El 17 de octubre se conmemora el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Lo instituyó la ONU en 1992. Cada año, desde entonces, las organizaciones que luchan contra esta lacra nos ponen ante los ojos la triste realidad de nuestras sociedades. El pasado jueves, Oxfam Intermón nos informó de que el 13,7% de los españoles que tienen trabajo viven en situación de pobreza. Este porcentaje asciende hasta el 29,5% en el caso de las personas migrantes ocupadas.
Oxfam Intermón propone medidas urgentes para afrontar una realidad que conlleva que tener trabajo no sea garantía de salir de la pobreza. Defiende que es necesario mejorar la calidad de los puestos de trabajo, ofrecer una protección social más amplia y reforzar el sistema de prestaciones, “de modo que las familias más vulnerables no queden desprotegidas”.
La solución de la extrema derecha es otra: echar a los migrantes. Los migrantes pobres, se entiende.
La primera ministra italiana Giorgia Meloni, líder de esta línea política, ha apostado por enviar a Albania a los migrantes que llegan en patera a su país. Un juez le ha parado los pies cuando ya había enviado al primer grupo de 16 personas. El juez ha demostrado tener más corazón que el gobierno italiano. La justicia también paralizó tiempo atrás la voluntad del gobierno británico de enviar a los migrantes que molestaban a Ruanda.
Estamos frente a un combate entre la solidaridad y el egoísmo. Es sabido que la solidaridad comporta costes. Acoger a gente que llega a países como el nuestro huyendo de la miseria, el hambre, las guerras y la represión, exige esfuerzos sociales. Que los porcentajes de pobreza aumenten es una consecuencia innegable de ello.
Hay que saber combinar repartir nuestra riqueza entre más gente que nos pide una porción de ella y el aumento de esa tarta. Dice la leyenda que había un ladrón en la Edad Media que robaba a los ricos para dar sus bienes y dinero a los pobres. Le llamaban Robin Hood. Ridley Scott le dedicó una película en 2010. Hood era un héroe que luchaba contra la tiranía y las injusticias.
Ahora, en vez de Robin Hoods nos encontramos con personajes repartidos por todo el mundo que dicen que a los ricos no se les toca y a los pobres se les tiene que mantener enfrentados no con los poderosos sino con los pobres que vienen de otros países. La extrema derecha nace, crece y se desarrolla en este fango.
La regla de tres es sencilla: cuantos menos ricos haya, muchos menos pobres habrá. Y esto se logra no con las flechas de Robin Hood sino con sistemas fiscales progresistas y una comunidad internacional más centrada en ayudar a los países y gente empobrecida que en levantar murallas para crear guetos de riqueza insolidaria.