A Joan Laporta se le empiezan a acumular las querellas por estafa, unas directamente ya admitidas por la Fiscalía y otras que, todavía a distancia, podrían acabar ampliando un escenario realmente incómodo y complicado para el buen nombre y la imagen del Barça. Todo por culpa de un enredo judicial de su presidente, que puede acabar siendo juzgado por estafa junto a dos de sus actuales directivos, el vicepresidente Rafael Yuste y el vicepresidente de la Fundació Barça, Xavier Sala-i-Martin, y exdirector general del Barça Joan Oliver.
Así pueden acabar las diligencias iniciadas por la Fiscalía y el Juzgado de Instrucción número 6 de Barcelona, que ha pedido acumular a un presunto delito de estafa agraviada y asociación ilícita, que tiene como querellados a Joan Laporta, Joan Oliver, una asesora de Bankinter y la sociedad CSSB Limited, otro procedimiento en el Juzgado de Instrucción número 21 de Barcelona por presunta estafa con los mismos querellados. En ambas causas, el patrón es similar. Los afectados habían aportado su dinero a CSSB Limited para invertir en un negocio avalado por el prestigio de Joan Laporta y algunas personas de su círculo más íntimo, ligadas también al FC Barcelona entre 2004 y 2010. La rentabilidad prometida y la recuperación de su inversión, que también estaba garantizada, nunca se cumplieron.
El Juzgado de Instrucción número 6 también estudia acumular dos causas más, la querella del tenista Albert Ramos contra CSSB Limited y otra que inicialmente fue archivada, también por estafa agraviada contra Joan Laporta, tras llegarse a un acuerdo extrajudicial mediante una compensación económica del presidente del Barça a favor de las dos presuntas víctimas y querellantes que ahora, tras registrarse el impago de Laporta, han presentado una nueva querella. Ambas en el 28 de Barcelona con muchas opciones de acabar en el 6 dentro de poco.
El ruido de fondo procede de aquella lejana compra y gestión del Reus cuando militaba en Segunda B a cargo de Joan Oliver, director del FC Barcelona entre 2008 y 2010, los dos últimos años de la primera presidencia de Laporta. Fueron dos años ciertamente convulsos y muy intensos que arrancaron justo después del voto de censura que Laporta ganó con trampas, manipulando una serie de mesas el día de la votación, y que superó gracias a que la contestación social no llegó al 66,6% requerido, sólo al 60%. La mitad de la junta dimitió con un mínimo de dignidad mientras el resto se aferró al cargo hasta exprimirlo, dejando la caja vacía por culpa de gastos indecentes, abusos de poder inexplicables y operaciones que arruinaron al club. Amparados en que el equipo de Messi lo ganaba todo, en el último ejercicio (2009-10) Joan Oliver y Xavier Sala-i-Martin presumieron de haber perdido 79 millones y de cerrar el mandato con 47,7 millones de pérdidas. Tanto despiporre y frivolidad en el gasto convirtió a la banda de los cuatro, Joan Laporta, el vicepresidente primero Rafael Yuste, el tesorero Sala-i-Martin y el primer ejecutivo, Joan Oliver, en inseparables.
Tanto, que se vieron capaces de volverlo a hacer, esta vez en cualquier otro club, pues se consideraban padres del equipo liderado por Leo Messi, además de lo bastante soberbios, vanidosos, creídos y desmedidamente ambiciosos como para convencerse de que podían convertir en oro todo lo que tocaban. Algo realmente sorprendente después de haber arrastrado al Barça a la miseria pese al golpe de fortuna que les llevó a gestionar, de pronto, el mejor equipo de todos los tiempos. Lo prueba el hecho de que la junta posterior de Sandro Rosell recuperó esas pérdidas en dos años y al tercero ya había acumulado ganancias por casi 200 millones, simplemente controlando los gastos generales y fichando sin intermediarios sanguinarios y parasitarios.
El caso es que el Reus se convirtió en la siguiente víctima. Desembarcaron bajo la aparente presidencia de Joan Oliver y el control accionarial del club a través de dos sociedades, Core y CSSB Limited, esta segunda diseñada para comprar y gestionar un club chino de segunda categoría que, bajo su batuta y experiencia, iba a generar en muy poco tiempo una riqueza y beneficios extraordinarios. La foto de los cuatro, Laporta, Yuste, Sala-i-Martin y Joan Oliver. ilustró los dosiers empleados para captar inversores, a los que se prometió, desde el primer mes, una rentabilidad del 6% y la recuperación íntegra del capital aportado en un plazo de tiempo también corto, comparado con otros productos de ahorro o de inversión.
Según la documentación llevada ahora ante los tribunales por los inversores que se han sentido estafados, la garantía de éxito del negocio, del pago mensual del rédito y de la recuperación sin riesgo alguno del dinero era precisamente la participación efectiva y la gestión a cargo de esa banda de los cuatro, especialmente por parte de Joan Laporta -por su prestigio-, quien, pese a haber negado de forma recurrente y reiterada su vinculación, había firmado en nombre y representación de CSSB Limited documentos clave que confirman inequívocamente su peso principal en la operación.
Lo verdaderamente sorprendente es que Laporta, Yuste, Oliver y Sala-i-Martin, tras su paso ruinoso por el Barça, creyeran que podían llenarse los bolsillos, y el de sus incautos inversores, o hasta hacerse millonarios ellos mismos, gestionando un club de fútbol chino completamente desconocido, una vez convertido en una especie de franquicia internacional del Reus.
Cuesta de imaginar, incluso sin tener en cuenta la perspectiva que el tiempo ha proyectado sobre su incapacidad para dirigir el Reus -que acabó liquidado, desaparecido y enterrado en un océano de impagos, trucos contables, mentiras, incumplimientos y negligencia-, que la misma banda de los cuatro pudiera triunfar en ese otro intento de hacer fortuna en la llamada industria del fútbol. Era un hecho probado, anteriormente, que esos mismos visionarios venían de no haber ganado un solo euro -para el Barça, conviene precisar- ni teniendo un equipo admirado en el mundo, imbatible y liderado por el mejor jugador de todos los tiempos. Argumentos más que razonables y suficientes para poner seriamente en duda, a menos que su exagerada suficiencia, su desmedida ambición, su soberbia, su vanidad ilimitada y la necedad propias fueran -y sigan siendo mastodónticas-, que el propósito de armar ese tipo de negocio respondiera a un cálculo real de grandes e inmediatos beneficios.










