Al Barça de Joan Laporta le va a costar bastante más que a cualquier otro equipo del mundo encontrar un punto de sostenibilidad entre ese entorno diabólico que, sobre todo mediáticamente, gira incontrolado sobre la actualidad con la intensidad de un tornado que a cada 100 metros cambia de rumbo, y la necesaria tendencia a la estabilidad que toda institución persigue, armónica con su presupuesto, objetivos, resultados y estado de ánimo social. Mantenerse en ese cauce parece imposible en este momento por más que las señales del equipo de Hansi Flick generen las mejores expectativas y una confianza que parecía perdida tras los descalabros del año pasado.
Sin embargo, basta un mal partido para que, en especial entre la prensa y el esquizofrénico barcelonismo que anida tan fanáticamente en las redes, se provoquen convulsiones sin medida ni proporción. Esta patología recurrente, que tiene su origen y proyección en el agitado comportamiento de los medios, columnistas e influencers, no sería tan aguda si desde la propia junta, con el presidente a la cabeza, no se atizara permanentemente el fuego de la impaciencia por las caras nuevas, las portadas de futuribles, el mono por el hallazgo diario de otro Messi u otro Lamine Yamal, y la adicción al mercado. En definitiva, lo que se ha convertido desde hace años en una fuente inagotable de ilusión para el barcelonismo entre partido y partido.
Las últimas semanas han sido un ejemplo claro y paradigmático de esta doble vida que envuelve la vida del club. Una cara, la del justificado entusiasmo por ganarlo todo, se ha escrito sobre la base indiscutible de unas estadísticas de récord tras la racha mágica de las goleadas al Bayern y al Madrid (ambas con cuatro goles, con la sensación de haberse quedado cortas), precedidas del 5-1 al Sevilla, y rematada con la victoria en el derbi frente al Espanyol, también indiscutible, y el paseo triunfal en el pequeño Maracaná de Belgrado ante el Estrella Roja, para asentarse como uno de los favoritos en la clasificación global de la nueva Champions, competición en la que el Barça ha reconquistado, con todo merecimiento, su condición de legítimo aspirante a disputarla.
Resultados que, además, han arrojado estadísticas históricas de un Barça que nunca había marcado tantos goles ni asombrando al mundo con un rendimiento tan alto e inmediato, incluso por encima del City y del propio Barça de Guardiola, y desde luego del Real Madrid, al que le está costando arrancar.
En concreto, los registros goleadores azulgrana han pulverizados todas las comparaciones, pues Lewandowski y Raphinha, junto con un Lamine Yamal excepcionalmente maduro y efectivo, no parecen tener rival en la Liga ni tampoco en Europa.
Y, sin embargo, antes incluso de caer en Anoeta en un partido que encaja y es compatible con la estadística y la normalidad de un arranque de temporada extraordinario, los titulares no han abandonado la caza mayor de delanteros como Viktor Gyokeres, el delantero sueco del Sporting de Lisboa, o el pretendido Leao, del Milan, que estuvo en todas las quinielas de la pretemporada porque a Laporta le gusta bastante, entre otros motivos, porque también es jugador de Jorge Mendes.
Parece demencial metabolizar y racionalizar cómo la misma prensa que suscribe las hazañas de un Barça que bate todos los récords en ataque sea capaz, al mismo tiempo, de creerse y alimentar la necesidad de fichar más delanteros y jugadores con gol. Siendo lícito el obligado rastreo del mercado por parte de la secretaría técnica, siempre desde la discreción y priorizando los intereses del club, lo que no tiene sentido son las noticias compulsivas que sugieren los mismos nombres de cracks potencialmente necesarios en situaciones de precariedad goleadora o del sentido de juego de ataque.
Y menos aún que desde la propia junta, más bien desde la presidencia, lejos de cortar por lo sano esta enfermiza tendencia mediática por el fichaje diario, se añada leña para que la combustión alcance un punto de peligrosa incandescencia.
Lo que demuestra esta extraña negación del propio éxito, como si aburriera o hubiera que superarlo sistemáticamente, es que por culpa de una junta que vive del malabar y del ilusionismo a base de portadas con el 1:1, Nico Williams, Haaland o hasta de Mbappé cuando ha sido necesaria alimentar la fantasía del populacho azulgrana, también se ha pervertido la dialéctica del periodismo y convertido al culé en una especie de yonqui que necesita sobredosis de mercado y de fichajes para sentir que existe un futuro.
En la encrucijada actual parece interesarle al propio presidente que la urgencia por fichar sea compartida y más necesaria que nunca porque la propia estructura del equipo, basada en la explosión de la cantera, le había obligado por un momento a enfriar el rollo del 1:1 y de los cracks a tiro en las portadas, el pan barcelonista de cada día, especialmente en los parones de los partidos de las selecciones. Para Laporta es fatal cambiar esa dinámica por la de una actualidad sin la compulsión por los fichajes y las comisiones. El enemigo y la peor amenaza para este Barça, hijo de la precariedad que no era el plan del presidente ni mucho menos, sigue estando dentro y no fuera, por más que Anoeta haya sido otra lección de vida y de formación para un equipo al que debe exigírsele futuro, pacientemente, y no presionarlo para que gane el sextete porque, a la primera oportunidad, Laporta es capaz de fichar a otro Vítor Roque.











