La inmersión no fue un éxito

Bluesky

«La lengua catalana es la lengua propia de Catalunya». Lo hemos oído tantas veces que le damos categoría de axioma. Hagan un esfuerzo: intenten imaginarse que alguien dice: «la religión cristiana es la religión propia de Cataluña». ¿Habría un descalabro, no es cierto? Y, sin embargo, ambas oraciones responden a la misma lógica. De la aceptación incuestionada de que Cataluña tiene una lengua propia se derivan decisiones políticas, una de las cuales es la inmersión lingüística en los centros educativos.

Susana Alonso

Hemos pasado muchos años escuchando la oración: la inmersión lingüística es un modelo de éxito, y por eso no es necesario cuestionarla. Quizás era una oración. En otras palabras: no toca ahora cuestionar la inmersión, nos dicen. Por último, el modelo inmersivo queda cuestionado por los resultados. Unos de esos resultados proceden de las pruebas PISA. Aunque las pruebas PISA son aquellas pruebas a las que se presentan muchos países y siempre gana Corea. (Hay que precisar: las pruebas PISA las promueve la OCDE y sirven también para proponer un modelo educativo más amable con el capitalismo que con el conocimiento).

Los resultados objetivos del alumnado catalán son muy tristes. Queda muy lejos el mito de la pedagogía catalana avanzada, progresista y ejemplar que envidiaba el resto de España y parte del extranjero. El modelo de los años 70 se ha desvanecido. Poco a poco pero con seguridad, la educación catalana se enfanga y se escurre, y se diría que hay una intención indisimulada de sugerir que más vale que matricule a sus hijos en la escuela privada. En Barcelona, ​​por poner un ejemplo, el alumnado está matriculado en los centros privados (y privados concertados) en más del 50%. En la Consejería de Educación nadie dice ni pío: señal de que ya les parecerá bien.

Si la inmersión era cuestionable con un alumnado hispanohablante, cuando ha llegado el alumnado con otras lenguas maternas o procedente de los países latinoamericanos se ha destapado el desastre anunciado. A quienes hemos anunciado el desastre nos han tildado de fachas, y por eso muchos han preferido el silencio. Por razones que no quieren afrontarse, las comunidades inmigradas han escogido la lengua castellana como lengua vehicular, como lengua franca. La primera pregunta que debería hacerse es: ¿por qué han elegido la castellana como lengua común? ¿Qué responsabilidad tiene la política lingüística de las autoridades regionales? Es fácil denunciar complots de potencias extranjeras, y lloriquear. Pero la realidad es la realidad, y es necesario recordar que la Generalitat catalana tiene competencias exclusivas en política lingüística y educativa no-universitaria.

El fracaso de la lengua catalana en el medio educativo explica los fracasos en el resto de las áreas y ésta es la premisa a contemplar. Alguien podría decir: los números carecen de lengua y en cambio también suspendemos en Matemáticas. Pero los problemas lógico-matemáticos están redactados en lengua catalana y son leídos por alumnado de culturas muy diversas, esas que han elegido el castellano.

Las autoridades difunden algunas ideas exculpatorias: la ley es buena, lo que ocurre es que la docencia es díscola, indolente o traidora. Dicen: hay maestros que se relajan y utilizan el castellano en las interacciones que no son estrictamente académicas, hablan en castellano entre ellos, no saben que los patios son horario lectivo, etc. A quienes hacen estas acusaciones yo les pediría que pasen un par de días en las aulas de las escuelas y de los institutos del Área Metropolitana y que hagan un par de horas de patio. Que intenten resolver un conflicto entre alumnos de procedencia magrebí y de procedencia latina, y que después me expliquen qué problema lingüístico han detectado. Y les advierto que he elegido el ejemplo sin ánimo segregador, porque ya les advierto que sucederá lo mismo cuando los dos alumnos de la trifulca sean nacidos aquí, de familias de aquí.

La inmersión no fue un éxito y es una de las principales responsables del fracaso. No hace falta pensar tan sólo en la supervivencia de la lengua catalana, porque este elemento pasa a segundo término cuando nos preguntamos por el futuro de este alumnado, que son personas con nombre y apellido y DNI, personas que tendrán que enfrentarse a las enseñanzas post-obligatorios y, en definitiva, a un mundo laboral cruel. La inmersión, en definitiva, podría estar garantizando el fracaso de la educación como oportunidad de mejora social. Ésta es la tragedia, más que la disminución de los hablantes de una lengua.

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