El pasado 17 de diciembre nos levantamos con la noticia del fallecimiento de Marisa Paredes a los 78 años. Nacida en el centro de Madrid en el seno de una familia humilde, mucho antes de ser chica Almodóvar tuvo que hacer huelga de hambre para que su padre le dejara iniciar su carrera como actriz. Hija, la cuarta y última, de una portera de la plaza de Santa Ana y el trabajador de una fábrica de cervezas, en la pequeña Marisa ya se veían los rasgos de una personalidad marcada por el compromiso político y la conciencia social.
En ese sentido, cuando alcanzó mayor repercusión fue con su discurso como presidenta de la Academia de Cine durante la gala de entrega de los Premios Goya. Corría el año 2003 y, como jefe del Gobierno del estado, José María Aznar había decidido apoyar sin ambages la segunda guerra de Irak, promovida por el entonces presidente estadounidense George W. Bush.
Ante ese conflicto y la participación de España en el mismo, fueron varios los actores que manifestaron su frontal oposición. Pero uno de los momentos más esperados era lo que Marisa Paredes, como máxima representante de la cinematografía del país, tuviera que decir y, definitivamente, no defraudó. “No hay que tener miedo a la cultura ni al entretenimiento ni a la libertad de expresión”, señalaba con firmeza para añadir: “Hay que tener miedo a la ignorancia y al dogmatismo. Hay que tener miedo a la guerra”, palabras a las que siguió una cerrada ovación del público.
Quizá por eso y por sus declaraciones críticas con Isabel Díaz Ayuso, al tiempo que apoyaba a la izquierda y en concreto a Pedro Sánchez, en Madrid no solo no ha habido manifestaciones de la plana mayor del Partido Popular lamentando su muerte, sino que tanto esta formación como Vox vetaron el minuto de silencio que Más Madrid y el PSOE quisieron dedicarle en la Asamblea. Si con ello podemos hablar de rencores o miserias, tal vez no vayamos muy desencaminados.
Pero el compromiso de Marisa iba más allá de unes siglas políticas, y también se significó a favor de Sumar o de Yolanda Díaz y, en general, a favor de la democracia. En una entrevista en la Cadena SER, hizo toda una declaración de principios: “Mi hija, María Isasi, nació en 1975, en septiembre. El dictador Franco estaba agonizando ya y yo lloré en ese posparto, pensando: ‘Dios, la suerte que tengo de que esta hija no va a conocer la dictadura’. Entonces llegó la democracia y vivimos esa cosa estupenda que es la libertad y el reconocimiento de los derechos de toda la ciudadanía. Mi nieta nació hace dos años ─es decir, en el año 21─ y yo pensé: ‘Dios bendito, esta criatura, tal y como se están poniendo las cosas, va a vivir algo que yo pensé que ya se había terminado’, que era la dictadura y el retraso en todos los derechos que afectan al ser humano en este país”.
En relación a la memoria histórica, no muy lejos de eso, dijo: “Nos falta memoria, somos muy desmemoriados en este país”. Y agregaba: “El hecho de no tener memoria hace que llegue una determinada gente, normalmente de la derecha”, al poder. También se reivindicó como activista feminista y respaldó la causa del Me too. Fuera de nuestras fronteras, otra de sus preocupaciones fue el pueblo palestino: “Palestina, no estás sola. ¡Viva Palestina libre!”, dijo al viento en una concentración de apoyo a esta comunidad tan masacrada y olvidada en los últimos tiempos.
Como personaje público, Marisa Paredes defendió la cultura en entrevistas, discursos y mítines políticos. “La educación es la base de donde salen los seres con un sentido crítico. Eso lo da la cultura”, afirmaba. Uno de los últimos actos en que participó, el pasado verano, fue la protesta protagonizada per decenas de vecinos del centro de Madrid para oponerse al proyecto de tala de árboles en la plaza de Santa Ana, la misma que la vio nacer.
Al día siguiente de su muerte, la Academia que ella había presidido veinte años atrás dio a conocer la lista de nominados a los próximos premios Goya, y la película El 47, de Marcel Barrena, fue la más reconocida. En cierto sentido, el ambiente que se respira en la cinta ambientada en el barrio de Torre Baró de Barcelona y el espíritu que encarna el protagonista, Manolo Vital, bien podrían asimilarse con los valores que representó Marisa Paredes a lo largo de su vida.
Marisa, te echaremos de menos.