Entre las perversas intenciones de Joan Laporta para alcanzar de nuevo una victoria electoral figura, por descontado, la de atribuirse la construcción del nuevo estadio como un indiscutible y exclusivo mérito de su gestión por su audacia y determinación de haber dado el paso que las juntas anteriores no se habían atrevido a hacer.
Un relato tan simple, redondo y feliz como falso, y por descontado temerario, ya que si las directivas de Sandro Rosell y de Josep Maria Bartomeu no pudieron iniciar las obras no fue por falta de interés, esfuerzo o trabajo, sino porque el Ayuntamiento de Barcelona, el mismo que ahora se arrodilla ante los vecinos de Les Corts para pedirles más amplitud de horarios, paciencia y sentido de la responsabilidad y del sacrificio a favor de la obra, se había pasado siete largos años poniendo bastones en las ruedas, demorando hasta la exageración y la chirigota cada paso de la modificación del Plan General Metropolitano. Al revés que ahora, entre otros factores políticos porque Laporta se ha dejado cerca de 30 millones en jugar en Montjuïc, donde no ha escatimado gastos.
Las licencias solo se tramitaron finalmente cuando ya Bartomeu estuvo sentenciado y Laporta caminaba triunfal hacia la presidencia. Una manera de actuar que explica su posterior servilismo en una relación tan cambiante y sospechosa, en función de quien siga en la lonja del Camp Nou.
A la anterior junta, el Ayuntamiento le exigió una pulcritud y una excelencia más allá de los límites, incluso en los procesos de elección del diseño, además del cumplimiento estricto de la normativa, razón por la que nunca le permitió adelantar un solo palmo de terreno a las obras y en su preparación. En cambio, llegó Laporta, cambió estructuralmente la concepción del nuevo estadio, lo vulgarizó, suprimió aquellos elementos que le daban realmente singularidad, modernidad y atractivo, y el propio Ayuntamiento lo autorizó a iniciar las obras sin haber presentado un nuevo proyecto constructivo, improvisando y dejándole empezar los derribos mientras alguien rehacía los planes a toda carrera.
Para ir más deprisa, las modificaciones han eliminado el espectacular paseo elevado de 360 grados y el marcador circular; el uso del hormigón ha sido sustituido por una estructura de hierro, más barata y rápida de montar, al igual que la cubierta, sofisticada y arquitectónicamente perfecta en origen, ha dejado paso a un sistema rústico del que habrá que ver la eficiencia.
En cuanto al tratamiento social interno, la junta de Bartomeu fue duramente criticada y víctima de una ácida campaña mediática porque, debido a la parsimonia municipal, tenía que proponer a los socios un aumento de 600 a 800 millones del coste de las obras totales del Espai Barça, incluyendo el nuevo Palau Blaugrana, el resto de los equipamientos y la urbanización del entorno. Tan presionada se vio por la oposición que tuvo que aplazar incluso dos veces la celebración de una asamblea para solicitar una financiación respecto a los presupuestos de 2014.
Mientras tanto, eso sí, Bartomeu cerró un acuerdo base con Goldman Sachs, el mismo que luego Laporta aprovecharía, aunque pactando unas condiciones aberrantes y desproporcionadas cuando al nuevo presidente le cogió la prisa por licitar sospechosamente las obras a favor de Limak y ponerse como meta jugar en el nuevo estadio el 29 de noviembre del 2021, argumento innecesario al que se aferró para justificar la elección de Limak, el exilio en Montjuïc y pactar un préstamo ruinoso. Por lo menos para el Barça.
De los 800 millones de Bartomeu para todo el Espai Barça, Laporta ha firmado un crédito de 1.450 millones que se gastarán exclusivamente en la reforma del estadio, con un coste en intereses que se calcula en 1.500 millones más y una devolución imposible en los términos actualmente acordados y con unos tipos de interés superiores al 7%.
El resultado será que cuando se acaben las obras el Barça solo recibirá 100 millones anuales de los más de 300 millones de la explotación, al menos hasta el año 2050, infringiendo la norma sagrada y comprometida de que los costes y la financiación del Espai Barça no podrían afectar a los ingresos ordinarios, y el acuerdo asambleario que autorizó un límite de 1.500 millones para todo el Espai Barça.
Laporta, no obstante, esgrimirá que solo él podía liderar un proyecto así, lo cual es verdad porque es difícil hacerlo peor ni con unas consecuencias tan fatales.
*Puedes leer el artículo entero en el número 1599 de la edición en papel de EL TRIANGLE.















