Con independencia de cómo se resuelva en las próximas horas la dramática y a la vez ridícula situación de Dani Olmo, el presidente azulgrana, Joan Laporta, habrá dejado tras de sí otra demostración de frivolidad, improvisación y negligencia. La realidad, por mucho que la prensa siga encubriendo su desidia y parsimonia a lo largo de los meses transcurridos desde que se consumó el fichaje estrella de la temporada, pasa por una actuación deficiente de la junta en diferentes ámbitos de la gestión, especialmente en el manejo de los recursos financieros, económicos y patrimoniales que han sufrido un menoscabo evidente en los últimos meses.
La caída de los ingresos por falta de títulos, por el retraso en la reapertura del Spotify y, sobre todo, a causa del revés de los 141 millones de pérdidas, que se veía venir por haber llevado más allá de lo tolerable la farsa de la venta de Barça Studios, los parámetros de las cuentas azulgrana se encuentran en alerta roja desde hace también demasiado tiempo. Que Laporta consiguiera el sí de Dani Olmo y el transfer del Leipzig en verano no fue más que una maniobra engañosa para el propio Barça y desde luego para el jugador, al que le aseguraron su inscripción pese al bloqueo del margen salarial que, en aquel momento, igual que ahora, afectaba al Barça.
Ese gesto de soberbia y riesgo fue, básicamente, el argumento empleado por el juez mercantil para rechazar la absurda petición laportista de la inscripción cautelar de Olmo el viernes pasado, basada en el derecho al trabajo de un futbolista con un contrato que, precisamente porque el FC Barcelona no lo podía asumir, el presidente del club nunca le debió poner delante ni invitarlo a firmar a menos que en la forma y tiempo adecuados procurase la ampliación del margen salarial necesario.
No ha existido, pues, ninguna conspiración judeo-masónica en contra de Laporta ni LaLiga ha cambiado las reglas para endurecer y complicar la inscripción de un jugador. Simplemente, el horizonte financiero azulgrana se deterioró aún más después del 30 junio porque el auditor decidió no reírle más las gracias al presidente ni a sus inventos financieros y, en aplicación de la normativa contable, exigirle la restitución de los fondos fantasma de Barça Studios, al menos una parte sustancial por los impagos de 141 millones.
Aun así, ocultando al mundo que las cuentas dejaban un rastro de 94 millones de nuevas pérdidas y que el auditor le reclamaba 200 millones más, exigencia que Laporta logró más tarde retrasar un año en otra asamblea telemática y manipulada, removió cielo y tierra para engatusar a Dani Olmo, deslumbrado como no podía ser de otro modo por la posibilidad de ser titular y jugador clave del Barça, el club de su vida y del que se fue para buscarse la vida en el extranjero.
El mismo presidente, en cambio, no hizo el menor esfuerzo en afrontar la verdadera naturaleza del problema en que había metido otra vez al Barça y, por descontado, al jugador, que ni siquiera pudo empezar la Liga hasta transcurridas dos jornadas y sólo gracias a una media trampa con la lesión de Christensen.
Cinco meses más tarde, acumuladas nuevas mentiras sobre empresas fervientemente interesadas en invertir en Barça Vision, sobre la certeza de que con el signing bonus de Nike todo se solucionaría y, si no, con una cautelar por lo mercantil o con la venta de asientos VIP para 20 años o con un aval…, lo cierto es que a 24 horas del límite existen tantas expectativas como dudas sobre la credibilidad de todas esas vías, a las que hay que añadir, hoy mismo, la de una vista previa por una demanda civil sin pies ni cabeza.
Puede que finalmente suene la flauta o que alguien ponga el dinero -a saber a cambio de qué- en una aval de última hora, pues la operación de las localidades de lujo parece sujeta también a un prorrateo y, por tanto, insuficiente para cubrir los 60 millones que siguen faltando para llegar a la famosa regla 1:1, momento no menos triste y descorazonador en el que Laporta necesitará generar el margen salarial correspondiente al coste de los fichajes de Dani Olmo y de Pau Víctor, más la amortización anual correspondiente.
Seguirá siendo, en el mejor de los escenarios, si Olmo es inscrito antes de las campanadas de fin de año, un esperpento tanto o más indignante que el propio jugador, pese a su voluntad y compromiso extremos de querer jugar en el Barça y obviar esta carrera de obstáculo, se haya visto forzado a firmar una cláusula por la que quedaría libre de irse a otro equipo, perdiendo el Barça los 50 millones del coste de su fichaje y debiéndole pagar todo el contrato. Para echarse a llorar.