Antropóloga. Investigadora del grupo Emigra y profesora del Departamento de Antropología de la UAB. También es directora de la asociación Europa Sense Murs. Ha trabajado como mediadora intercultural en el tejido asociativo de Barcelona e hizo su tesis sobre empleadas del hogar. Ahora publica Criadas de la globalización. Servicio del hogar, género y migraciones contemporáneas (Icaria Editorial).
¿Quién, cómo, por qué… son criadas de la globalización?
Con el término histórico, un poco anacrónico y también atemporal, de «criada», me interesaba resaltar la figura de estas mujeres rurales, niñas y adolescentes, que venían a trabajar a las grandes ciudades, a casas de familias acomodadas. Con la globalización, aquellas criadas ahora son las migrantes de la globalización. Sin otras oportunidades, son expulsadas de sus países para poder alimentar a sus hijos, para salir adelante… Emigrantes, en fin, por diversas causas: problemas económicos, violencia, machismo…, que ahora cuidan a nuestros hijos, la casa y, en particular, a las personas mayores.
¿Las criadas globalizadas lo son más que las tradicionales, en la medida en la que realizan tareas nuevas, como el cuidado de las personas mayores?
Engloba muchas cosas y no acaba de ser un trabajo, porque no tiene condiciones dignas y no propicia ninguna forma de emancipación para las mujeres. Es más bien un trabajo de supervivencia, que casi ninguno lo querría para sus hijas. Limpiar, cuidar, es muy digno, pero por cuestiones sociales, especialmente culturales, no acaba de ser reconocido como un trabajo meritorio. Rescato el término «criada» sobre todo para huir de eufemismos y no romantizar el tema. Porque hay gente que señala que también en estos trabajos hay historias bonitas. Sí, hay afecto, sentimientos humanos…, pero no por ello deja de estar en la precariedad más absoluta, e incluso con formas de servidumbre y esclavitud. Es precisamente por eso que Icaria ha decidido publicar el libro en su colección sobre esclavitudes.
¿Qué ámbito geográfico abarca tu trabajo?
Mi trabajo de campo se sitúa, sobre todo, en Barcelona y el área metropolitana. Pero sabemos, por muchos otros estudios y antecedentes, que la situación es bastante similar en otros lugares. Estamos hablando de migraciones internacionales, algo muy diferente a lo que fueron las criadas, que procedían del campo o de otras provincias. No sólo en Madrid, sino también en otras grandes ciudades, donde funcionan las mismas redes sociales, laborales y formas de reclutamiento. Incluyendo también las redes entre las propias mujeres. Si preguntas por qué vives en Segovia, seguramente te contestarán que «por una amiga, por mi primo…». Madrid, Barcelona y ahora Valencia sí que han sido polos de especial atracción, por su condición de ciudades globales, que albergan élites y una gran cantidad de trabajadores informales.
Citas en tu libro América Latina, Marruecos y Rumanía como lugares de procedencia de estas nuevas criadas…
Si, pero básicamente vienen de países latinoamericanos, donde ha habido migraciones encadenadas, una sustitución permanente. Primero vinieron mujeres dominicanas, de Perú… Y también de Filipinas, sobre todo en los años 80. Más adelante llegaron de Ecuador, Colombia, Argentina… Después de Bolivia y últimamente mujeres de Centroamérica. Me interesaba señalar esta serie de dinámicas que se van sucediendo. Las bolivianas y las colombianas se fueron reinsertando en otros sectores laborales. Las mujeres que vienen de Centroamérica están huyendo sobre todo de la violencia. Pero, en definitiva, siempre se va reproduciendo esta mano de obra. Por eso insisto en que son de la globalización. Es el mismo sistema neoliberal el que provee esta mano de obra, sobre todo de los cuidados, que no acaba de ser asumido por las políticas públicas y que está en manos del mercado.
Por decisión, por coacción, solas, con familia…, dices en el libro. ¿Qué situación de partida predomina entre estas mujeres migrantes?
En los estudios siempre se ha destacado esta idea de la mujer al frente, pionera, en el proceso migratorio. Algo que aparece cuando la emigración se compara, por ejemplo, con la de Estados Unidos u otros tipos de migraciones de los años 70 y 80. También con las de Marruecos o Pakistán, en las que son los hombres los que vienen a trabajar. Otras autoras, que se han fijado en la feminización de la pobreza, ponen el acento en la migración de las mujeres para trabajar en el hogar. Algo que no es exclusivo de España, pero que aquí se manifiesta con especial fuerza. Las remesas que estas migrantes envían a sus países de origen están contribuyendo al bienestar allí.
Las criadas servían, sobre todo, a las clases altas, la burguesía. ¿Las criadas actuales lo hacen también en hogares de mediana y hasta pequeña burguesía?
Sí, sobre todo en lo que se refiere a las personas mayores. Aquí hay una clara ausencia del Estado, que no está respondiendo a las necesidades sociales, especialmente de la clase trabajadora, que necesita el cuidado de su gente mayor. Estamos hablando de casi dos generaciones de personas muy mayores, que requieren cuidados permanentes. Las residencias son muy caras y de difícil acceso. Se está produciendo una sustitución de los cuidados: antes los ejercía la mujer de la casa y ahora lo hace una migrante. Y eso, con el sistema de cuidados mediterráneo, supone en muchos casos que estar 24 horas en una casa se haya normalizado.
¿Qué se puede decir de los papeles, verdadero tormento para los emigrantes?
Aquí aparecen una serie de contradicciones, derivadas de la Ley de Extranjería. En España, prácticamente el único país de Europa que tiene este modelo de arraigo social, se establece que al cabo de tres años de empadronamiento continuado te pueden hacer una oferta de trabajo y puedes acceder a la regularización. Esto ha hecho que donde la gente se regulariza más es en el servicio en el hogar. Por un lado, es una oportunidad, pero por otro hay una especie de perversión que hace que las mujeres aguanten todo tipo de situaciones (explotación, precariedad absoluta, maltrato…) para que la familia les haga los papeles. «Me voy a aguantar por los papeles», frase al uso, es el título de uno de los capítulos del libro. Algo que se dice desde los años 90 hasta ahora.
¿Las remuneraciones están más o menos reguladas o se hacen más bien encubiertamente, sin ningún tipo de amparo?
Existe un marco regulatorio y está establecido claramente que se debe garantizar el salario mínimo interprofesional En el caso de servicio interno también están establecidas 60 horas, y que las extras deben ser remuneradas por encima. Pero, claro, aquí cuentan muchos los hábitos, la costumbre, como la de no pagar a la criada, porque se piensa que pagando por 40 horas el salario mínimo ya se ha cumplido. Pero también hay quien ni siquiera paga el salario mínimo, sobre todo cuando se ocupa gente sin papeles, y eso deriva en una forma de coacción. Las empleadas pueden reclamar, denunciar, ir a juicio, aunque no tengan papeles. Pero hay todo un imaginario instalado en torno al miedo que produce estar en situación irregular. Muchas mujeres aceptan lo que sea porque necesitan trabajar ta toda costa, tienen que alimentar a su familia, mandar dinero… Porque es lo que hay…
Antiguamente, la emigración era irse para no volver nunca más. ¿Sigue siendo también así, ahora?
Las migraciones siempre habían sido de ida. La idea de la vuelta era en todo caso más bien de los hombres. En las migraciones latinoamericanas a España hubo una vuelta, pero poco significativa, durante la recesión, por ejemplo, en Colombia o Ecuador, pero estas mujeres volvieron con la recuperación. También hay una segunda migración. Personas que se fueron al Reino Unido, a Alemania… con la recesión, y que luego volvieron. Pero en las últimas migraciones, que son sobre todo de Centroamérica, tenemos el fenómeno de la violencia. Gente amenazada por bandas…, que en realidad pide asilo y no se plantea la idea de la vuelta. En general, hay una tendencia a quedarse.
¿Los sindicatos prestan atención a esta problemática de las nuevas criadas, se organizan de alguna manera?
En los últimos años ha habido mucho más movimiento en los sindicatos, y una toma de conciencia mayor sobre cómo es de importante organizarse. Pero no se acaban de ver los frutos. La normativa va cambiando, y hay que esperar para ver los resultados, sobre todo a nivel cultural, que es lo importante. Cuestiones como la consideración del hogar como ámbito privado diferencian el trabajo de las asistentas de lo que se ejerce en el mundo laboral, como puede ser, por ejemplo, el caso de las Kellys. Esta es la paradoja más importante del mundo laboral dentro del hogar: la inexistencia de un patrón y la inviolabilidad del domicilio, que aíslan a las trabajadoras.

