Solo era cuestión de tiempo que la grada de animación del Barça sufriera las consecuencias de la ira y el cabreo del presidente, Joan Laporta, por un único motivo: haber proferido gritos de «¡Barça sí, Laporta no!» en momentos puntuales de los últimos meses, cuando las circunstancias y los acontecimientos han provocado disgusto y malestar en uno de los colectivos indudablemente más entregados con el primer equipo, incondicional en los peores momentos, aunque también sensible a determinadas actitudes cada vez más dictatoriales y totalitarias de la presidencia.
El cierre indefinido de la grada de animación no es, contrariamente a lo que parece, un ejercicio de ajuste en la seguridad de los partidos ni tampoco una medida económico-financiera a causa de los 21.000 euros acumulados por los expedientes abiertos en el último año por los diferentes reguladores. Es un acto de venganza puro y duro decidido por el presidente, enfocado principalmente a la prevención de cara a la vuelta al Camp Nou, donde el eco de un eventual grito de guerra crítico con el palco podría arrastrar a otros miles de socios a sumarse y, de este modo, sugerir un escenario de crisis institucional.
A causa de los últimos malos resultados del equipo, a Laporta también le ha parecido oportuno y anticipadamente eficaz evitar el menor riesgo por si, de pronto, otra mala racha pudiera hacer saltar la chispa de un incendio en Montjuic, ni que fuera de pequeñas dimensiones. En especial en esta semana destacada que se cerrará el viernes con la celebración de la gala del 125º aniversario, a Laporta no le convienen polémicas ni riesgos como, por ejemplo, que la grada de animación, que lleva semanas a la greña porque la junta se niega en banda al diálogo, pudiera evocar o invocar a Messi, que será el gran ausente.
La fiesta del Liceu pasará igualmente a la historia por su carácter elitista, cerrado al socio, antipopular y propio de un Estado en alerta policial interna. Reflejo de la evolución de este segundo mandato de Laporta donde a los socios abonados se les ha aplicado continuas políticas de castigo en cuanto a servicios y atención de épocas anteriores y de humillación en el exilio a Montjuic, donde los socios en general han sufrido un diabólico y torturador proceso de censo, oscurantista y amenazante, acompañado de un apartheid asambleario sin precedentes ni justificación. Ahí, el exterminio del poder autónomo y poderoso de las peñas ha sido una obsesión de la presidencia y los socios no saben hoy aún cuándo y en qué condiciones podrán volver a sus asientos del Camp Nou, engañados por una directiva que, parece claro, prefiere clientes que compren entradas y camisetas prioritariamente.
Laporta prefiere también que miles de turistas, a los que se ofrecen las mejores localidades, hagan la ola con el equipo jugando fatal que una grada de animación que, a base de golpes y maltrato, también ha abierto los ojos a las verdaderas intenciones de la junta.
Las sanciones acumuladas por incidencias dentro del espacio reservado a los grupos principales, Almogàvers, Nostra Ensenya, Front 532 y Supporters Barça, provienen de episodios que la junta tampoco les ha querido aclarar ni justificar convenientemente en el marco de una relación que se ha ido degradando en los últimos meses. Atribuirles o acusar a sus miembros de conductas impropias es tan fácil como aplicar la tecnología punta y el régimen estricto bajo el cual deben actuar y comportarse, pues desde la UCO (Unidad de Control Operativo), tanto en Montjuic como en los desplazamientos, pueden utilizarse cámaras de máxima precisión y alcance junto a otros medios y sensores de enorme potencial y eficacia para identificar a quienes incumplen la normativa, sea de modo individual o colectivamente. Contra los infractores, el peso de la ley pude caer con dureza extrema en forma de multas elevadísimas y prohibición de acceso a los estadios siempre y cuando desde el club y desde los responsables de seguridad, en el caso del Barça dependiente de los Mossos d’Esquadra, exista una real voluntad de localizar a los directamente responsables de actos de incivismo, racismo, xenofobia, violencia o insultos reglamentariamente sancionables.
No es casual, por otro lado, según fuentes más próximas a la grada de animación azulgrana, que desde hace meses hayan aumentado y se dado a conocer episodios de incorrecciones y de hechos como la aparición de pancartas de simbología nazi en la grada de Mónaco que el propio reglamento y funcionamiento interno de la grada debía evitar, prohibir y denunciar, sospechosamente protagonizados por elementos no habituales ni afilados a los grupos, como si de pronto se hubieran relajado las medidas de control y acceso. Presuntamente, nadie no avalado por los grupos e inscrito previo examen personal de antecedentes por los Mossos puede formar parte de la grada ni acceder sin identificación biométrica mediante la comprobación de la huella dactilar.
La grada de animación arrancó en el Camp Nou con casi 3.000 miembros tras las elecciones de 2015, una iniciativa impuesta y regulada por LaLiga para fomentar el espectáculo y el ambiente positivo, respetuoso y correcto en los partidos. Con Laporta se inició un proceso de desgaste y de reducción progresiva que se hizo más aguda aprovechando el exilio a Montjuic hasta dejar a apenas medio millar de ocupantes, finalmente reducida a la nada desde este martes. Otro retroceso social fruto del espíritu neroniano y cada vez más caprichoso y dictatorial de Laporta sobre un modelo de propiedad que, por más propagandismo barato proyectado desde la directiva actual, cada día que pasa está más cerca del final.