Cataluña vuelve a Europa

Bluesky

El viaje del presidente Salvador Illa a Bruselas simboliza el retorno de Cataluña a Europa, después de 12 años de procesismo independentista, donde los referentes internacionales de la Generalitat eran lugares como Nueva Caledonia, Tirol del Sur, Biafra, Cachemira, Quebec, Kurdistán, Tíbet o Escocia. Esto, aliñado con el delirante proyecto de Carles Puigdemont de convertir Cataluña en un satélite de la Rusia de Vladímir Putin, a cambio de devenir la Suiza de las criptomonedas.

Este descerebrado aventurismo geopolítico, que nos ha hecho mucho daño y nos ha hecho perder un tiempo precioso, ha acabado con la llegada de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat y el retorno a la realpolitik. Por eso, su primer viaje oficial al exterior ha sido a Bruselas, la capital de la Unión Europea, donde ha desplegado una intensa agenda de contactos, entre los cuales la presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola.

La historia es la que es y, desde una visión progresista y optimista de la vida, tiene un destino: la compactación de la Unión Europea como un espacio de libertad, fraternidad y prosperidad compartida y su evolución federal en los Estados Unidos de Europa, capital Bruselas. Es un proyecto difícil, a causa del actual auge de los populismos identitarios antieuropeístas, pero que hay que mantener y perseverar con firmeza.

El proyecto de la Unión Europea transciende la mera adopción de una moneda común y la supresión de las barreras aduaneras internas. En un mundo de 8.000 millones de habitantes, se trata de forjar la consolidación de un bloque geopolítico de 450 millones de personas, unidas por la bandera de la democracia y los derechos humanos y con capacidad para hacer sentir su voz y velar por sus intereses comunes en relación con los otros grandes bloques existentes: China (1.400 millones de habitantes) y los Estados Unidos (350 millones).

La Unión Europea, igual que China y los Estados Unidos, afronta un grave problema estructural de fondo: la baja natalidad y el inexorable envejecimiento de la pirámide demográfica. Si queremos mantener los estándares de calidad de vida logrados después 150 años de lucha sindical, esto pasa por el fomento de la natalidad, como hace actualmente China, o la aceptación masiva de migración, con el objetivo de mantener los cimientos del Estado del bienestar.

No seamos hipócritas ni miopes. La Unión Europea y, por consiguiente, Cataluña, necesitamos trabajadores de procedencia externa (desde albañiles, chóferes y mujeres cuidadoras hasta médicos e informáticos) para poder garantizar el funcionamiento de la sociedad. Si queremos continuar creciendo y creando más riqueza, los inmigrantes son esenciales y es nuestro deber tratarlos bien y facilitar su arraigo y reagrupamiento familiar.

Saltar de 6 a 8 millones de habitantes, como ha pasado en Cataluña en el lapso de tiempo que va de la presidencia de Jordi Pujol a la de Salvador Illa, provoca tensiones en tres pilares básicos de nuestra sociedad: vivienda, educación y sanidad. Dar respuesta desde el Gobierno y la administración a estos déficits estructurales son las tareas prioritarias que marcan el mandato del nuevo presidente de la Generalitat, que ahora acaba de cumplir sus primeros 100 días, con una gestión impecable.

Para poder afrontar estos déficits estructurales y crear una sociedad organizada con los valores de la izquierda es imprescindible mejorar la financiación de la Generalitat. De aquí que el presidente Salvador Illa haya hecho hincapié en la negociación de nuevas fórmulas de gestión tributaria para optimizar el volumen de recursos disponibles. Con el convencimiento que esta «financiación singular» que propugna también es de interés y extensible a las otras comunidades del Estado.

Cataluña es una vieja nación de origen medieval que es tributaria de tres grandes decisiones que tomaron nuestros antepasados y que determinan nuestro presente: el matrimonio del conde catalán Ramon Berenguer IV con la reina de Aragón, Petronila, en 1150; la elección del noble castellano Fernando de Trastámara como sucesor del reino del Aragón (1412), tras la muerte sin herederos del rey Martín el Humano; y el matrimonio en Valladolid de los reyes Fernando de Aragón e Isabel de Castilla (1469), estableciendo la conjunción de estos dos reinos. Todo lo que ha pasado desde entonces son anécdotas, a menudo violentas y trágicas, de estas tres grandes decisiones, que, para bien y para mal, han llegado hasta nuestros días.

Por la Constitución española del 1978, Cataluña es una comunidad autónoma de las 17 que hay y, desde la entrada de España en la Unión Europea, en 1986, somos una de las 242 regiones que existen en los 27 estados miembros. Más allá otras consideraciones románticas e identitarias, esto es lo que somos, con la particularidad que hemos conservado una lengua propia que, por deber cívico y cultural, tenemos que proteger y de impulsar su oficialidad en las instituciones europeas.

Cataluña no tiene que perder el hilo de la historia, que, en lo esencial, ha estado marcada por una política de matrimonios reales y pactos con los vecinos. Esta es la lección de sabiduría estratégica que nos han legado nuestros antepasados y que, como en el caso de la lengua, tenemos que saber preservar y cultivar.

Los catalanes de hoy tenemos un elefante en la habitación. Y no es la independencia, antitética con el proyecto europeo en el cual estamos insertados: es la Unión Europea y, en aquello que nos afecta más directamente, la Eurorregión Pirineos-Mediterráneo, constituida en tiempos del presidente Pasqual Maragall, enterrada por los presidentes Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra, y recuperada sin mucha convicción por el presidente Pere Aragonès.

La Eurorregión Pirineos-Mediterráneo conecta y actualiza el marco histórico de relaciones y de operaciones de Cataluña, tejido en la Edad Media y que ha estado siempre latente en nuestra manera de ser y de hacer. En la actualidad, está formada por las regiones de Occitania, Cataluña y las Baleares, con Aragón en stand by. En el proceso de su fortalecimiento y consolidación habría que invitar a la Comunidad Valenciana y Murcia a participar.

Recuperar la Eurorregión Pirineos-Mediterráneo, convirtiéndola en el ámbito de acción exterior preferente de la Generalitat, es una de las carpetas que ha reabierto Salvador Illa con su viaje en Bruselas, donde ha hablado ante el Comité Europeo de las Regiones. Las grandes infraestructuras -las existentes y las que están en marcha, como el corredor ferroviario mediterráneo- contribuyen a vertebrar este amplio territorio, de 23 millones de habitantes, destinado a ser, si nos lo proponemos, uno de los grandes polos referentes de la Unión Europea.

La colaboración entre las regiones que formamos parte, por adhesión o vocación, de la Eurorregión Pirineos-Mediterráneo es un campo muy fértil, con una infinidad de proyectos compartidos que podemos desarrollar juntos, desde la buena voluntad y la lealtad. De entrada, con una decidida implicación solidaria en la colosal tarea de recuperación de la zona destrozada por la DANA en la Comunidad Valenciana.

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