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Arranca el 125º aniversario con el socio distante y alejado del propio club

Cartell commemoratiu del 125è aniversari del Barça difós a les xarxes pel club blaugrana

Los barcelonistas van a vivir este 125º aniversario de su club desde bastante distancia, fríamente, si no es que al final de la temporada el primer equipo, sobre todo, es capaz de acumular grandes títulos y las secciones aportan su grano de arena. Entonces sí que habrá un motivo real para que la celebración pueda dejar un cierto rastro imborrable. El año del centenario, con un programa agotador de actos a lo largo de 365 días, coincidió con la primera vez que los cuatro equipos profesionales (fútbol, baloncesto, balonmano y hockey patines) conquistaron sus respectivas ligas nacionales, un hito jamás logrado que se volvió a dar hace dos años, al final de la temporada 2022-23, en esta ocasión con dos equipos más campeones, el de fútbol sala y el femenino de fútbol.

El centenario del Barça fue, por voluntad del entonces presidente, Josep Lluís Núñez, a propuesta de quien asumió la preparación de una amplia agenda de eventos, Ricard Maxenchs, un escenario de continuas y sucesivas conmemoraciones en todos los ámbitos posibles de la extraordinaria dimensión del FC Barcelona. Todos los exjugadores del primer equipo vivos desfilaron por el Camp Nou y por el Palau, en el caso de las secciones, antes del partido del centenario, contra Brasil, que fue un espectáculo de primer nivel mundial, como la ceremonia de apertura, donde Joan Manel Serrat abrió la velada cantando a capela el himno del Barça. Las peñas organizaron el mayor encuentro mundial de todos los tiempos, se editaron colecciones de libros, los barcelonistas disfrutaron de una exposición permanente sobre la historia de su club, no faltaron actos culturales, de comunión con el resto de las instituciones del país y la sociedad civil catalana y barcelonesa en el ámbito de la cultura, las artes y el espectáculo. El centenario tuvo cartel, camiseta conmemorativa, himno propio y mascota, una sardana gigante rodeó el Camp Nou en señal de apego e identificación con las tradiciones y, finalmente, se apagaron las cien velas de un enorme pastel para, inmediatamente, seguir con la vida del club, seguir adelante y seguir avanzando. Atrás quedaron más de cien eventos bajo el sello de un año tan especial de la vida azulgrana y una serie inigualable de programas monográficos de TV3 sobre la historia del Barça que también coleccionó elogios y merecidos reconocimientos, además de muy buenas audiencias.

Hubo, no obstante, otro centenario que nunca vio la luz, el programado y preparado por una comisión externa a la que Núñez había encargado los preparativos. Ilustres y destacados barcelonistas, consensuadamente más que aptos y preparados para planearlo, presentaron al presidente una propuesta bastante distinta, ni mejor ni peor de la que acabó siendo, aunque sí más dirigida a la clase alta social, política, civil, cultural y económica, una orientación más elitista que pudo haber sido corregida y subsanada llegado el momento, si hubiera visto la luz verde definitiva de la directiva.

El freno se lo puso a sí misma la propia comisión cuando optó por no encauzar el centenario por donde Núñez les había indicado, por el camino de la austeridad y de la generación de recursos que pudieran financiar la celebración. Núñez no quería desviarse ni un milímetro de sus estrictas políticas de gastos y de inversiones a pesar de que la economía del momento, sólida y boyante, habría soportado perfectamente cualquier coste en favor de un acontecimiento tan señalado.

Cuando la comisión argumentó que los actos debían estar a la altura y grandeza de la institución y que, justificadamente, el club debía afrontar un determinado presupuesto, la reacción de Núñez no cambió, inflexible, negándose en redondo a destinar una parte de los ingresos a los festejos, galas, homenajes y eventos. La comisión fue inmediatamente disuelta y el centenario quedó bajo la organización y el protectorado de los ejecutivos del club, bajo la directa tutela y responsabilidad de Ricard Maxenchs.

El partido con el que se abrió el año del centenario, coincidiendo con un partido de Liga en el Camp Nou frente al Atlético de Madrid, acabó en derrota y con la extraña sensación de que el entrenador de turno, Louis van Gaal, no estuvo demasiado acertado prohibiendo al equipo visionar la ceremonia de apertura. Es decir, no permitiendo que la atmósfera tan especial de aquella noche envolviera y trascendiera al estado de ánimo de los jugadores, que salieron desconcertados y espesos, ajenos por completo a la extraña carga de emoción y de sentimiento que se respiraba en las gradas.

En este 125º aniversario, la dinámica arranca alejada del socio por completo no solo por una cuestión física a causa de las obras en el Spotify. Desde el primer momento, a Laporta le ha convenido dejar en manos de un comisionado único, David Carabén, el subliderato y el diseño más bien intelectual de los acontecimientos, dejando el espacio suficiente para, si las circunstancias lo aconsejan, ir asumiendo gradualmente -o sea, regulándolo- su propio protagonismo.

Es evidente que, por ahora, Laporta prefiere un perfil más bien complementario bien distinto del que habría asumido si, por ejemplo, Leo Messi hubiera confirmado su presencia o hubiera sido posible reabrir el estadio para la ocasión. Subirá el tono y su estrellato cuando vea que puede obtener de ese contexto un rédito electoral.

Hay poco que celebrar por ahora y menos aún en compañía o de la mano de los diferentes sectores identificables del barcelonismo que, mayoritariamente, han subrayado sus tics antidemocráticos cuando han abierto la boca últimamente. El socio no está, ni se le espera, en este primer guiño al 125º aniversario coincidente con la fría actitud de Messi con quien le echó, una reacción lógica y hasta elegante por parte de Leo, que podría ampliar a un estadio de venganza, si quisiera, y con la expulsión de la grada d’animación, reprochándoles a todos sus miembros una actitud antideportiva mientras la directiva azulgrana presidida por Laporta ha procurado no hacer lo propio con los socios del Real Madrid que insultaron a los jugadores del Barça en el clásico por no alterar el estado de las relaciones con Florentino Pérez.

Cuesta referirse hoy, con Laporta en la presidencia dispuesto a convertirse en el eje principal de la celebración cuando le convenga y al margen de los socios por completo, al estado de involución de aquellos aspectos de la naturaleza azulgrana que en el pasado convirtieron al Barça en todo lo que representa y ha llegado a ser como institución a causa no solo de esta deriva dictatorial que domina el club de arriba abajo por la soberbia y los intereses de Laporta. También son tiempos de complicidad, resignación y servilismo de la masa social. Desde esta óptica de la fortísima represión social por parte de la presidencia, hay pocas cosas que celebrar.

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