peligrosamente que Laporta ha hecho cabrear como nunca a los suyos, a esa legión fanatizada de escribientes, opinadores, columnistas, tertulianos, youtubers y twitchers que hasta el sábado pasado habían hecho prevalecer su incondicional adhesión al régimen laportista por encima de cualquier otra consideración ni perspectiva, objetividad o una mínima sensibilidad analítica.

Defender sistemáticamente cualquiera que fuera la atrocidad laportista formaba parte de la compulsión ciega de este amplio y uniforme colectivo contra la menor señal de disidencia o crítica que pudiera detectarse en el universo barcelonista. Así había sido hasta que los recientes acontecimientos sobre el caso Olmo, envuelto en la pertinaz incapacidad de Laporta para haberlo resuelto antes de quedar atrapado en su propia red de errores, les ha dejado sin argumentos para mantener inalterable y sólida esa posición de baluartes de la presidencia.

Ahora se sienten, por el contrario, desnudos y ridiculizados por el fatal resultado de una gestión fanfarrona, tardía, errática y desencaminada sabiendo como sabía Laporta, y el resto de la humanidad, que la inscripción de Dani Olmo, por las características de la situación en el verano pasado, sin fair play para ficharlo imprudentemente como hizo el Laporta, aunque con la oportunista posibilidad de obtener una licencia federativa por la lesión de larga duración de un compañero, tenía, consensuadamente, carácter provisional y una caducidad marcada para el 31 de diciembre.

La solución era tan sencilla como encontrar el prometido margen salarial (la regla 1:1) para asegurar su inscripción definitiva a tiempo, o sea antes del 31 de diciembre. Pocos atenuantes o excusas pueden esgrimir los últimos laportistas cuando el propio relato de la presidencia ha dejado un reguero público y notorio de su propia ineptitud, pues ni aparecieron los socios salvadores de Bridgeburg Invest ni era verdad que con el contrato de Nike el fair play del Barça se recuperaba. Más tarde, también fue compartido y narrado por el laportismo mediático el tardío viaje de negocios a Qatar y Dubai en busca de un dinero fácil contra otra anticipada vía de ingresos por los asientos VIP, así como la triada de recursos que, en el peor escenario, garantizaban que Dani Olmo y el Barça no acabaran siendo el epicentro de la mayor catástrofe y vergüenza del barcelonismo. Según Laporta, las cautelares mercantil y civil no podían fallar y, en todo caso, si se producía una emergencia extrema los directivos, y hasta terceras personas, podían avalar para evitar lo peor.

Lógico que hasta las voces más abiertamente laportistas, esas que nunca habían flaqueado, hayan reaccionado con una especial virulencia y acidez verbal contra el descalabro de un presidente que, por méritos e intencionalidad propia, se ha autoerigido como presidente ejecutivo y plenipotenciario tras ir asumiendo las funciones de tantos directivos y ejecutivos que han ido abandonando la nave por culpa de esa intolerancia de Laporta a trabajar en equipo y por negarse a delegar en los mejores profesionales la tutela de las principales áreas de gestión.

No existen pruebas de que esta onda expansiva del laportismo en su máxima desesperación estuviera sincronizada con el anuncio, ahora más en serio y sólo unas horas más tarde, de la presentación de un amenazador voto de censura contra la directiva en un plazo de tiempo relativamente corto por parte de la oposición, esta vez unánime en su análisis sobre la gravedad de los hechos y sobre la necesidad de actuar contra la monstruosidad en que se ha convertido el laportismo, básicamente un “señor de la guerra” que hasta la fecha ha campado a sus anchas por su extenso territorio sin enemigo al que enfrentarse.

Esa falta de guión, acostumbrado como está Laporta a destruir a todo aquel que gobierne el Barça, ha favorecido que sobresaliera, como en su primer mandato, su verdadera personalidad, la de un abogado gris, incapaz para la administración de nada, ni de su propio bufete, abandonado y entregado sin miramientos a los excesos y rendido a las tentaciones de los negocios turbios y las oportunidades que genera el poder del Barça si uno se deja la ética en casa, suprime los controles estatutarios, los derechos de los socios y no le preocupa, al contrario, exhibir el dinero de los socios del Barça que tan generosamente reparte entre su círculo de amigos/agentes/comisionistas que, por supuesto, lo idolatran.

Falta ver si detrás de los primeros roedores que abandonan el barco laportista salta la tropa de menor rango, luego la tripulación y finalmente se amotinan los oficiales, en este caso una directiva que empieza a cargarse de razones para dimitir antes de que los puedan echar y ser objeto de una acción de responsabilidad. Vienen días convulsos y de nervios.

 

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