El Barça ha fabricado en sus propias entrañas una especie de bicefalia que a medio y largo plazo solo puede acabar en otro de esos conflictos de mala reputación y de peor imagen institucional derivado de mantener dos asociaciones de exjugadores completamente disociadas entre sí. Cada una con sus propias reglas, incompatibles, con distintas fuentes de financiación y, en el fondo y en la forma, con objetivos que las enfrentan y por los cuales rivalizan, siempre con el dinero orbitando como el gran protagonista de sus disputas. La guerra entre la Agrupación Barça Jugadores y el equipo Legends, aunque soterrada y silenciosa, sigue avanzando y proyectando, con el visto bueno y la bula de la actual junta, igual que sucedió con la anterior, un desprestigio que pone seriamente en duda que detrás de esta segunda vida de los grandes jugadores se antepongan los valores de los que tanto presume el club por delante del egoísmo, la insolidaridad, la falta de respeto y la avaricia de este colectivo, que debería ser un referente y un ejemplo de todo lo contrario.
En este escenario aparece, por un lado, la Agrupación Barça Jugadores, evolución de la anterior, Veteranos del Barça, cuya razón de ser histórica era bien simple: los exmiembros del primer equipo jugaban de cuando en cuando, aquí y allí, donde los llamasen, bien a beneficio de causas solidarias o bien a favor de algún excompañero en apuros económicos o con serios problemas -algo muy común años atrás- por malvivir de una jubilación precaria. Con el paso del tiempo se creó la primera Associació de Veterans y posteriormente la Agrupación Jugadores y la Fundación Jugadores a mediados de los años 90, ya con una mínima estructura ejecutiva que fomentaba las actividades, los partidos y las ayudas a los exjugadores no solo dinerarias, sino en formación profesional, programas de adaptación laboral y colaboración en la búsqueda de puestos de trabajo para sus asociados, que comenzaron a aumentar al ampliar la Agrupación su amparo a jugadores que habían llegado a vestir los colores del Barça en el filial. También, aunque menos, eran llamados a reforzar con su presencia los actos sociales del Barça, principalmente en eventos de las peñas del FC Barecelona.
La Agrupación Jugadores fue creciendo a su ritmo, aunque cada vez con más dificultades para contar con exjugadores de renombre y más populares y atractivos dispuestos a implicarse en esos partidos para recaudar y mejorar los fondos propios de la Fundación Jugadores. Fueron tiempos difíciles hasta que llegó el bombazo con la presidencia de Sandro Rosell, el presidente más sensible y próximo a la causa, que consiguió de los profesionales la donación del 1% de la masa salarial de todos los equipos a causas solidarias, el 0,5% para la Fundación Barça y el otro 0,5% para la Agrupación Jugadores. En los últimos años, esa aportación no ha bajado de los 2,5 millones para cada destinatario. Una inyección de dinero regular, fija y extraordinariamente elevada.
A partir de ese momento, en cuanto algunos exjugadores olieron la posibilidad de ganar dinero gracias a su condición de veteranos, empezaron los líos, pues creció el número de voluntarios para los partidos, que plantearon a su vez la exigencia de cobrar, pues también creció proporcionalmente la posibilidad de agendar partidos.
La Agrupación Jugadores, correctamente, nunca fue partidaria de destinar esa enorme cantidad de dinero a pagar a sus propios afiliados, mucho menos por participar en partidos y eventos más allá de correr con los gastos de desplazamiento y estancia. Estimó más acertado financiar sus programas de ayuda -básicamente su razón de ser -, de formación laboral y de asistencia primaria a los exjugadores con menos recursos y posibilidades de llevar una vida y una vejez digna.
A partir de esas diferencias, una serie de exfutbolistas del Dream Team de Cruyff, capitaneados por Mariano Angoy y con la ayuda de determinados personajes disidentes de la Agrupación Jugadores, conspiraron en su contra internamente hasta conseguir de la junta un permiso especial para organizar por su cuenta partidos de exhibición a beneficio propio y no para la Agrupación Jugadores.
Las tensiones fueron en aumento porque, lógicamente, esos mercenarios no pudieron, inicialmente, presentarse como exjugadores del Barça ni vestir como tales, prohibición que rápidamente se pasaron por el forro causando un incendio interno de enormes proporciones.
La junta de turno, en tiempos de Josep Maria Bartomeu, hubo de intervenir y mediar, en principio para cortar de raíz ese negocio paralelo de las nuevas generaciones de veteranos, ajenas por completo a la destacada labor benéfica y solidaria de la Agrupación a lo largo de tantos años. La influencia del entorno cruyffista, a pesar de todo, se impuso en un mercadeo e intercambio de activos realmente indigno por ambas partes, de modo que pudieron sobrevivir ambas asociaciones, Agrupación Jugadores y Legends.
Hoy, la Agrupación Jugadores posee -o debería- una millonaria cuenta corriente porque es imposible gastarse tanto dinero, y eso a pesar de haber crecido patrimonialmente tras haber adquirido un local impresionante y lujoso en la Travessera de Les Corts, nada que ver con el modesto rincón en el que durante muchos años la acogió en el interior de la tribuna principal. No solo eso, su Fundación Jugadores posee un capital propio también importante y una especie de blindaje estudiado y desplegado por la anterior junta de Ramon Alfonseda de tal modo que sigue teniendo mayoría en el patronato, a pesar de que la nueva junta, capitaneada por Juan Manuel Asensi, persona de confianza de Joan Laporta, ha intentado deshacerse de ese marcaje y control de sus predecesores. En ambos casos, unos y otros llevan años, décadas, ocultando la información veraz y real sus cuentas anuales, una falta de transparencia que también ha promovido esa distancia y recelo del colectivo.
¿Y qué hacen los Legends entretanto? Pues además de vivir completamente al margen del resto de los exjugadores, pues se han convertido en un organismo exclusivo, elitista y reservado a los que aún están a un cierto nivel para jugar -para ellos el resto son vejestorios arrinconados-, lo único que hacen es viajar por todo el mundo en hoteles de categoría superior, cuanto más lejos de Cataluña mejor, para disputar amistosos con una bolsa de ganancias garantizada y a repartir entre los mismos cracks que entre ellos se convocan y se organizan para formar parte, al menos esta es la excusa, de la expansión comercial del FC Barcelona. De esta forma justifican su participación remunerada.
En realidad, sin embargo, el presidente les manda a donde le conviene, un día a Israel, otro a algún país africano o, recientemente, a Brasil, a un partido a mayor gloria y algo de beneficio a favor de Romário, un ex que en la vida ha tenido el menor gesto de apoyo a los exjugadores azulgrana. Romário solo volvió a vestirse de azulgrana para mentir a la justicia española descaradamente con la finalidad de que una jueza enviara a Sandro Rosell a la cárcel sin ningún motivo. No falta quien, malignamente y sin poder demostrarlo, apunta a que con ese amistoso se le han pagado los servicios prestados. Acertadamente o no, su reparación en la vida ha sorprendido tanto como la nueva cita de los Legends este jueves en Catar contra el Real Madrid Legends, también en un choque que se ha metido con calzador entre las celebraciones del 125º aniversario del Barça.
De un modo u otro, la relación y papel de los exjugadores en el FC Barcelona necesita mano dura, un replanteamiento nuevo, moderno, serio, transparente y una recarga de barcelonismo que es lo que más se echa en falta en un entorno exageradamente material y tóxico por ambas partes.











