Día D: La prórroga del caso Olmo es el juicio final a Laporta

Aunque LaLiga dejó claro que el Barça “no puede inscribir a nadie a partir del 2 de enero”, el presidente se aferra a una ‘causa de fuerza mayor’ para que los hombres de Tebas y la Federación Española provoquen un cataclismo en el fútbol español o le dejen sentenciado como presidente

Joan Laporta, durant l'assemblea del Barça 2024 - Foto: FC Barcelona

Este día viernes 3 de diciembre de 2025 ha amanecido como el de la prórroga para el destino de Joan Laporta y para el futuro del FC Barcelona, pendiente de si la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) y LaLiga revocan el revés más duro, ejemplar y abiertamente más justificado y merecido que el presidente azulgrana se haya llevado en toda su vida al frente del club. Se trata de una prórroga que se ha inventado y fabricado el propio Laporta a costa de su compulsiva naturaleza para el pleito imposible y sobre la desesperante sensación de que si pierde a Olmo lo pierde todo, un desenlace que, de hecho, ya es efectivo desde la medianoche del 31 de diciembre cuando LaLiga alumbró ese último comunicado afirmando que “el Barcelona no ha presentado ninguna alternativa que, atendiendo al cumplimiento de la normativa de control económico de LaLiga, le permita inscribir a ningún jugador a partir del próximo 2 de enero”.

El 2 de enero, en cambio, Laporta se lo pasó forjando esa bola extra a base ir a buscar petróleo en cualquier redacción de cualquier artículo del ordenamiento federativo sobre licencias de jugadores, en concreto en el que precisamente regula que en la misma temporada un jugador no podrá ser inscrito dos veces como sería el caso de Olmo y de Pau Víctor, a los que LaLiga borró de la plantilla del FC Barcelona hace ya dos días en respuesta directa al fracaso de Laporta para generar suficiente fair play para ambos.

Dispuso de cinco largos meses, casi seis en realidad, para afrontar ese bloqueo de su margen salarial que arrastra desde abril de 2022 por culpa del agujero negro de Barça Studios, o sea derivado de su propia negligencia, temeridad, incapacidad para la gestión y hasta, según se mire, de intentar ganar tiempo y dinero para fichar mediante el engaño y el fraude.

A la RFEF le toca ahora decidir si es causa de fuerza mayor, como dice el artículo al que apela Laporta para salvarse de este doble mortal sin red, que si no presentó la documentación y el dinero necesarios antes de la medianoche del último día del año 2024, es decir dos años y ocho meses después de saber que no dispone de dinero para fichar absolutamente a nadie, es suficiente ‘causa de fuerza mayor’ para reconsiderar la decisión de LaLiga y tramitar sus licencias.

El resto de los clubs de LaLiga, al acecho, han sufrido como el Barça el peso y las restricciones del control financiero que LaLiga está obligada a ejercer por la propia autoridad de los clubs profesionales depositada en la patronal y en un presidente libremente elegido por los mismos, además de por la delegación y demanda expresa del Gobierno de España, ordenada por los correspondientes decretos.

Si hoy es el día de la prórroga sólo lo es porque Laporta así lo ha decidido, porque espera que el dinero de las ventas de los asientos VIP del futuro Spotify, según algunas fuentes adjudicado a un fondo de inversión de Qatar y de Dubai, esté ingresado al menos parcialmente según los parámetros exigidos por LaLiga el pasado día 31 de diciembre como límite, esa otra fecha clave que interplanetariamente era sabida menos por Laporta, que no despertó de su proverbial letargo y desidia, de su soberbia en definitiva, hasta que no le vio las orejas al lobo.

Laporta tenía, llegado el apuro, una muy fácil salida, la de presentar un aval de la junta en tiempo y forma para ganar seis meses más y poder negociar esa venta de activos sin la urgencia ni la presión que finalmente le llevaron a fracasar la noche de las campanadas.

También pudo ahorrarse quedar hoy a merced de si alguien de la RFEF se atreve a ir contra las reglas que se han aplicado al resto de forma inflexible de haberse puesto manos a la obra cuando, sin margen salarial en verano -como siempre-, fichó a ambos y se las arregló para que médicamente la lesión de Christensen le permitiera inscribirlo sólo de forma advertidamente provisional.

La prueba más sólida de que esta causa mayor sólo será un subterfugio y un paripé si se le admite es que Laporta, consciente de que no era capaz de evitar la tragedia, ya intentó dos jugadas procesales ante los tribunales la semana anterior, mercantil y civil, con argumentos risibles, poco serios y merecedores del ridículo que Laporta se ha ganado a pulso, que no el FC Barcelona.

Pedirle hoy a LaLiga que reabra y reconsidere su postura después de ametrallarla con dos denuncias seguidas y puede que con una tercera el lunes si hoy no hay milagro tampoco parece un argumento sólido para la pretensión de benevolencia y de la vista gorda que Laporta sugiere en este día histórico de la prórroga.

Es el gran escenario que él mismo se ha fabricado a fuerza de sus catastróficas estrategias e ineptitud manifiesta, pues el propio jugador -otro torpedo contra la causa de fuerza mayor- se aseguró quedar libre y penalizar gravemente al Barça con más de 100 millones por culpa exclusiva de Laporta si el presidente no era capaz de conseguir su inscripción legal y definitiva antes el 31 de diciembre.

Incluso si al final la RFEF y LaLiga consienten, provocando un conflicto de terribles consecuencias procesales, impugnaciones y una atmósfera de tormenta que encenderá el fútbol español por desgracia con motivos, Laporta no aparecerá como el gran triunfador de este otro match ball de su gestión. En la propia solución, por la venta de asientos a menos de la mitad de precio y contra ingresos que el club necesitará, arranca otro desastre financiero que difícilmente pueda arreglar Laporta y mucho menos su amigo Darren Dein que acaso también haya intervenido en una operación de la que tampoco el socio sabe nada. Como siempre.

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