Casi nadie recuerda cómo hace nueve años se hablaba de un triple empate en las encuestas de las elecciones catalanas, las del voto de tu vida, quizá por eso no rememoras como aquel verano una extraña candidatura podía ganar. Se trataba de Catalunya en Comú Sí Que es Pot. Sus entusiastas deberían haber entendido desde el principio que las siglas no ayudaban. El candidato, el ahora socialista Lluís Rabell, sufrió un buen revolcón en las urnas y fue entonces cuando empecé a escuchar maravillas de Ernest Urtasun, a quien, además de guapo, solían calificar de persona muy inteligente, motivo de su renuncia a liderar la formación morada en próximos comicios, además de encontrarse muy cómodo en Europa, donde parecía un tipo serio.
Por eso me sorprendió al principio verlo como un acompañante bien vestido de Yolanda Diaz, cabeza visible de la coalición Sumar. Urtasun iba con ella a todas partes, como si la gallega tuviera verdadera necesidad de ayuda y un hombre a su lado, más tarde devenido ministro de Cultura, donde protagoniza una gestión con bastante más oscuridad que claridad. Las causas son varias. Las ideas de la autodenominada izquierda a la izquierda del PSOE son aceptables para cualquier persona con dos dedos de frente. Otra cosa es juzgarlas imprescindibles, que no suelen serlo. Un caso bien ejemplar es el de descolonizar los museos. Sería más fácil devolver las piezas a los países de origen, pero el joven catalán, alumno del Liceo Francés, quiso mostrarnos cómo trabajaba, como también lo hizo con la noble tarea de devolver piezas hurtadas durante la Guerra Civil a sus legítimos propietarios, algo a aplaudir, si bien ya puestos podría reflexionar sobre cómo determinados centros expositivos están llenos de estos objetos, como el Marés de Barcelona.
El centro del artículo no son estas minucias. Cuando voy de viaje, lo he comentado alguna vez en estas mismas páginas, constato la irrelevancia de la política española a nivel internacional. Por eso no me enteré de la invitación francesa a los representantes españoles para asistir a la inauguración de la remodelada Notre Dame. Nadie asistió y cuando digo nadie hablo de los Reyes, que en cambio estuvieron excelsos en Italia, el Presidente Sánchez y el ministro Urtasun, demasiado ocupado en sus historias mientras negligía la importancia de ir a determinados lugares, sobre todo cuando te invitan. Lo arregló con un disparate inolvidable. En un acto, no recuerdo cuál, tuve los narices de decir que Miguel Hernández fue asesinado por el franquismo, justificándolo más tarde, con aceptación de varios ciudadanos, porque las cárceles de la posguerra fueron las responsables de la fatídica tuberculosis del poeta.
Este lirismo ministerial me debería hacer reír y me provoca pena. Primero porque Urtasun vive obsesionado en asuntos no banales a pesar de que sean en un instante donde la Cultura, más aún en toda España, es un conglomerado de mafias, de capillitas en despachos, muy poco conscientes de cómo el resto de la sociedad no sabe de su existencia y aún menos de sus obras, envueltas en un asfixiante provincianismo. Segundo porque repite el error de los procesistas. Hagamos más memoria. ¿Una estatua ecuestre de Franco en el Born?
Sí, aquella pintada y vandalizada al aire libre por catarsis y deporte, ya que la tesis de la exhibición no fue seguida, en parte por la mala comunicación crónica del Ayuntamiento de Colau, en parte porque la presión del poder de la Generalitat había impulsado la acción desde aquella enfermedad infecta que es ver cómo los políticos han cogido el lugar de los historiadores y se animan, desde una absoluta falta de respeto, a narrarnos el pasado en función de sus intereses.
Urtasun no es ningún genio, tampoco ningún elemento innovador. Perpetúa una brecha contemporánea que hará más daño en breve, cuando la mayoría vea, si es que todavía no ha llegado, como la clase política nacional es incompetente de base, en esencia por su voluntad única de dedicarse a un asunto muy desprestigiado y fundamental, adjetivos peligrosos, pues el ideal sería prescindir de personas sin talento para determinado trabajo.
Ahora bien, una política desprestigiada conlleva una democracia en crisis y eso debe evitarse sea como sea, algo por desgracia imposible porque ellos han ganado promoviendo la pereza ciudadana en torno a sus problemas que son los nuestros. Urtasun es el ministro de una maría y es muy feliz entre ingresos y looks. Ha hundido un barco siempre con dolor de cabeza en lugar de potenciarlo, una prueba más de cómo quizás no es como creemos. Si fuese bueno hubiera luchado para encauzar el estatus de la criatura que gobierna. Como no lo es, aparecerá en las oraciones como el chófer de una Miss Daisy condenada a la amnesia, y por una vez la culpa no será de Iñigo Errejón.