En uno de los días más negros para Joan Laporta, que por una vez parecía que había conseguido suficiente dinero para volver a la regla del 1:1 en materia de fichajes y, aún así, sin poder forzar la inscripción de Dani Olmo, sólo le faltaba que uno de sus directivos de máxima confianza, Josep Cubells, secretario de la junta especializado en asambleas telemáticas y antisociales, cometiera otro de esos errores que ya son franquicia en el laportismo.
No se le ocurrió otra cosa, después de echar fuera al último fichaje de la sección de baloncesto, el brasileño Raulzinho Neto, porque no estaba ni para jugar unos minutos, que intentar recuperar a Thomas Heurtel, un ex del Barça que fue literalmente bajado de un avión y abandonado en Turquía cuando en el Palau supieron que estaba negociando con el Real Madrid.
El escándalo fue mayúsculo, proporcionalmente igual que la puñalada de Figo al Barça en su momento. La traición de Heurtel fue detectada el 23 de diciembre de 2020, en plena campaña electoral, y la reacción de Laporta fue la siguiente: «No ayudan a la imagen del club situaciones como la de Thomas Heurtel. El Barça necesita un liderazgo fuerte e inminente por motivos como este. Ahora mismo el club está sin presidente y sin junta directiva y suceden estas cosas».
Parecería lógico que, tras el rechazo de las fuerzas vivas del Palau y la incredulidad del barcelonismo ante la posibilidad de un retorno liderado por la sección de baloncesto, que además ha provocado que al jugador se le haya dejado tirado con su familia en un hotel de Barcelona y sin contrato tras hacerlo viajar urgentemente desde China, alguien fuera destituido por el presidente, si es que el propio Laporta no estaba al caso desde el principio de este refuerzo.
Pero, claro, ¿con qué argumentos el presidente puede cesar a nadie si él mismo no es capaz de asegurar la continuidad de Dani Olmo, el fichaje estrella de la temporada?