Hoy sabemos que Leo Messi se habría quedado en el Barça por bastante dinero menos del que Joan Laporta ha acabado pagando por Vítor Roque. Tres años después de haberlo echado, aquella absurda y precipitada decisión adoptada por razones económicas y estratégicas sigue siendo el peor error de este segundo mandato, marcado por una manifiesta desorientación e improvisación de un presidente que, desde su regreso, solo ha tenido una obsesión, la de gastar y gastar. Preferentemente, en fichajes para el primer equipo por lo que atañe al contexto de la actividad ordinaria y, por otro lado, en un Espai Barça que, lejos de ser una aventura valiente y juiciosa, también ha acabado siendo la otra tumba que acabará con el modelo de propiedad del FC Barcelona, pues no solo habrá que pedir otro préstamo de 1.000 millones (intereses incluidos) para terminar el Campus Barça con el nuevo Palau y el resto de los equipamientos, sino que Goldman Sachs asumirá el control del club, por pasiva o por activa, en el momento que toque empezar a devolver intereses y capital en los tramos firmados y, obligadamente, sea preciso renegociar todo el préstamo hasta más allá de 2050 y a cambio de cederle la regulación del gasto y de la explotación del estadio. Esta también fue otra equivocada y chapucera operación precedida de oscuros intereses a la hora de licitar las obras a favor de Limak después de modificar el pliego de condiciones para las constructoras, eliminando requisitos que la empresa turca no cumplía en la primera oferta.
Volviendo al terreno de juego, donde al Barça le están saliendo las cosas mucho mejor de lo que esperaba -y, desde luego, sin que se haya consumado la planificación prevista-, este nuevo éxito de la Masía -incluido el recital ante el Bayern del miércoles- tampoco figuraba en el plan de Laporta, que se ha pasado el año pasado celebrando y aventurando que gracias su acertada política económica y financiera el Barça podría volver a la regla del 1:1 y que con los beneficios del nuevo contrato de Nike, más el récord de ingresos por patrocinios y no se sabe cuántos cuentos más, estaría en condiciones de romper el mercado y reforzar el primer equipo con figuras como Nico Williams en ataque, Merino, Zubimendi o Kimmich para un mediocentro que hiciera olvidar a Busquets, dos laterales de primera fila y hasta un central. Para ello estaba previsto vender algunas de las piezas del desmadejado Barça de Xavi, como Ronald Araujo, Raphinha y el propio Pedri, y, si fuera posible, a Ansu Fati, entre otros motivos porque Frenkie de Jong seguía sin dejarse vender. Si por Xavi hubiera sido, hasta Robert Lewandowski habría sido desalojado.
Fue precisamente la indiscreción de Xavi, transmitiendo a la prensa su pesimismo de cara la temporada 2024-25, porque en realidad Laporta no le iba a traer ningún crack por falta de recursos y se veía defendiendo el fuerte solamente con los jugadores de casa, lo que propicio que fuera sustituido un mes después de su renovación, curiosamente a los cuatro meses de haber hecho público que se iba él.
Esta previa delirante, que también puso de relieve el doble error de Laporta de confiar en el candidato al banquillo de Víctor Font por no creer en su entrenador alemán y por cubrirse las espaldas, también desembocó en un escenario aterrador con el Real Madrid blandiendo dos Ligas y dos Champions en ese mismo periodo del mandato laportista desde 2021 y el aterrizaje de Mbappé, motivo principal por el cual el presidente enfocó todos sus esfuerzos en contraatacar con las estrellas de la Eurocopa como Nico Williams y Dani Olmo.
La realidad, en cambio, fue que el verdadero gran triunfador del verano ya era azulgrana, Lamine Yamal, y que, contra la errónea previsión y la neurótica fijación de Laporta por los jugadores más caros del mercado, los astros se han ido alineando de otro modo inesperado y favoreciendo que contra la precariedad de sus estados financieros y el fracaso absoluto de Laporta para capitalizar ese margen salarial, tan necesario para disponer de una plantilla competitiva, la necesidad de recurrir a los jóvenes haya permitido la explosión de otra generación de oro de la Masía.
De hecho, el Barça de hoy está deslumbrando al mundo con la base del equipo que ya dejaron Bartomeu y Koeman, con Pedri, Balde, Gavi y Araujo, junto a Lamine Yamal, Fermín, Cubarsí, Marc Bernal, Marc Casadó, Héctor Fort y otros imberbes llamados filas por la emergencia de la situación en la pretemporada, cuando hubo que completar el avión de la gira por EE. UU. repleto de bajas y luego afrontar el vacío estructural del primer equipo.
Laporta, por más que intentó forzar el contrato de Nike y remontar el fair play para alcanzar la tierra prometida del 1:1, fracasó de nuevo en su ofuscación por traer jugadores indiscutibles en otros equipos, caros y sin ese ADN que, por otra parte, pretendía eliminar del credo azulgrana con el aterrizaje de Hansi Flick, acompañado de una estrategia mediática liderada por el palmero number one, Lluís Carrasco y la legión de reservorios digitales laportistas bajo sus órdenes y consignas, para abominar del estilo propio azulgrana y de la escuela de la Masía como algo caduco y trasnochado que era preciso quemar y destruir lo antes posible, si el Barça aspiraba a algo más que enterrarse en vida, aferrado a sus costumbres.
Lluís Carrasco, al igual que Laporta y el propio Deco, se imaginaban otro Barça completamente distinto, reforzado con el talonario, los tres equivocadamente convencidos de que si Xavi había demostrado la inutilidad de seguir por ese mismo camino, el que alumbró el mejor equipo de todos los tiempos, era porque esa veta estaba agotada por completo. No supieron reconocer que el error fue suyo yendo a buscar, sostener y renovar a un técnico que nunca podrá estar a la altura de Guardiola ni alcanzar como entrenador la excelencia insuperable de su palmarés como futbolista e icono de un estilo de indudable y demostrada superioridad sobre el resto del fútbol.
Es evidente que Hansi Flick no ha cambiado ni la forma de ser ni de jugar de una plantilla integrada por la mayoría de los colegiales de la Masía, y de los futbolistas fichados en su día por sus especiales características para adaptarse al ecosistema azulgrana, y que el miércoles pasado el público de Montjuic reconoció en los mejores minutos del equipo al apoteósico once del sextete y, desde luego, al del triplete de Luis Enrique, que ya evolucionó y adaptó a los nuevos tiempos esa misma identidad. El nuevo entrenador alemán se ha limitado a aprovechar ese extraordinario talento con un sistema que les permite desplegar sus extraordinarias posibilidades. Si Laporta y Xavi se equivocaron de pleno fue en su empeño de que jugadores como Koundé, Lewandowski y Raphinha aprendieran a jugar como Alves, Messi o Pedrito, y a los de casa cambiarles sus hábitos naturales de juego para intentar ese mix imposible, lo que condujo a esa inestabilidad e irregularidad del equipo y a no ganar un solo título el año pasado.
No es el Barça que ni mucho menos pretendía Laporta, con Nico Williams, Merino, Vítor Roque, Joao Cancelo, Joao Félix y, por suerte, sin haber echado a Raphinha. Ahora sí que ha añadido a su discurso oficialistas esa “fe ciega” en la Masía que no hace ni dos meses su aparato mediático trataba desesperadamente de borrar para acostumbrar al barcelonismo a la vulgaridad del resto de los equipos que, de forma paradójica, tanto envidian al Barça por ese tesoro, por el asombroso éxito de su propia e inigualable escuela, en definitiva, lo que Laporta había heredado del Barça de Bartomeu. Hasta Dani Olmo, recuperado para la causa, proviene de esa época. Lo vergonzoso es que a estas alturas no esté ni inscrito porque Laporta, en sus devaneos y ansiedad por las operaciones de mercado generosamente comisionadas, ha arruinado al club futbolísticamente más rico y más que autosuficiente del mundo si se gestiona como es debido, claro.

