En el entorno barcelonista de hoy se produce un fenómeno de enorme interés para el análisis de su verdadero estado de ánimo, posicionamiento y actitud ante una realidad cada vez más confusa. De un lado, a la vista está, el cliente del estadio Lluís Companys lo aplaude todo, se lo pasa en grande y parece disfrutar igual si al Barça lo entrena Xavi o Flick. Lo mismo pasa en las asambleas telemáticas una vez desterradas para siempre las presenciales, que las votaciones son sistemática y mayoritariamente aprobadas a favor de las propuestas de la junta, en cada caso con menos intervenciones y debate social por la sencilla razón de que resultan inaccesibles los canales informáticos puestos a disposición de los asistentes virtuales; vías de acceso y de participación que en realidad están capados a la hora de la verdad.
En conjunto, señales de una generalizada aprobación y satisfacción respecto de la gestión de la directiva por parte de estas dos muestras de socios inicialmente representativas del estado de opinión pública barcelonista a las que, si hay que sumar el eco de la prensa y de las redes sociales, abrumadoramente laportista y siempre predispuesta al palmerismo, el servilismo y la defensa de la actual junta, consolidan y refuerzan esa sensación de una estabilidad y satisfacción indiscutible.
En cambio, el discurso de personajes como Víctor Font o Joan Camprubí, que serían ahora mismo la voz más representativa de la oposición y -no hay por qué dudarlo tampoco- socios tan significativos y representativos de otro amplio sector del barcelonismo apunta a un extremo opuesto, de total discrepancia y alarmismo en cuanto al estado real del Barça a causa de una serie de decisiones erróneas, negligentes, temerarias, frívolas y sospechosamente opacas. Font sentencia que el club está ahora peor que cuando lo dejó Josep Maria Bartomeu y Camprubí habla directamente de un verdadero peligro de extinción.
En cuanto a la trascendencia y calado de su crítica, ambos comparten ahora mismo un espacio apenas visible en la opinión publicada, pues el orden mediático represivo, policial y dictatorial laportista es un eficaz aparato al servicio de la imagen idílica de la directiva, y una actitud más bien apocada y autorreprimida, de hablar poco y hacer aún menos porque el paso siguiente a su declaración de zona catastrófica es el de salir a la calle a luchar en las trincheras contra la sólida ocupación laportista, o sea proponer un voto de censura. Y ese es un paso que no se atreven a dar por miedo a perder –Joan Laporta en su misma situación no dudaría- y porque, en su mundo del bien quedar y el mantelismo, prefieren ahorrar fuerzas para las elecciones.
Ahora, a esas voces disidentes se ha unido en reacción a su anunciada expulsión de Montjuïc la de la Grada d’Animació, que ha desnudado las malas artes y peores intenciones de Laporta sobre cómo será el diseño del Spotify cuando algún día se abra al público. Lo más interesante de su comunicado es que resulta específico, preciso y pedagógico:
“Esto no va de sanciones económicas que no queramos pagar, hay mucho más de fondo. Poco a poco el socio está perdiendo el peso que siempre ha tenido históricamente, que le corresponde. La poca comunicación y el total desinterés en el EDA, propuestas rechazadas sin ninguna argumentación, ver como las revendas de siempre todavía están permitidas, desnaturalizar las gradas de ambiente del fútbol llenando el estadio de turistas, olas con empate a cero, ‘kiss cams’, speaker de broma, precios indecentes, fomentar la ausencia de rivalidades, cambiar los colores históricos del club por puro marketing, toma de grandes decisiones sin transparencia y sin consultar al socio, persecución de cualquier tipo de animación y discurso contrario, priorizar el espectáculo sin lugar al arraigo sentimental y familiar… infinitas razones que dejan ver las intenciones de esta junta directiva, priorizar un modelo de negocio donde sale muy perjudicada la masa social más cercana y fiel al club. Están vendiendo el club económica y socialmente. El cierre de nuestra zona, de la voz del estadio, es un paso más en la muerte social del club. O reaccionamos o acabarán destruyendo lo más importante que tenemos. Con la dignidad de la institución no se juega. Con la historia del club, tampoco. Con el valor del escudo y los sentimientos de los socios y aficionados, todavía menos”, dicen, asumiendo y despidiéndose de volver mientras Laporta reine en el Barça: «Lucharemos por nuestros derechos como socios, como cualquier otro. Está en nuestras manos».
Una razonada y clarificadora denuncia del clientelismo del que han venido siendo víctimas desde el regreso de Laporta. Lo mismo dirían, si se decidieran a hablar, las Penyes, ahora atrapadas astutamente por Laporta desde el momento en que aceptaron entrar a negociar el dinero que estaban dispuestas a aceptar en su cobarde retirada.
También han dado un giro de 180º anteriormente las leales, guerreras y rebeldes tropas de los grupos de opinión ahora reagrupas y contrarias al régimen bajo la enseña de Àgora Blaugrana, otro estéril foco de oposición que, como el resto, se refugia en el recurso del comunicado cómo única estrategia de combate contra un enemigo laportista que lo ha tratado a como a Messi, o sea a patadas para echarlos de su coto privado de caza.
En cuanto al resto de los socios, los claroscuros, cada vez más sombríos, por cierto, de la figura del presidente, siguen imponiéndose al resultado devastador de sus atrocidades, como si vieran en sus pocas luces un futuro aún esperanzador y de grandeza sin límites. ¿Cuántos? De momento, solo la mitad de los abonados de toda la vida han levantado el dedo diciendo que quieren volver a su casa.

